El Yunque es el mayor bosque de Puerto Rico y el mejor custodiado por estar encomendado al gobierno federal como legado del gobierno español. Comprende unas 11,100 hectáreas de terreno. Protegido en parte desde 1876 por el gobierno español, contiene remanentes de vegetación primaria imperturbada, según documentan las autoras Tania del Mar López Marrero y Nancy Villanueva Colón en su libro Atlas Ambiental de Puerto Rico (2006).
Tanto el gobierno federal como el español concibieron El Yunque como reserva forestal de árboles maderables. Con el tiempo reconocieron su valor como fuente de agua potable y refugio de vida silvestre. Sin embargo, el perdurable régimen colonial impone criterios de manejo propios de una ideología atávica que impide la restauración biogeográfica de la fauna perdida de Puerto Rico.
El caso más notorio es la renuencia de restituir la última especie en extinguirse, el cuervo de collar blanco (Corvus leucognaphalus) desaparecido a mediados del siglo pasado y fácil de reintroducir de la República Dominicana donde también son nativos. El rotundo éxito del aviario Vivaldi en Río Abajo, Arecibo, del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) en restaurar al estado silvestre la cotorra jíbara (Amazona vittata) hace innecesario las costosas facilidades de aviario y laboratorio federal destinados a rescatarla. El desdichado proyecto mantiene las apariencias con subsidios de pichones de Río Abajo.
Otro caso de fácil resolución es el de la tortuga terrestre de patas rojas (Geochelone carbonaria). Nativa de Venezuela, habría sido introducida por los indígenas y sigue naturalizada en Islas Vírgenes y otras Antillas Menores. Es reproducida en Estados Unidos e importada legalmente para el mercado de mascotas. Su dieta herbívora incluye plantas, frutas, carroña, y hasta excremento de animales. Bastaría la iniciativa de algún grupo ambientalistas para reintroducirla.
Algunas especies de mamíferos cuadrúpedos arbóreos y terrestres que fueron elementos notables de la antigua fauna puertorriqueña todavía abundan en Suramérica y podrían ser objeto de introducción planificada. Se destaca el perezoso “de dos dedos” (Choloepus hoffmanni), o sea de dos garras por brazo con los que trepa y se sujeta de las ramas de su árbol favorito, el yagrumo (Cecropia peltata) cuyas hojas lo alimentan. Es tan manso que en Venezuela los mantienen como mascotas virtuales en parques y plazas urbanas. Son muy aseados, bajando semanalmente de su árbol residencial para depositar sus carrutas de excremento al pie del mismo. Su presencia en la Isla antecede por millones de años la de los aborígenes que acabaron con ellos.
De hecho, la formación Juana Díaz de Yauco confirma en su estratigrafía la existencia del perezoso Acratocnus, casi idéntico en tamaño y anatomía a la especie megalonichyda moderna. Su presencia en el Oligoceno temprano, 30 a 35 millones de años antes del presente lo convierte en el primer mamífero cuadrúpedo terrestre en colonizar la Isla. De aquí llegaría por balsa a las demás Antillas Mayores evolucionando aformas de mayor tamaño hasta llegar a Norteamérica donde derivó en especies gigantescas que emigraron a Suramérica cuando se conectaron por Panamá ambos continentes.
Jutías, castores y monos neotropicales
Diversos géneros de roedores caviomorfos terrestres de la América tropical fueron endémicos o naturalizados en el Puerto Rico prehistórico. El más conocido es la jutía (Isolobodon portoricensis), especie domesticada en La Española e introducida por los aborígenes a la Isla donde se asilvestraron. Su tamaño apetecible adulto de sobre 2 kilogramos (5 libras) lo condenaron a la cacería que acabaría con ellos a comienzos del siglo pasado. El rol ecológico que habría realizado es la dispersión de semillas de árboles frutales y palmas que almacenaban enterrándolas y luego olvidaban. Sus parientes más cercanos del mismo porte y hábitos son los agutíes de Suramérica y las jutías caprómidas de Cuba. En los parques urbanos del continente los mansos animalitos mendigan migajas de los visitantes con el beneplácito de las autoridades pues contribuyen al aseo público.
