De niño siempre quise tener un perrito, una mascota que cuidar y que me cuidara a mí también, que me recibiera al llegar de la escuela. Por distintas razones, ese deseo no se cumplió, hasta hace cerca de dos años, cuando de improvisto no solo llegó un perrito, sino dos.
Aquellos que tienen mascotas conocen lo mucho que se llega a amar estos seres que se convierten casi en hijos. Velar por ellos se transforma en una necesidad personal, brindarles comida, una cama, perdonarles no hacer sus necesidades en el patio, perdonarles cada una de sus ocurrencias: morder y romper los zapatos, pantalones, tarjetas de crédito, pantuflas, en fin, todo aquello que con una mirada profunda y tierna queda olvidado.
Pero de todas las experiencias vividas con mis mascotas aprendiendo a ser un buen padre, la más significativa y a la vez, dolorosa, es la que les contaré a continuación.
El pasado lunes, 6 de octubre, uno de mis perritos/hijo (un yorkie de no más de un pie de altura), fue atropellado frente a mi residencia y frente a mí por un vecino de la urbanización que conducía una guagua “pick-up” Dodge RAM color gris. El suceso ocurrió alrededor de las 4:00 de la tarde. Me encontraba en el jardín sembrando algunas plantas mientras los perros permanecían en el área. Un niño al otro lado de la calle botaba la basura en un zafacón ubicado en la acera y mi perrito, llamado Lilo, cruzó la carretera para alcanzarlo. Lilo comenzaba a cruzar la calle de vuelta hacia mí, cuando de repente a exceso de velocidad apareció la Dodge RAM y lo atropelló.
La velocidad era tal que los gritos y señas que hice al caballero que conducía la guagua fueron en vano. El auto solo se detuvo cuando sintió el golpe que le dio al perro. Para mí, el momento fue desgarrador. El grito de mi perrito fue como un rayo que me destrozó el alma y mi reacción inmediata fue comenzar a llorar. Por si fuera poco, el caballero que conducía la guagua apenas se asomó para observar lo que había ocurrido y continuó su camino. El niño que estaba al otro de la carretera, de algunos 12 años de edad, se acercó para consolar. ¿Tendremos que volver todos a ser niños para salvar la humanidad de la falta de sensibilidad?
Afortunadamente (y por milagro divino) Lilo no murió. Tras un día y medio de hospitalización en una clínica veterinaria, recibiendo suero y oxígeno, mi perrito fue estabilizado y regresó a su hogar con una patita y una costilla fracturada, algunos moretones, un hematoma y varios medicamentos.
Informamos lo sucedido a la Policía Estatal y los guardias prepararon una querella. La Ley para el Bienestar y la Protección de los Animales (Ley Número 154 del año 2008) tipifica este tipo de delitos e impone penas de hasta cinco mil dólares de multa y/o seis meses de cárcel, si la persona causante no asume su responsabilidad y se retira de la escena, como ocurrió en este caso. A los guardias de seguridad de la urbanización también le pedimos un informe. El caballero que conducía la guagua finalmente apareció. Ocurridos los hechos dentro de los predios de una urbanización cuyo acceso es controlado, pienso que regresó porque sabía que de todos modos ubicaríamos su vehículo. Dentro de la urbanización, las carreteras están rotuladas con letreros que indican una velocidad máxima de 15 millas por hora y hay ubicados varios muros de contención de velocidad, conocidos comúnmente como “muertos”. No obstante, varios residentes nunca siguen las normas.
Propuse a la Junta Administrativa de la urbanización que repartiera en los buzones un boletín informativo en el que se explique lo sucedido y exhorte a los residentes de la urbanización a tener precaución respecto a la velocidad a la que conducen dentro de los predios. Por otro lado, pedí que se redujera la velocidad máxima a diez millas por hora dentro de la urbanización y propuse, además, que se ubiquen más muros de contención de velocidad en algunos puntos adicionales. Asimismo, reconocí mi responsabilidad y prometí no volver a sacar mis mascotas sin su collar.
No obstante, estoy convencido de que las normas de tránsito deben seguirse para evitar accidentes que le pueden costar la vida a cualquiera. Mi caso puede ser el de cualquiera. Ayer fue mi perrito, pero mañana puede ser el de cualquiera de sus hijos. Si esto le ocurre con su mascota, frente a su casa, dentro de la urbanización o en cualquier otro lugar, trate de memorizar o anotar primero que todo, la tablilla del vehículo que impactó al animal. Si la persona se identifica, déjele saber que es su responsabilidad, según la Ley 154, contactar asistencia veterinaria para el animal, así como asumir parte o la totalidad (dependiendo el caso) de los costos de atención médica de la vícitima.
No permita que el crimen contra su mascota quede impune, bajo ninguna circunstancia. Intente velar, además, por los animales sin hogar y por los de su vecino. A menudo vemos animales, en su mayoría perros, atropellados en la calle o malheridos. Si somos testigos de los hechos, también nos convertimos en responsables y debemos buscar ayuda para la víctima. Existen centros municipales que por ley le tienen que asistir. También la Policía de Puerto Rico debe asistirle si recibe una llamada de notificación. Incluso si su mascota es atacada por otro animal con dueño o si el perro del vecino lo muerde a usted, sepa que esa persona tiene que asumir la responsabilidad de los hechos. Si es testigo de abandono, maltrato, envenenamiento o algún tipo de negligencia, sepa que la Ley 154 protege a ese animal, por lo que ese crimen no tiene por qué quedar impune.