CIUDAD DE MEXICO, México.- No se te olvide preguntar si es cubano. Tú apunta todos los libros que puedas. ¿Trajimos suficiente cinta? Debe ser éste, anoté que era “edificio-de-cuatro-pisos-color-chabacano”. Nos estacionamos al lado de un edificio color salmón-naranja-rosado. Asumimos que ésa era la sede de Francisco Prieto. No coincidió el número. Para nosotros, era lo más parecido al “edificio-de-cuatro-pisos-color-chabacano”. Revisamos de nuevo los números; el susodicho “edificio-de-cuatro-pisos-color-chabacano” estaba más al fondo, al otro lado de la calle y más bien era un edificio de cuatro pisos color amarillo claro. Todavía no sabíamos cómo empezar la entrevista. ¿Cómo conocer quién es Francisco Prieto? // Paco no sabía qué carrera estudiar cuando tenía veinte años. Para ese entonces, ya había nacido en La Habana en 1942, estudiado en París y frecuentado regularmente España. Ahora cree que sus padres no compaginaban con él. Su papá trabajaba “en una compañía de esas multinacionales” y su mamá era “una señora muy pragmática” que no lograba entenderlo. Paco sabe que lo querían y estaban con él, pero siempre distantes. Él era un niño tímido y disléxico. Cosa fatal, pues “en Cuba bailar bien es sagrado”. Sus compañeros se burlaban cuando él prefería alejarse para leer. Por eso la persona con la que mejor se entendió fue su abuelo Ildefonso. Con él iba cada semana a ver películas que no tuvieran un final feliz, porque según su abuelo ésas son dañinas para la salud mental. Gracias a Ildefonso Prieto, Paco también conoció la literatura. Así, se cultivó el gusto por las novelas y los toros, pues su abuelo era un gran apasionado. En la adolescencia, Paco ya sabía que quería ser escritor, pero nada más. Sus padres aún querían saber qué iba a hacer de su vida. Es decir, qué iba a estudiar. // Tocamos el timbre. Amparo, la muchacha del aseo, tuvo que bajar a abrirnos. Pasamos los cuatro (dos entrevistadores, fotógrafo y camarógrafo) equipados con cuadernos, plumas, cámaras, tripiés, estuches y fundas. El pasillo de adoquín húmedo era angosto, con escalones que entraban al edificio-de-cuatro-pisos-color-amarillo-claro-del-lado-derecho. Paco Prieto abrió la primera puerta a la izquierda, sonreía invitándonos a pasar. Se veía como cualquier día de clases, con dos pequeñas diferencias. Esta vez iba vestido con un saco gris bastante formal y no con su clásica chamarra beige casual. Además, hoy no era nuestro maestro de Teorías de la Comunicación, sino nuestro entrevistado. ¿Cómo conocer la personalidad de tu Maestro? (Así, escrito con mayúscula). // Paco conoció el psicoanálisis gracias a la película Cuéntame tu vida de Hitchcock. Se había dado cuenta de que necesitaba terapia para superar sus miedos y mejorar sus relaciones. Cuando se lo dijo a su padre, este casi lo golpea. Su única salida era convencer a un cura de que convenciera a su padre de llevarlo con un psicoanalista… “católico, por supuesto”. La terapia le ayudó a hacer amigos, pero le trajo nuevos problemas. A partir de ahí dejó de escribir “porque ya todo tenía explicación”. Para él un novelista debe llenarse de experiencias para que vuelva a darle sentido la escritura. Ahí descubrió que “escribir novelas debe ser sorpresivo y tiene que revelarte cosas”. Por eso viajó a los 17 años a París con una beca para estudiar el Profesorado de Francés en la Sorbona. Era la oportunidad de huir de su casa y empezar a encontrarse a sí mismo. Pero aún tenía la incertidumbre de qué hacer con su vida, pues él no tenía la paciencia necesaria para ser profesor de lenguas. Cuando regresó a México, comenzó a pasar lista a todas las carreras universitarias. Pensó en estudiar