El huracán María, categoría 5, azotó a Puerto Rico el 20 de septiembre de 2017 por 72 horas continuas devastando la Isla y el estado mental de su gente.
Una de las peores realidades que enfrentamos fue la desatención y falta de reconocimiento y prioridad a la salud mental del pueblo, víctima del peor desastre en décadas. Los esfuerzos se concentraron en atender las necesidades primarias como el agua, comida, medicamentos y la gasolina, o gas, necesaria para los sistemas de apoyo temporal como las plantas de electricidad.
Pero bien sabemos que no todo fue bien atendido y, de hecho, la emergencia y el “shock” no ha terminado para algunos sectores, como recién divulgó el New York Times, que ha dado seguimiento intenso a la situación en Puerto Rico. La indignante e inexplicable cantidad de errores y desaciertos pos huracán culminaron en lo que tantos denominan ya como la segunda tormenta, esta vez de “hechura” humana, plagada de corrupción, inopia e incapacidades inadmisibles.
La morbilidad de trastornos mentales y las necesidades psicológicas aumentaron exponencialmente, sobre todo en la medida en que las ayudas de emergencia no llegaban y la cantidad de fallecidos aumentaba. ASMMCA reportó crecimiento extraordinario de llamadas a la línea PAS desde el momento mismo del huracán pidiendo ayuda para familiares aquejados con desesperanza, ataques de ansiedad e ideas suicidas. En el 2018, el peligro de otro huracán provocó similar aumento de llamadas confirmando la alta prevalencia de Trastornos de Estrés Post-traumático.
Incrementaron los crímenes de hurto y robo que van desde el robo “ratero” hasta los “carjackings”. A pesar de que los portavoces gubernamentales insisten en negar el problema de falta de seguridad, la percepción ciudadana es otra. La violencia doméstica ha escalado incluso dentro de la Policía, los llamados a intervenir como fuerza de seguridad social del orden y las leyes. Los suicidios, consumados o por amenaza, han aumentado en un 50% según reportado por la prensa. La salud mental y los estados emocionales negativos, sobre todo el desamparo, la ira y la desesperanza, siguen deteriorando la salud mental del pueblo y lo podemos palpar en el diario vivir en las calles.
Los empleos disminuyeron, muchas casas se perdieron y otras fueron embargadas al culminar las moratorias de emergencia. El desempleo era omnipresente y la emigración se disparó. Los muertos no eran reconocidos y algunos ni siquiera fueron devueltos a sus familiares para entierro. Recién nos enteramos de múltiples factores epidemiológicos que aumentaron las muertes, peligros reales de infecciones en los días posteriores. En toda la población, se documenta de la mujer, la madre boricua, ha sido la más negativamente impactada por la escasez de servicios y productos. Se advierte de menores pasando hambre. Puerto Rico no solo luce increíblemente pobre, sucio, en desorden y deteriorado sino también avasalladoramente triste.
Dentro del espectro de tantas agolpadas desgracias y desaciertos, varios hechos han brillado positivamente con luz propia. Fundamentalmente, la ayuda y el apoyo llegaron de las mismas personas en crisis, de las comunidades destrozadas pero en pie, de las familias abrazadas al amor que supera tragedias. Machete en mano, agua sobre hombros, como a principios de siglo, las comunidades abrieron caminos y soluciones para salvarse.
El plan estratégico para el manejo de emergencias y desastres de la American Psychological Association (APA) establece precisamente el puntal comunitario como el eje de manejo a una desgracia natural o humana. Son las comunidades las que tienen capacidad de transformar el desastre en intervenciones de reorganización urgente porque son los que conocen las necesidades y vulnerabilidades reales de su gente. Pero los gobiernos no quedan eximidos de su responsabilidad. Tienen que planificar la provisión de todo tipo de apoyo antes, durante y posterior a la emergencia. En la cadena de pasos para atender cualquier desastre, los tres niveles deben recibir la misma atención y apoyo diligente: la prevención anticipatoria, la intervención durante la emergencia y la reconstrucción a largo plazo.
La Guía Técnica de Salud Mental en Situaciones de Desastres y Emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece nueve pasos claves: (1) identificar las necesidades reales de la población afectada, (2) fortalecer las comunidades en sus esfuerzos de auto-ayuda, (3) garantizar accesos del voluntariado de ayuda que incluyan profesionales de ayuda psicológica, (4) garantizar que los servicios especializados llegan directo a las comunidades, (5) garantizar que los hospitales psiquiátricos tengan lo necesario para la seguridad de sus pacientes, (6) minimizar y prevenir daños secundarios de aumento al consumo de alcohol y drogas en la población, o sectores, que pueden acogerlos como paliativos a sus ansiedades, (7) desarrollar e implementar un sistema de salud mental comunitario sostenible, (8) contribuir a mejorar las comunicaciones informativas de riesgos, y (9) garantizar la atención prioritaria a las poblaciones de alto riesgo emocional como niños y envejecientes.
La OMS tiene, gratis y disponibles en la Internet, 65 documentos guías para distintas emergencias y desastres recopilados en base a desastres pasados atendidos. Creo que es mandatorio que las agencias de gobierno las instituyan como lecturas obligadas. Interesantemente, una de las más importantes recomendaciones de la OMS establece que la disposición apropiada y diligente de cadáveres es fundamental para evitar que la población sobreviviente empeore en su estado de ánimo general. Enfáticamente recomiendan no enterrar cadáveres en fosas comunes, no cremar sin consentimientos informados, no ignorar las creencias culturales y asegurar que cada cadáver es identificado de la mejor forma posible para tranquilidad de los familiares.
La gran lección de María es que la atención a un desastre tiene que incluir la atención a la salud mental de la población afectada, integrando y coordinando los recursos de comunidades, organizaciones, hospitales, universidades y las agencias de gobierno especializadas en salud mental formando parte de un Comité Integral de Manejo de Emergencias. Esto no se hizo en el 2017 y desconocemos si el error de exclusión ha sido formalmente enmendado. Pero no podemos ignorarlo nunca jamás. Las comunidades han hecho su asignación y el pueblo renace por el esfuerzo de su gente; falta que el gobierno haga la suya con transparencia, dignidad y compromiso legal-moral.
La autora es profesora universitaria y psicóloga clínica y cocial-comunitaria.