A ella…
Esta mañana he estado viendo las fotos y los videos de la represión que tuvo lugar alrededor de la Universidad de Puerto Rico Recinto, Río Piedras el 20 de enero de 2011. Las imágenes son brutales. Suscitan la indignación de cualquier persona sensata que cree en esa abstracción, en esa ficción que ha hecho posible la democracia. Tan, tan vinculada al derecho a la libre expresión. Tan vinculada en otras palabras a una cierta idea del «hombre» en su sentido humanista e ilustrado como ser discursivo y racional. A partir de esa raya el discurso filosófico marcó los lindes de lo humano y estableció la diferencia con el mundo animal en toda su diversidad.
Franz Kafka en uno de sus relatos recoge de forma muy aguda ese límite: La metamorfosis. Lo más doloroso del relato no es la metamorfosis, hecho inaudito que el texto no intenta explicar ni razonar. La metamorfosis es un hecho acaecido cuando Gregor, el personaje, principal se despierta una mañana. La transformación ya había ocurrido. Gregor no pierde su tiempo tratando de racionalizarla, de entenderla, asignarle una causa. Mejor, se dedica a la metamorfosis que le impone la transformación ya ocurrida. Tiene que aprender a alimentarse de otra manera, a moverse de otra manera, a trepar paredes como forma de estar en el tiempo. No obstante, lo más doloroso es la imposibilidad que experimenta el personaje de decir a sus familiares que a pesar de su naturaleza diferente todavía él siente y padece como un humano. Que a pesar de no parecerse a ellos, él los ama.
Al ver las imágenes de la brutalidad policíaca, digamos que experimenté, pensando en Kafka, la fuerza del lenguaje, de la palabra contra la fuerza. Ocurre en las imágenes de la brutalidad policíaca de ayer 20 de enero una tensión entre dos fuerzas: la fuerza desmedida de la policía con sus cascos, sus uniformes … sus cuerpos enormes, sus rostros anónimos en contraste con la vulnerabilidad de los desobedientes civiles. En esa escena lo único que poseen los desobedientes es su palabra, sus consignas, lo que dicen. De este grupo de Gandhistas me llamó la atención una estudiante que decía en un tono de voz templado, casi al borde de las lágrimas: “Espero que el pueblo de Puerto Rico se levante y entienda la absurda represión que está sucediendo aquí, y que se levante a reclamar sus derechos… que los tiene”.
Ella espera. Esperemos. Pues la metamorfosis ya tuvo lugar en Puerto Rico, y no solo en la universidad que es el escenario en el que se afrontan dos visiones de país. Gregor, entre otras cosas, se tiene que acostumbrar a permanecer encerrado en una habitación convertida en basurero y que es el destino de los objetos olvidados de la casa. Hasta que un día la música lo conmueve a tal punto que no puede más y sale de su habitación provocando la ira de su padre.
En Kafka siempre triunfa la música, la lengua del animal que resguarda la poesía. Veo a los estudiantes, a los desobedientes, a los no-violentos como tantos insectos salidos de sus habitaciones una mañana interpelados por la belleza de cierta música que también Kafka relaciona con eso que se llama libertad. La de Kafka no es estridente. Se trata de una música que no llega a los oídos de todo el mundo. Los que ocupan la casa de Gregor no la escuchan, no son sensibles a ella. Los que ocupan el país no la escuchan. Sólo Gregor que ya no es Gregor escucha la música que toca su hermana. Música, eso pido entonces, y espero por y para los estudiantes desobedientes de hoy y del mañana.
*La autora es profesora de la UPR, Recinto de Río Piedras.