A todas luces las ratas espinosas suramericanas llegaron a la Isla en canoas aborígenes. Cumplían las mismas funciones ecológicas que las ratas euroasiáticas que las desplazaron. Se cebaban en las hortalizas para acabar en el puchero indígena. Aunque la taxonomía tradicional le adscribía nomenclatura endémica, un estudio reciente integra la nativa a la especie suramericana común (Proechimys semispinosus). No está claro si realmente se ha extinguido, pues hay indicios de poblaciones remanentes en islitas periferales. Cualquiera puede distinguirlas de las ratas comunes actuales sobándolas para sentir sus finas espinas.
El roedor caviomorfo endémico más grande (sobre 10 kg) que hubo en la Isla lo fue el castor puertorriqueño, que habitó los humedales, ríos y quebradas del país incluyendo El Yunque. Se estima que el antepasado de Elasmodontomys obliquus llegó por la corriente ecuatorial del Atlántico norte en balsa de vegetación expulsada por el paleo río Niger hace más de 25 millones de años cuando la separación entre África y América era la mitad de lo que es actualmente. Sus osamentas aparecen en depósitos paleontológicos pero escasean en yacimientos aborígenes tardíos, lo que supone una temprana extinción a manos de los primeros humanos en llegar al País.
Según un estudio, existen afinidades anatómicasy bio-moleculares entre nuestro castor endémico y el coypu suramericano. / Ogg Theora, Creative Commons.
Por extraño que parezca, existen algunas especies de roedor caviomorfo de tamaño y biogeografía similar al castor endémico extinto. Uno es el capibara (Hydrochaeris), herbívoro de los pantanales descampados. El otro es el coypu (Myocastor coypus), la única especie de la familia de jutías caprómidas antillanas nativa de Suramérica. El estudio “Theearliest Caribbean rodents: Oligocene caviomorphs from PuertoRico”, del palentólogo puertorriqueño Jorge Vélez-Juarbeetal, publicado en Journal of Vertebrate Paleontology este año, reconoce afinidades anatómicas y biomoleculares entre nuestro castor endémico, el coypu y el capibara.
Existen varias especies de roedor caviomorfo de tamaño y biogeografía similar al castor endémico extinto. El de afinidad más ancestral podría ser el coypu, la única especie de la familia de jutías caprómidas antillanas nativa de Suramérica y translocada por humanos a Estados Unidos, Europa, Asia y África. En el viejo mundo ha sido domesticado por la calidad de su piel, donde poblaciones cimarronas se han naturalizado con mucho éxito.
De los caprómidos antillanos que aún existen se destacan las jutías grandes de Cuba con peso adulto de 8.5 kilogramos (casi 20 libras). La mayor y más común es la jutía conga (Capromys pilorides) con subespecies que prefieren merodear los cursos de agua en áreas de bosques. Del mismo tamaño es la jutía arbórea de rabo prehensil (Mysateles prehensele). Ambas especies son mansas vegetarianas con suplemento de insectos y lagartijas ocasionales y domesticables. Los roedores caviomorfos producen un pequeño número de crías precociales. Nacen con ojos abiertos, pelambre adolescente y hábiles al caminar. Aunque la madre los lacta por un tiempo, si un humano interviene para alimentarlos lo aceptan como nodriza y se domestican por improntación.
El caviomorfo continental más prometedor, aparte del coypu, como reemplazo del castor boricua es sin duda la paca (Agouti paca) cuyos adultos promedian 13 kilogramos (más o menos 30 libras). Es el roedor de caza más apreciado por su carne que se compara con la de ternera. Vegetariano, hace sus madrigueras en las márgenes de riachos y quebradas en los bosques. Animal manso, fácilmente domesticable por improntación aunque no es muy prolífico.
De antigüedad comparable al castor criollo es el pequeño carnívoro Nesophontes edithae, que habría llegado desde África occidental balseando para la misma época sino antes. Pertenece a la orden Tenrecoidea con las musarañas nutrias de África occidental (Potomogale velox) y Madagascar (Limnogale mergulus). Ambas especies son tan pequeñas como el Nesophontes de aquí (300 a 950 g) y viven en cursos y cuerpos de agua dulce donde se alimentan de insectos, sapos, moluscos, cangrejos, peces y camarones. En sus regiones de origen se ven amenazados por el desmonte y la contaminación de las aguas.
