“¡Dios te libre de hablar mal de Muñoz! que ese fue quien me dio a mí, tu padre, los primeros zapatos para ir a la escuela”. Así me dijo mi padre la primera vez que, luego de una clase de historia con un profesor de pasiones independentistas, me atreví a cuestionarle la imagen todopoderosa de Luis Muñoz Marín. Nada más con la testigo. Imperó el silencio. Y cómo no hacerlo, si en la casa de mi abuela crecí a la sombra de uno de esos platos de pared con la imagen de Muñoz impresa en el centro. De niña, no sabía bien cuál era la diferencia entre esa imagen y la del Divino Niño que le hacía juego. Eso por parte de padre, porque por parte de madre no eran asuntos de pavas sino de abundantes y confusos cocos. Es visita obligada en la casa de mis abuelos maternos el detenerse frente a la pared de fotos familiares. Primas con peinados ochentosos, tíos con pantalones acampanados, mi madre de niña a la falda de mi abuela y los casi 30 primos en nuestras fotos de graduación. Eso básicamente compone la fauna de la protagónica pared. A ese grupo estrictamente familiar, se fueron sumando poco a poco personajes insospechados. El primero fue la foto de un niño pequeño que nadie sabe quién es, pero que mi abuelo consideró muy lindo para desechar su foto y la segunda foto… bueno esa merece punto y aparte. Cada Navidad la familia Rosselló enviaba, como todos los políticos, una postal de agradecimiento a los miembros del partido en la que deseaban el tradicional y estándar “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo” enmarcado en una foto familiar de vestimentas similares y sonrisas de chicle de menta. ¡Click! Así fue como crecí viendo crecer a su vez las canas en la cabeza de Rosselló, viendo crecer al Ricky Rosselló de las fantasías adolescentes de las primas mayores y viendo nacer nietos a la sombra de la sonrisa impecable de Maga. Eran parte de la familia y habitaban nuestra pared. Hasta una foto de boda de un hijo de Rosselló llegó a ocupar ese espacio. Así fue hasta que poco a poco mi abuelo se fue desprendiendo de su empatía por el personaje y nunca más llegaron las postales. Es curioso… de algún modo las extraño.