Es de noche. Mientras unos se preparan para dormir, otros despiertan. En la opacidad de la naturaleza que rodea la reserva de Las Cabezas de San Juan en Fajardo, canta un grillo. No cantan los coquíes por culpa de la sequía. Los lagartijos corretean. Los caminantes se adentran por la vereda del bosque seco. Una densa cortina de árboles y enredaderas impide el paso de la luz y los arropa. Les toca confiar.
El crujir de las ramas los mantiene alerta. Las gotas de sudor les bajan por la espalda, por la frente, por el cuello y por las manos. No sé si por el calor o por el miedo. De pronto se abre un claro. Millones de estrellas brillan en el cielo.
Cierran los ojos. Escuchan con atención. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Incontables son los sonidos de las aves, los insectos y de los anfibios que se anuncian. Simultáneamente, el mar murmura. Los caminantes, un grupo de jóvenes y niños del Taller Inmersión Para la Naturaleza, respiran profundamente. El Taller forma parte de las actividades que organiza la entidad ‘Para la Naturaleza’ durante el verano para exponer a las generaciones más jóvenes a su entono natural. Durante una semana, el grupo pernocta en una de las reservas de Para la Naturaleza acompañado por otros jóvenes que han tenido anteriormente esa aventura ambiental. Esta vez, entre 35 niños y niñas entre las edades de 8 y 12 años hacen el recorrido.
La caminata continúa. Sienten la brisa fresca y dejan de transpirar. Comienzan a sentir sueño, pero los sonidos de la noche los mantienen alerta. La luna sirve de guía en el paseo tablado que se extiende por el manglar y rodea la Laguna Grande de Fajardo. El silencio nocturno se interrumpe con las voces de los jóvenes viajeros que marchan de dos en dos. Caminar en pareja da más seguridad.
El chasquido que provoca un pez, captura la atención de todos. Así se percatan de la bioluminiscencia. Golpean el agua con un tronco. Los peces dejan estelas resplandecientes. Los caminantes usan el agua de pizarra, pero muy pronto sus dibujos desaparecen.
Se sientan en un rincón oscuro. Recuperan el silencio, a pesar de la emoción. Cierran los ojos. Escuchan detenidamente. La brisa húmeda y llena de sal toca sus rostros. Sienten el olor a materia orgánica en descomposición.
“ Pongamos nuestros sentidos en alerta. La naturaleza nos está hablando. ¿Qué sienten?”, dijo Solansh, una líder del grupo.
“Me siento bien. Relajado”, comentó Fabián.
“Yo sentí que era un pececito de colores nadando”, expresó una niña que no pude identificar por la oscuridad.
Luego, se dirigieron a descansar. El próximo día continuarían su caminata.
“El viento me movía de lado a lado”
Amanece y es verano. El sol abraza más de lo acostumbrado en Borinquén. Sin embargo, el viento no deja de soplar con ímpetu. Encontrados en el tope de uno de los tres promontorios bautizados como las Cabezas de San Juan en el siglo XIX, no se puede pensar ni en uno mismo. Por eso, en el momento no importan los cabellos desgreñados, las caras y los cuerpo sebosos, ni el mal olor.
“¡Está caliente, me estoy quemando!”, exclamó un niño quejumbroso para luego guardar silencio. Los demás ya están en silencio y se hallan sentados. Ven el paisaje y luego cierran los ojos. La luz no les permite ver los detalles.
Con los ojos cerrados, tocan el suelo rústico y escarpado. Respiran el aire lleno de sal. Escuchan al viento silbar y al mar embravecido que descarga su furia sobre las rocas. Ellas flotan por un segundo y luego vuelven a su lugar. Los caminantes se dejan mecer por el viento. Un ave vocaliza. Otra le contesta en un tono más agudo. Luego hacen un dúo.
Una vez inmersos, abren sus ojos. De frente hay un océano que parece ilimitado, una gama infinita de verdes, la playa, palmas y una porción de bosque costero. Sobre ellos vuela una tijereta hembra que amenaza con dejar sin comida a una a gaviota gallega.
“¿Cómo se sienten?”, preguntó otra vez Solansh.
“Yo sentí que era una palma. El viento me movía de lado a lado”, dijo Mauro, un niño de aproximadamente 10 años.
Inmediatamente comentó Heidi: “Y yo sentí que era una ola. Me sentí parte de la naturaleza. Libre”.
Regresar a la naturaleza es un acto sencillo. Solo basta con despertar todos los sentidos y conectarlos con los de ella.