Decía Gabriel García Márquez que el gran talento del Caribe era narrativo. De forma maestra en esta región que nos circula se entienden la dimensión de los acontecimientos y se sabe contarlos. Es una fortuna regional, afirmaba, de la cual él era devoto fanático y vocero.
El hombre de Aracataca profesó encarnada pasión por el Caribe a lo ancho de su geografía. Nunca se fue de la costa colombiana porque jamás, según fueran sus palabras, supo extraerse de esa raíz. Le diría al periodista Ernesto McCausland – cuya entrevista citaré a lo largo de la nota– que “cualquiera que haya leído cualquiera de mis libros se da cuenta que yo no me he ido… Uno se va cuando se desarraiga… no he podido desarraigarme del Caribe”.
Otros escritores dirían que su patria es su lengua, para García Márquez, sin embargo, el Caribe, en variedad de idiomas, era su única casa, a la que volvía sin importar las coordenadas.
“A mí me sueltan vendado y yo sé que estoy en el Caribe porque el organismo está funcionando de alguna manera que no funciona en otra parte. La mente, todo, es un reajuste que se debe a una identificación total del cuerpo y de la mente con el medio”, decía.
Ese viaje a Ítaca y su búsqueda del hogar se pone de manifiesto en otra de sus grandes pasiones, la música. Se le atribuye haber dicho que todo es música, que es la vida misma. Lugar común, tal vez, de este personaje caribeño y buen latinoamericano. De todos modos, la música popular en su técnica, en su historia y en su manifiesto de la cultura se hermana con las formas literarias. Dicho de otra forma, la oralidad caribeña se ha sabido trasladar magistralmente a través de distintos registros como el musical y el literario. A propósito de esto y con gran lucidez, me ha comentado el investigador en etnomusicología y entrañable amigo César Colón Montijo que el escritor costeño supo, como casi nadie, esencializar la oralidad y transferirla a la página escrita.
Sin querer he recogido una serie de anécdotas que dan fe de la devoción del autor colombiano a dos imponentes artistas –y narradores (por qué no)– puertorriqueños: Ruth Fernández y Daniel Santos. Es, sin lugar a duda, una especie de mitomanía en espiral.
Comencemos con “el inquieto anacobero” como fue conocido nuestro Daniel Santos, que ha despertado más de una pasión y a su vez más de un relato. Intérprete, compositor y un largo etcétera, Santos dedicó su última grabación a Gabriel García Márquez. En 1983 sacaba al mercado “Homenaje del Jefe al Gabo”, en cuyo proyecto canta el tema “El hijo del telegrafista”, de la autoría de Antonio del Vilar, en honor al escritor Nobel.
Esta relación entre los grandes no se profesó de un solo lado y aunque hubo proyectos que no se cuajaron (como que García Márquez escribiera las memorias del cantante de Trastalleres), el cataquero hizo público el cariño y la admiración que sintió por Daniel Santos.
“…Éramos hinchas de Daniel Santos. Más aun en esa época Daniel Santos vivía en Barranquilla y éramos muy amigos de él. Y no es por casualidad que Daniel Santos acaba de publicar, de grabar un disco que se llama ‘el Jefe canta a Gabo’. Más aún yo tengo un cable que guardo con un gran cariño donde me pide Daniel Santos que yo lo ayude a escribir sus memorias…”, confirmaba en una entrevista cuyo audio se conserva en Caracol Radio.
Se le atribuye a García Márquez, como otras tantas citas, haber dicho que lo único mejor que la música es hablar de la música. En el caso de Ruth Fernández, la artista ponceña fue hasta hace muy poco tiempo motivo de conversación y de alegría para el escritor.
Como buenos cuentacuentos y buscacuentos que somos los caribeños supe de algunas anécdotas que relacionan a Ruth Fernández con el autor de los Buendía. Escojo destacar la historia que la documentalista Caridad Sorondo tuvo la amabilidad de hacerme llegar. A ella el cataquero le habló con emoción de “el Alma de Puerto Rico hecha canción”:
“Cuando nos conocimos en la Cátedra Julio Cortázar en Guadalajara, me dijiste que Puerto Rico para ti era el país de las nostalgias y la patria de la gran cantante Ruth Fernández. Me contaste tu encuentro con nuestra Ruth, en la gloriosa Cueva de Amparo Montes y cómo la seguías y perseguías a todas las presentaciones que ella hizo en México. Fue tal el entusiasmo de tu relato que los amigos Carlos Fuentes, José Saramago y Chema Pérez Garay me pidieron que les enviara discos de Titi Ruth”.
Pareciera que Gabriel García Márquez fue un hombre que siempre regresó al Caribe a través de la expresión verbal entendida en su pluralidad. Es un regalo conocer en materia a dos de sus asideros, a dos formas de estar, a mitos entre mitos.
La autora es periodista y egresada del Programa Graduado de Literatura Española de la Universidad Complutense de Madrid.