Letras, pero no quería ser profesor de literatura. Derecho era una opción por su buena memoria, pero le parecía muy aburrido. La filosofía le atraía por el bagaje cultural que adquiriría, pero no quería pasarse la vida encerrado en el orden lógico, porque “los que les gusta el orden no son de su tribu”. Las ingenierías y la arquitectura estaban descartadas por su dislexia. El periodismo era una opción, pero pensó que eso mejor lo aprendería en la redacción de un periódico. Ya iba a inscribirse a la UNAM, cuando se encontró al primo-del-novio-de-una-de-sus-hermanas. -¿Qué onda contigo, Paco? -Pues me voy a la UNAM -¿Y a dónde te vas a inscribir? -Mira, no lo sé. Voy porque no me queda de otra. No puedo decirle a mi padre que no voy a inscribir ninguna carrera porque no me lo va a perdonar. Yo quiero escribir, pero tengo que estudiar algo que me abra las puertas. Yo no puedo ser vendedor o algo así para ganar dinero, porque no se me da. -Oye, y por qué no te vas a Miguel Ángel de Quevedo, y en la calle de Zaragoza está la Iberoamericana. Los jesuitas han inventado una carrera muy extraña para locos como tú. ¿Por qué no vas a preguntar? Así llegó al número 84 en la calle de Zaragoza, que decía ser la primera escuela de Comunicación en México. Cuando Paco Prieto vio el plan de estudios pensó: “Casi todo es en la escuela de filosofía, con algunas materias básicas de sociología ¡Y tienen laboratorios! ¡De cine y de tele! ¡Esto es para mí!” Pero su padre no pensó lo mismo, pues al enterarse de la carrera de su hijo sólo pudo responderle desde Philadelphia: “Lo único que me faltaba era tener un hijo locutor”. // El departamento sonaba a Prieto: Sonatas para piano y violín de Schubert. “¿Dónde quieren grabar?” Las pecas y las arrugas de su cara sonriente redondeaban sus pequeños ojos azules. Podíamos escoger. A la izquierda, la recámara-estudio de su esposa Alicia. A la derecha, un pequeño pasillo lleno de libros gordos y caros que desembocaba en una sala tipo colonial-rústica-sencilla con vista directa al estudio. La mesa del centro era de vidrio y estaba decorada con: 101 aventuras de la lectura, Trazos y revelaciones y Toro, más otros libros de título ilegible. Al fondo, el estudio de Francisco Prieto. Ahí lo acababan de entrevistar para Canal 40. Analizando el pequeño espacio nos decidimos por el estudio. Camarógrafo y fotógrafo colocaban luces, tripiés y verificaban luz, ángulos y sonidos. Nos pidió un favor: “si necesitan desconectar cualquier cosa, por favor, recuerden de dónde”, admitiendo su incapacidad hacia los cables. Fue necesario conseguir un adaptador porque el enchufe no tenía conexión para conectores trifásicos. “Alicia debe saber de esas cosas. Digo, por las secadoras. Le voy a preguntar a la muchacha. ¡Amparo! (…) ¡Amparo! (…). Creo que Amparo salió al mercado”. El tiempo transcurría y la entrevista aún no comenzaba. Un poco por motivos técnicos y un poco por la sorpresa de estar en la casa de alguien tan polifacético. ¿Cómo comenzar una entrevista así? // Francisco conoció a Alicia en la universidad. Él era uno de los 25 alumnos de la tercera generación de la carrera de comunicación. Ella era de los 50 alumnos de la cuarta. Ambos estudiaban algo que “prácticamente nadie conocía”. Hasta entonces, Francisco tenía la tentación de volver a Francia. Pero en cuanto la conoció se enamoró locamente de ella. “Y lógicamente ya no iba a moverme de aquí. Ésa fue la decisión última y final”. Después de graduarse fue reportero en la revista Señal y luego en el Novedades. Ganaba $600 al mes y no es necesario decir que era muy poco. Por eso aceptó la invitación del economista argentino Adolfo Lamas de fundar un periódico financiero donde Prieto sería el jefe de redacción. En un principio pensó: “¡Me puedo casar, puedo tener un departamento!”