Allí se encuentra Ella, única, entre medio de todos Ellos. Vestida como uno más, pero en su rostro, en ningún momento pierde sus encantos femeninos. Quizás de espalda te pueda confundir, pues es ancha y lleva encima ese chaleco antibalas que distinguen a los de su especie y los protegen de los vasos plásticos llenos de líquido pa’ “borrachos”, el que solemos beber los de la mía, los estudiantes universitarios. Ella y Ellos aparentan no tener vicios, no fuman, no beben, no sostienen actos sexuales en sus salidas. Sin embargo, ostentan un modo cuestionable de ejercer su trabajo, con violencia. Sus destrezas de oratoria son escasas. ¿Para qué las necesitan? Si en las cinturas portan el arma. Todos Ellos y sólo Ella, me acompañan cada noche en mis salidas. Mirándome, hostigándome, caminando entre nosotros con aires de superioridad, observando cuidadosamente cada una de mis acciones, haciéndome sentir delincuente y culpable de un delito desconocido. Desconocido no, olvidado. Sí, olvidado, les recuerdo que a principios del siglo pasado perseguían a todas aquellas personas que se reunían a compartir y a dialogar ya que podían ser enemigos del Estado. ¿Será acaso que nosotros, los universitarios, somos la nueva amenaza? Los nuevos enemigos de ese Estado. Aunque tengo que admitir que me resulta emocionante el halago, pienso que nos queda hasta grande. Creo que hay bastantes personas y entidades que llevan largas décadas luchando por el título de “subversivos o peligrosos” para que se nos atribuya a nosotros sin el menor esfuerzo. Confieso que en mi especie más que amenaza, hay ignorancia y olvido, pues olvidamos nuestra historia con demasiada facilidad o simplemente en algunos casos no nos interesa conocerla, obligándonos como masa a repetirla y padecerla. Mientras tanto Ellos y Ella, más Ellos que Ellas, siguen ahí con sus ojo sobre mi trago. Ella es esa mujer policía de mirada perdida, que no sabe por qué ni para quién, sólo sabe que de martes a sábado tiene que estar allí parada, esperando…esperando dar el primer disparo de injusticia. Esta ha sido mi experiencia en las últimas semanas, ya no importa el coqueteo, la oratoria simple de conquista, las conversaciones de arte e historia o el lubricante social llamado alcohol que tanto nos relaja. Esto es una guerra en un viejo campo de batalla entre dos especies ridículamente poderosas. El autor es estudiante de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras