A continuación, republicamos la ponencia del doctor Jorge Lizardi en el foro "Universidad y casco urbano": estrategias para diseñar una comunidad", organizado por Diálogo y efectuado el pasado 19 de marzo.
Los desencuentros entre las comunidades de la Universidad de Puerto Rico (UPR) y del centro riopedrense han sido poderosos. A lo largo del siglo XX, ambos universos sostuvieron vidas paralelas que se intersecaron en opacas o incidentales dimensiones. Sin embargo, los deseos por una simbiosis vibrante no han sido ajenos a sus habitantes. Desde la Escuela de Arquitectura, por ejemplo, se ha intentado entender a menudo la naturaleza histórica de las murallas que desalientan los intercambios entre un mundo y otro.
Decenas de estudiantes y no pocos profesores de arquitectura han ideado estrategias urbanas que podrían apuntalar una demolición de las distancias, creándose así condiciones de posibilidad para la existencia de comunidades integradas. En dirigir este trabajo de estudiantes, de hecho, nos hemos entretenido durante los últimos años en el Centro Interdisciplinario de Urbanismo, Diseño Ambiental y Desarrollo (CIUDAD) de la Escuela, tanto el profesor Manuel Bermúdez como este servidor.
Ahora bien, la suerte del centro urbano de Río Piedras está tan atada al devenir histórico de la UPR como al del país. Su descomposición aparentemente irreversible comenzó hace más de medio siglo, justo con las prisas modernizadoras del Estado Libre Asociado. En ese sentido, nunca podría achacársele su crítico abandono a las muchas transformaciones de las comunidades diversas y a menudo incongruentes que habitan en la UPR. Aunque los cambios físicos y sociales de la institución educativa han pasado una cruel factura al centro urbano, Río Piedras también ha tenido más o menos el destino que la inmensa mayoría de los centros urbanos de la Isla.
Quiero hacer un paréntesis y subrayar que la arquitectura crea o destruye condiciones para los intercambios. No puede, en cambio, garantizar ni impedir las intersecciones humanas que producen comunidades. Eso ya lo hemos visto en esos inmensos laboratorios arquitectónicos que fueron los proyectos de vivienda pública. Sobre la arquitectura Michel Foucault afirmaba que “si fuésemos a encontrar un espacio —y tal vez exista alguno— donde la libertad es efectivamente ejercida, encontraríamos que esto tiene poco que ver con el orden de los objetos, y mucho con la práctica misma de la libertad”. Lo mismo podría afirmarse de una “Ciudad Universitaria”. Su existencia depende de sus prácticas, no solo de las formas, aunque no debería quedar dudas de que el diseño urbano puede o bien sostenerlas y promoverlas tanto como impedirlas.
Sin pretender ser exhaustivo, quisiera en adelante enumerar algunas de las transformaciones sociales de San Juan, del centro y la periferia de Río Piedras y finalmente de la propia UPR; transformaciones que han comprometido con toda la fuerza de lo acontecido las posibilidades de futuro de una Ciudad Universitaria que hoy parece pertenecer más a la memoria que a ninguna enunciación de los cuerpos que la habitan.
Cambios históricos generales y desencuentros entre la UPR y Río Piedras
Tendríamos que tomar en consideración primero que nada, la arraigada cultura del automóvil y las transformaciones de la infraestructura vial en toda la zona metropolitana a partir de los años 50. Solo enuncio algunos de sus efectos a manera de muestra.
Los estudiantes, a partir de su motorización, dependerían menos de los hospedajes en el casco urbano. Algunos incluso viajan a diario de lugares tan distantes como Cayey y Salinas.
A partir de la conquistada libertad de movimiento que otorga el uso privado de los automóviles, los estudiantes prescinden de los servicios en los centros urbanos; los pueden buscar afuera, en condiciones francamente más amables, diversas y hasta democráticas. El auto es promotor de una libertad de consumo antes improbable, y los centros urbanos en esto tienen un duro reto.
Los comercios tradicionales de los centros urbanos comenzaron pronto a responder a este cambio en las prácticas de habitación de la ciudad moderna, ubicándose fuera del mismo, preferiblemente a lo largo de carreteras o avenidas como la 65 de Infantería, la Piñero y aún de la misma carretera de San Juan a Caguas. ¿Acaso esto no es lo que explica el caos vial de la avenida Roosevelt?
Y por nada se podría despreciar menospreciar la poderosa y generalizada cultura cibernética: el internet da una otra dimensión de libertad a los consumidores, incluso, multiplica las posibilidades de socialización, la llega a convertir en acto permanente.
En segundo lugar, la muy poderosa y magnética presencia de los centros comerciales suburbanos es consecuencia del triunfo del culto al automóvil personal.