El último mamífero terrestre de la fauna perdida de Puerto Rico es el más problemático de confirmar porque la evidencia de su existencia es circunstancial. La presencia de monos neotropicales (platirrinos) en todas las Antillas Mayores menos la Isla ha sido comprobada para la misma época en el Mioceno, hace 26 millones de años, que aparecieron en Suramérica, proveniente sin duda de África por el mismo corredor que balsearon los roedores y musarañas. ¿Pasaron de largo la Isla, la primera recalada firme de la corriente ecuatorial del Atlántico norte? ¿O se trata de prospección paleontológica y arqueológica deficiente? Presumiendo lo último, hay razones de peso para postular la necesidad de tener especies de monos inofensivos de América que ocupen la vacante biogeográfica amenazada por los problemáticos Rhesus asiáticos (Macaca mulatta) con una poblacion cimarrona naturalizado en el oeste de la Isla.
Los monos neotropicales, o sea de América, son vegetarianos, alimentándose mayormente de frutas, hojas, nueces y resinas. Con una excepción todas las especies son de hábitos diurnos, fáciles de observar y manejar. Los de mayor tamaño son los aulladores del género Alouatta (hasta 8 kilogramos ó 15 libras) con especies desde el sur de México hasta la gran cuenca amazónica. Sus rugidos mantienen la separación territorial de sus clanes y facilita su localización. La mitad de su alimentación es el follaje tierno de árboles y el resto frutas y sabandijas. Curiosamente, el presumible ancestro de las especies de tierra firme continental lo sería el Paralouatta del Mioceno de Cuba.
Los monos capuchinos del género Cebus (2 a 4 kilogramos 5 a 6 libras) son los más inteligentes y versátiles de los primates americanos. Utilizan herramientas rudimentarias para obtener la mayor diversidad de alimentos de cualquier otro mono neotropical. Su amplia distribución es compartida en alianza mutualista con el asustadizo monito ardilla (Saimiri sciureus) que pesa entre 600 gramos y 1.4 kilogramos (1 a 2 libras). Bandas de cada especie comparten la búsqueda de alimentos, sirviendo los Saimiri de centinelas que aprovechan los bocadillos expuestos por los capuchinos. El consorcio de ambas especies ocuparía la vacante biogeográfica de los primates y sería fácil establecer porque ya existe una presumible especie endémica de mono ardilla naturalizada en Puerto Rico.
Interesantemente, el ancestro de los monos ardillas modernos podría haber sido el Antillothrix de La Española del Mioceno. La nueva especie criolla surgió de un incidente a principios de la década de 1970 en el Centro de Primatología de la Universidad de Puerto Rico en Sabana Seca, Toa Baja. Aunque protegido por una cadena de mogotes impenetrables en un rincón cercado de la base naval, los laboratorios del Centro fueron escalados en horas no laborables por vándalos que no contentos con el robo de equipo abrieron las jaulas exteriores de los monos Rhesus y ardillas residentes permitiendo su fuga.
Al día siguiente los científicos se toparon con una escena insólita. Los inteligentes Rhesus esperaban impasibles su desayuno dentro de las abiertas jaulas. Los monitos ardilla por el contrario habían huido en masa a la libertad de los mogotes atizados por su instinto básico.
Aquí comienza una épica evolución biogeográfica. Resulta que los monitos en fuga pertenecían a dos subespecies distintas de Saimiri, diferenciables por su apariencia. S. sciureus provenía de Guayana y es nativa de la mayor parte del norte de Suramérica. Al extremo oeste de la misma región en el piedemonte andino es parapátrica con S. oerstedii, la otra especie fugitiva con la que es interfértil.
Evidentemente ambas especies, o si se prefiere subespecies, se acomodaron a la vida compartida y se hibridaron. La selección ambiental y sexual se encargó de generar la población actual observada por los primatólogos del Centro. Casi medio siglo de naturalización ha consolidado el endémico Saimiri portoricensis a despecho del atavismo paradigmático colonial que niega su existencia por las autoridades federales y sus edecanes estatales. Nuestro monito ardilla debe ser translocado de su “isla” de mogotes a El Yunque donde cumpliría su destino en el remplazo de la fauna perdida.
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El autor es Catedrático del Departamento de Geografía de la Universidad de Puerto Rico.