
SOBRE EL AUTOR
“Según el testimonio de [Edwin] Torres, todo comenzó en la noche del jueves pasado [29 de noviembre de 2012] cuando se reunió en casa de la Prieta (Lenisse Aponte Aponte), con Alejandra Berríos Cotto (Nana) y Rubencito (Delgado Ortiz) y les dijo a sus compinches que necesitaba dinero para pagar la renta de su hogar en la barriada Morales”. El Nuevo Día, 5 de diciembre de 2012, pp. 10-11.
¿Puede una persona en su sano juicio, secuestrar, asaltar y asesinar a un individuo, de la forma en que ultimaron a José Enrique Gómez Saladín, según el propio testimonio de uno de los implicados en este crimen brutal?
Aunque la pregunta parece ser retórica, ya que en nuestras nociones de sana convivencia social nadie en su sano juicio cometería dicha barbarie, no existe respuesta categórica ni absoluta a la misma. La respuesta a esa interrogante, que dirige más a la búsqueda de explicaciones de carácter psicológico para describir el perfil de los criminales, ha estado subyacente en algunas de las reacciones a ese horrendo crimen.
Han sido muchas las reacciones desde que salieron a la luz pública, a través de la prensa escrita, radio, televisión y redes sociales, los hechos relacionados a la desaparición, secuestro, robo de dinero y posterior asesinato del publicista Gómez Saladín, en un paraje solitario de las inmediaciones del antiguo Penal de Guavate en Cayey. Si se tratase de efectuar un análisis de la totalidad de los referentes culturales e ideológicos construidos en relación a la víctima, los victimarios y los hechos para interpretar esa cruda realidad, resultaría tal vez imposible.
Ahora bien, dentro de ese conjunto de expresiones, destaca la solidaridad de los puertorriqueños hacia los familiares de la víctima durante los primeros días de búsqueda y los intentos de análisis de las causas que motivan acciones de esa naturaleza.
En nuestro desarrollo histórico la cultura de la solidaridad entre los puertorriqueños ha sido constante y vital para enfrentar momentos de crisis y definir etapas fundamentales en nuestro desarrollo como pueblo. La Masacre de Ponce, en marzo de 1937, los asesinatos de Antonia Martínez Lagares, Santiago “Chagui ” Mari Pesquera , Carlos Muñiz Varela y Adolfina Villanueva, durante las décadas de 1970 y 1980; las luchas en defensa del idioma y la escuela pública, la movilizaciones a favor de la salida de la marina de guerra de Estados Unidos de Culebra y Vieques, el reclamo de la excarcelación de puertorriqueños prisioneros políticos y de guerra en cárceles estadounidenses, la Huelga del Pueblo en contra de la privatización de la telefónica (1997-1998), el cerco y asesinato de Filiberto Ojeda Ríos, por agentes del FBI en septiembre de 2005, y la lucha universitaria en contra del alza de la matrícula y la imposición de una cuota especial (2010-2011), entre otras tantas instancias, se han desarrollado y evidenciado el alto sentido de solidaridad social existente entre los puertorriqueños.
Tras las expresiones de solidaridad y explicación de las posibles causas, se evidenció un proceso de carácter regresivo de parte de ciertos sectores de la sociedad civil y medios fabricantes de opinión en el que se manifestó un distanciamiento hacia Gómez Saladín. Ya no se trataba de evidenciar los sentimientos de indignación de los puertorriqueños o de explicar las causas psicológicas o sociales del crimen, sino de lanzar afirmaciones y preguntas al aire conducentes a construir el discurso de la infamia con el objetivo de destruir la integridad moral de la víctima para hacerla responsable de su propia muerte. En ese discurso, el hecho de su asesinato pasó a un segundo plano y comenzó a construirse la narrativa de la exclusión social por razón de preferencias sexuales, práctica de la prostitución masculina o femenina y lugar de residencia.Arrestados los a legados autores del crimen y hechas las primeras confesiones, el asesinato en sí mismo dejó de ser noticia prominente y se sustituyó por el de la supuesta compra de servicios sexuales. El manejo de la noticia en esa dirección, cumplía varios propósitos a la vez.
Por una parte, se pretendía convertirlo en corresponsable de su tragedia al tratar de inducir a pensar que “si no hubiese estado buscando prostitutas u homosexuales nada le hubiese ocurrido”.
Más adelante, la noticia sobre la alegada compra de servicios sexuales fue acompañada de la metáfora de la calle Padial como “lugar de encuentro para la práctica de la prostitución”. El manejo de la noticia en ese sentido puso de manifiesto una vez más la ideología homofóbica, el prejuicio y los valores culturales fundamentalistas existente en amplios sectores de nuestro País que se promueven cotidianamente a través de la mayoría de los medios de opinión pública.
En momentos coyunturales como el presente, en que la mayoría de los puertorriqueños, tras cuatro años de represión y atropello en contra de las instituciones y procesos que son definitorias de nuestra identidad, tratan de sentar las bases para un nuevo proyecto de país, la solidaridad resulta fundamental. De ahí que, generar un discurso difamatorio y de infamia contra las víctimas de los males que ocasiona el propio sistema tiene como fundamento el socavar las bases culturales e ideológicas que estimulan dicha solidaridad. Es por eso que, el discurso para desviar la atención de la opinión pública hacia el mundo de las posibilidades y la homofobia, se acompaña con uno encaminado a trazar un perfil de lo puertorriqueño como algo bárbaro y salvaje en que, para esos que lo promueven, “es mejor montarse en un avión azul e irse del país”.
El autor es maestro de historia. Fue Presidente de la Federación de Maestros de Puerto Rico del 2000 al 2003.