Estos centros, dondequiera que se planten, demuelen pertinencia al comercio de los centros urbanos como Río Piedras. La historia se repite una y otra vez en los municipios, y si algunos de ellos mantienen alguna vitalidad se debe a la existencia en ellos de servicios de gobierno, escuelas, facilidades universitarias. Habría que celebrar, por ejemplo, la valiente decisión de la Universidad Católica de Ponce de crear en el mismo corazón de la ciudad su nueva escuela de arquitectura.
Los centros comerciales se han convertido en sí mismos en espacios de socialización, convenientes, seguros, con servicios que se extienden hasta bien entrada la noche. Es mucho lo que los cascos urbanos tendrían que aprender de sus lecciones; pero seguir fomentándolos y celebrándolos en nombre del progreso y los empleos no es si no empujar más profundamente el puñal.
Los “shoppings” son seductores simulacros de ciudad, sin olores, sin calores, sin tiempo, se puede llegar en auto sin mayores contratiempos, y proponen una ilusión de seguridad difícil de cuestionar. En suma, el centro comercial le ahorra el horror a los consumidores de tener que adentrarse a los decadentes centros urbanos. Pero por lo mismo, alientan la intolerancia hacia todo aquello que no respire la normalidad de un espacio climatizado, haciendo de los centros urbanos un espacio imposible de extrañar.
En tercer lugar, es imposible no considerar en los retos de una ciudad universitaria el efecto centrífugo que legó el desarrollo exponencial del suburbio periférico al centro de Río Piedras y a la propia UPR.
El declive en la población del centro urbano es paralelo al desarrollo de la periferia suburbana de Río Piedras. La curva demográfica descendente es inmediata a las primeras urbanizaciones inmediatas a la UPR. Es decir, el desvanecimiento poblacional no esperó a los centros comerciales.
Me refiero a urbanizaciones como Dos Pinos, Los Maestros, Santa Ana, Hyde Park, San Agustín, El Monte, Baldrich, entre otros. Tuvieron efectos multiplicadores. El desplazamiento de profesores, trabajadores e incluso hospedajes fue persistente desde los años 50, al punto de quedar apenas un puñado de profesores dentro de Santa Rita.
Cambios históricos en el casco de Río Piedras
Aunque existe desde hace casi 300 años, como centro urbano, Río Piedras toma fuerza a partir de la fundación de la UPR en 1903. En los primeros años sostuvieron una intensa simbiosis.
Por otra parte, Río Piedras existía más que para los universitarios: fue un importante centro comercial hasta la década de 1980, un nodo crucial de transportación, un centro cultural manifestado en sus diversas salas de teatros como el Paradise, que finalmente cierra sus puertas en 1987 ante el empuje de las cadenas de cine. El tiempo demostró que no es posible competir con los centros comerciales, ni con flamantes supermercados, la presión o exigencias de los conductores. Ir de compras a Río Piedras se ha convertido, incluso para los universitarios, en cosa de perdedores —los que no tienen auto— , de algunos “hipsters” (como yo) y otros pocos lunáticos.
La tabla de salvación que se pensó sería el tren urbano tuvo un efecto contraproducente. La estación de tren frente a la UPR ha sido uno de los peores errores de planificación urbana reciente. Estudiantes y profesores no necesitan atravesar para nada el casco urbano para llegar a las aulas. Incluso, muchos pasajeros que se dirigen a San Juan ahora pueden llegar hasta Santurce, y si algo se ha repotenciado son los alrededores de la estación de Sagrado Corazón.
Importante es notar que en el afán de resolver los innumerables atascamientos, los ingenieros de tránsito diseñaron avenidas que encapsularon el centro histórico, lo aislaron por murallas de tránsito rápido y hostil a los peatones: la Muñoz Rivera, la Avenida 65 de Infantería, la Avenida Barbosa, la Avenida Central. Entre todas enajenaron el centro de sus periferias peatonales, del Barrio Buen Consejo, Capetillo, de El Monte. Nadie parece considerar a la hora de resolver los nudos del tráfico como las decisiones marginan, excluyen, destruyen posibilidades económicas y sociales. Además, las vías rápidas o avenidas pobremente diseñadas han terminado por distorsionar brutalmente el sentido de las distancias. Caminar desde el hospital Auxilio Mutuo a la Plaza del Pilar parecería inaceptable a la mayoría de los habitantes, solo por dar un ejemplo.
Los cambios en la UPR han pasado su factura
En sus primeras décadas, el centro urbano era el lugar hacia donde, con toda naturalidad, giraban las vidas de los estudiantes. Al revisar los mapas tempranos del desarrollo de la institución es fácil encontrar que hasta entrada la década de 1930, la calle Brumbaugh morían dentro del corazón de los terrenos universitarios y las fachadas de los edificios de la desaparecida Escuela Normal pivoteaban hacia la ciudad.
