Se abre la puerta para entrar. Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico (UPR). La atmósfera, llena de silencio. Sólo se escuchan los zapatos de un pequeñín que entró, y el sonido chillón del celular del guardia de seguridad sentado a la puerta. Pero al fin y al cabo, silencio.
A la izquierda, una exquisita mezcla de sonidos se hace visible a través de un cuadro: El Velorio, pintado por uno de los nuestros: Francisco Oller. Un perro ladra, mientras un jíbaro toca dulcemente la guitarra, y otro traga fuertemente el ron que se está tomando.
Muchos murmuran acerca de lo que pasó con ese niño que yace inmóvil, como un ángel dormido.
¿Cómo una simple pintura puede apelar a los oídos? La imagen es musical, es sonora, es banquete auditivo… No sólo visual.
Este cuadro de Oller, sirve como punto de arranque para la exposición La Música Callada, que actualmente exhibe en el Museo localizado en el Recinto de Río Piedras.
La Música Callada, es un verso de San Juan de la Cruz, escogido para una exhibición donde la presencia de la música es evidente, pero silente.
La idea detrás de la preparación de esta exposición recae sobre el profesor Nelson Rivera, de la UPR, Recinto de Humacao. Actualmente, el museo cuenta con una composición/instalación ideada para museos llamada Museum Circle, que fue idea del compositor, filósofo y artista plástico John Cage. El profesor Rivera, quiso acompañar esta instalación de John Cage, con colecciones del museo que representan la pasión de este compositor: la música.
Rivera se paseaba por cada pieza con sumo cuidado. Un deleite de estilos musicales se desborda por el pequeño salón. Desde música indígena y africana, hasta música clásica y sinfónica. Los ojos se convierten en oídos.
Se pierden las voces de El Velorio. Pero, ¿y eso qué es? “Cortaron a Elena, cortaron a Elena, cortaron a Elena y se la llevaron pal’ hospital”, cantan las voces calladas que salen del cuadro de la esquina: Cortaron a Elena del portafolio de las plenas, por Rafael Tufiño (1954). Pleneras, pleneras, y más pleneras, entonan la canción.
Luego, hacia la derecha un cartel sicodélico llama la atención. 1969. Una serigrafía de Antonio Martorell llamada Lucecita. La pieza entona una dulce melodía con una potente voz.
“Este cuadro celebra el triunfo de una puertorriqueña en el extranjero. Es una forma de expresar el sentir de un pueblo, de recoger una voz popular”, comenta Rivera.
Ojos y oídos dichosos los que pasan por esta sala. Se avivan las ganas de continuar escuchando. ¡Qué manjar musical! Sin hacer ni una chispa de ruido.
Entre los sonidos del campo enmarcados en El Velorio, las pleneras que resuenan el cántico de “Cortaron a Elena”, los tambores indígenas y la voz de Lucecita, se deleitan los visitantes de La Música Callada. Una experiencia enriquecedora.
Nunca el silencio había hecho tanto escándalo.