. Posteriormente eso cambió a un “A mí qué me importa la economía y las finanzas. Sólo era feliz el día de quincena porque entonces me iba a comprar discos, libros e invitaba a Alicia a cenar”. Pero un buen día, en el 68, al periódico lo cerraron violentamente. Su siguiente experiencia desagradable la vivió en la COPARMEX cuando era contratado para dar conferencias sobre las bondades del libre -Tenemos mucho peligro del comunismo en México- dijo Roberto Guajardo Suárez, que en ese entonces dirigía la confederación. -¡Ay Dios!- pensó Prieto – pero bueno, hay que vivir… -Lo que usted va a hacer es ir a las universidades y va a formar grupos de estudiantes con los más inquietos en cuestión de política, sociología, esas cosas. Lo que usted tiene que hacer es programar visitas a empresas y darles una conferencia sobre el libre mercado, sus bondades, etcétera. “Me metí en un problema de conciencia. No porque yo me haya vuelto pro capitalista. ¡Jamás! Tampoco soy antiliberal, pero no creo en el mercado como un dios”. Pronto advirtió que nadie se daría cuenta de los contenidos de sus conferencias, pues eran a las siete de la mañana y los ejecutivos llegaban a las 10. Aprovechó y comenzó a hablar de Marcuse, Camus, Sartre y el grupo de Frankfurt. Pero a pesar de llevar novelas a escondidas para leerlas en las juntas, Francisco Prieto no se encontraba en su ambiente. Un día casi sufre un infarto que lo hizo recapacitar sobre lo que hacía de su vida. Fue entonces que decidió dedicarse a dar clases. Desde ese momento no se ha vuelto a enfermar y ya han pasado 40 años. // Entramos a su estudio para comenzar la entrevista. En la computadora, dejó un archivo de texto con la escaleta para la adaptación cinematográfica de su novela Felonía. Dijo que no se involucrará en el guión. Que sólo escribirá la línea argumental que le pidió el director Alejandro Springall. Para eso, ha tenido que ver tres veces El paciente inglés, pues la película seguirá esa estructura. Su pequeño estudio está tapizado por libros. A la izquierda, en un estante bajo, está una colección que le regaló Arturo Montiel y que “no le interesa en lo más mínimo”. Más abajo, pueden verse títulos como Imagen de Julio Cortázar y La amante de Bolzano. Arriba, en un estante alto, están los clásicos. El Siglo de Oro español. Hegel. Marx. Séneca. Platón. La Biblia. Los Hermanos Karamazov. En la pared del fondo está la obra completa de Graham Greene, abajo Joyce y Buñuel. Justo atrás de su silla, sus contemporáneos: Silvia Molina, Vicente Leñero, Ignacio Solares y Luis R. Moya, al que considera el favorito de su generación por su novela El aguacero. A un costado está Ernesto Sábato (“No simpatizo con los argentinos, pero Sábato me gusta”). Luego Ortega y Gasset, el intelectual al que más ha estudiado. Y justo frente a su escritorio, en un sitio siempre visible desde su silla, la portada original de Caracol, su primera novela, dibujada por Pilar Castañeda. // Sus primeras tres obras de teatro “tenían muchas deficiencias”. Julio Alejandro -guionista de Buñuel y productor de telenovelas- le dijo que en una no pasaba nada, en otra pasaba demasiado y sólo una estaba equilibrada. Le dio a elegir. Si quería ser escritor de oficio, podría trabajar con él haciendo una telenovela con esa tercer obra. Si quería ser un literato, debía elegir un gran narrador del siglo XIX, leerlo todo un año y luego escribir un cuento basándose en esas lecturas. -Oiga Don Julio, pero lo que voy a hacer es imitarlo… -De eso se trata. Cuando usted haga la reproducción de ese señor, usted