El primer plan maestro de la UPR, preparado por la firma estadounidense Benett, Parsons y Frost en los años 20, optó por ignorar la existencia del centro urbano y girar su organización hacia el Oeste. Los arquitectos crearon un eje hacia que atravesaría el cuadrángulo y culminaría en el teatro, de manera perpendicular a la avenida Ponce de León, conectando además con lo que eventualmente se conocería como Avenida Universidad. Cabe señalar que la avenida Universidad no era sino una especie de camino hacia una de las muchas fincas privadas de todo el sector. Hasta luego de los años 50, desde la Torre solo se percibía el campo y sus cultivos.
El segundo plan maestro de desarrollo de la UPR fue encomendado a Henry Klumb, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Klumb en un principio respetó el eje organizador concebido por Bennet, Parsons y Frost. Por esto sus primeros edificios —Facundo Bueso, el Museo, la Biblioteca, se alinearon a ambos lados del mismo e ignoraron de paso el casco urbano. Luego propuso un nuevo y poderoso pivote desde el cuál se regiría la vida y el futuro desarrollo de la UPR: el Centro de Estudiantes. Sin duda, el Centro tuvo y volverá a tener un efecto centrípeto sobre las actividades cotidianas estudiantiles, restándole al centro de Río Piedras buena parte de su público natural.
A partir de la propuesta de desarrollo de Henry Klumb, el recinto de la UPR creció en dirección este y norte, en sus propios terrenos. De esa manera, la institución fue concentrando en sí misma teatros, concesionarios de comida, librerías, servicios, laboratorios, auditorios, oficinas. Mientras más se afanaran las autoridades en el desarrollo de una “villa académica” dentro de las fronteras de las fincas propias, más lánguido se haría el centro urbano. Hoy podríamos decir que la UPR se ha convertido en un ente autónomo al vecino casco urbano. Las periódicas huelgas, de hecho, no ha logrado si no rematar lo que ya muchas decisiones arquitectónicas y programáticas habían comenzado.
Uno de los aspectos en los cuáles la UPR falló tristemente fue en la creación de más residencias para estudiantes y profesores. Apostó a que la ciudad podía satisfacer esa necesidad. En esto perdieron los dos. La institución por matar su vida social dentro del campus más allá de las 6:00 de la tarde; Río Piedras por no poner coto a los especuladores de los hospedajes y permitir la transformación de muchos de sus antiguas residencias en especies de conventillos para una población volátil, inestable como la de los estudiantes. Esta “arrabalización” del centro urbano es contradictoria a su vez: ha empujado a los universitarios a buscar hogares más allá de los lindes riopedrenses.
Un último punto me es inevitable subrayar. En torno al Recinto de Río Piedras los estacionamientos han crecido exponencialmente y con esto se ha construido otra muralla entre el casco urbano y el recinto. Además, con ello ha muerto la idea de un recinto que a la vez sirviera como gran espacio verde a San Juan tanto como a los universitarios. Al intentar responder a la demanda por “parkings”, nadie pareció sospechar que, como antes se propuso, la arquitectura crea condiciones de cambio o las impide. El predominio de las explanadas de asfalto han colapsado dos de ellas: el deseo de socializar en el campus y la cercanía con su entorno urbano.
Como antes sugerí, en el tiempo el Recinto de Río Piedras se ha convertido más en una ciudad en sí mismo. Las prácticas de su uso, incluso, son peligrosamente parecidas a las que acaecen en los “shopping mall”, con sus enormes fronteras de asfalto a vuelta redonda: a la UPR se entra para consumir un servicio, y luego de esto se sale sin voltear la vista atrás. Atrás quedó el poderoso sentido de lugar del cuál sus habitantes sentían un franco orgullo.
Pensar contra lo totalidad de lo acontecido, contra toda la fuerza de lo histórico, parece un acto de osadía feroz. En ello tienen poca cabida la nostalgia o la timidez. Habría poco que restaurar, es inevitable aceptar la pérdida y urgente inventar a gusto un futuro. De lo contrario, lo que tal vez fue un atentado de Ciudad Universitaria continuará su camino ruinoso. Rio Piedras seguirá siendo sí, una ruina obscena, que no se contempla con el mismo asombro o el placer que nos causan Pompeya o Éfeso, porque son ruinas que pudieran e insisten en ser habitadas.
El autor es catedrático de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Es experto en Historia, Historia Latinoamericana y Estudios Urbanísticos, dirige actualmente el Centro Interdisciplinario De Urbanismo y Desarrollo Ambiental (Proyecto CIUDAD) de la Escuela de Arquitectura de la UPR.