mismo se va a hartar y se va a encontrar a sí mismo. Y eso hizo. Encontró cómo quería escribir y le dio sus textos a su ex profesor Vicente Leñero. El autor de Los periodistas no sabía cómo decirle que mejor se dedicara a otra cosa. Pero Paco no se rindió. Un buen día escribió un texto “que salió del alma, con unas groserías y una violencia que no conocía”. Él quería ser un escritor elegante y muy filosófico, pero su cuento era todo lo contrario. “Es increíble, logras una musicalidad con estas palabrotas. ¡Esto sí me gusta, sigue por ahí!”, le dijo Leñero. “¡Qué vergüenza, Paco, usted está escribiendo como José Agustín!”, le dijo un amigo de su padre. “Nunca hubiera supuesto que usted escribiera cosas tan indecentes”, le dijo una alumna que Prieto describió como “muy fresita”. Ese cuento fue la base de su novela Caracol. La publicó Joaquín Mortiz en tiempos donde “publicar con él era que ya la habías hecho”. Iba recomendado por Leñero y ayudado por ser sobrino del pintor español Gregorio Prieto, amigo de García Lorca. En ese entonces trabajaba en la Universidad Iberoamericana, donde llegó a dirigir la carrera de Comunicación. En la primera generación a la que le dio clases estuvo la directora de cine Busi Cortés y el escritor Alberto Ruy Sánchez. Posteriormente también fue profesor del guionista Guillermo Arriaga. Tenía tiempo para estudiar sus maestrías en antropología social y en filosofía. Pero sobre todo tenía tiempo para escribir. Hasta que llegó la crisis económica en tiempos de López Portillo. Fue entonces que comenzó a trabajar en la radio y la televisión. Para 1993, Prieto tenía un noticiario matutino de radio, seis comentarios en radiofónicos a la semana, su programa dominical Huellas de la historia, un programa taurino en canal 13 y otro llamado Revista 22 en ese canal cultural. Ya había publicado sus primeras tres novelas, que le dejaban “pocas regalías, pero muchas satisfacciones”. Y con todo ese trabajo compró su actual departamento y la casa en Nepantla a la que va cada domingo. Dejó de dar clases porque tantas ocupaciones le impedían seguir de tiempo completo en la universidad. “Ganaba mucho más por hablar de toros una hora a la semana que por ser profesor y director de la carrera”. En 1994 renunció a la Iberoamericana y con todo el dolor de su alma dejó de dar clases temporalmente. // Paco Prieto es profesor en el Tecnológico de Monterrey desde el 2004, cuando su ex alumno Alejandro Acuña lo invitó a impartir las clases de Teorías de la Comunicación y Géneros Periodísticos Interpretativos. Nuestro maestro debe tener casi 900 discos compactos sólo en el estudio. Junto a su computadora hay un calendario del mes de octubre, aunque estamos en noviembre. Pareciera que el tiempo no avanza teniéndolo enfrente. Aún no comienza la entrevista. Aún no sabemos cómo comenzarla. Dentro de pocos minutos Francisco Prieto dirá que “uno es una historia, uno se va construyendo de alguna manera a sí mismo. Primero te construyes a través de la rebelión contra tus limitaciones, hasta que finalmente empiezas a afirmarte con las cosas que realmente te importan. Yo me encontré a mí mismo mediante experimento y error. Creo que uno se va encontrando un poquito así: por lo que te va gustando, dónde estás a gusto, dónde te levantas con ganas de ir a trabajar”. Laura Yaníz ya está tomando notas, pero aún no sabemos cómo comenzar la entrevista. Finalmente Jorge Tirzo hace la primera y casi la única pregunta: -¿Para Francisco Prieto quién es Francisco Prieto? Y él sólo responde sabiamente: -Uy uy uy… Para él, responder el resto de la entrevista fue pan comido. Para leer este y otros artículos visite http://www.revistatrecho.com