
SOBRE EL AUTOR
En la política, el antagonismo, la comparación y la demonización son armas tradicionales. No son quizás las más éticas pero definitivamente, en la medida que un candidato logre causar una opinión negativa del contrario, el pueblo se verá en la necesidad de optar por su candidatura. Así pues, si logramos que los electores le tengan miedo, desprecio, rabia o cualquier otro sentimiento adverso al opositor, más votos tendremos a nuestro favor.
El candidato a la presidencia mexicana, Andrés Manuel López Obrador, ha sufrido desde hace más de 9 años una fuerte comparación con una de las figuras más polémicas de Latinoamérica: el presidente venezolano, Hugo Rafael Chávez Frías y sus más cercanos aliados de la región, Fidel Castro, Rafael Correa, Evo Morales, entre otros. Por más que el político tabasqueño se ha esforzado en distanciarse de los líderes propulsores de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA, por las siglas de su nombre inicial: “Alianza Bolivariana para América”), el estigma que ocasionan el pertenecer a un partido “de izquierda” y sus propuestas afines a esta vertiente, así como su ambigüedad en el pasado en cuanto al asunto de la nacionalización de empresas en México, generan un terreno fértil para que sus enemigos lo señalen como un “Chávez en potencia”.
Ahora bien, hay varios ejemplos de líderes políticos con discursos socialistas, o que han sido señalados como “posibles Chávez” y la “perdición de los valores democráticos”, que una vez electos, han demostrado que dichas acusaciones eran falsas. Cuando el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, estaba en campaña, sus promesas de dar la mano al necesitado lo hicieron objeto de fuertes críticas que lo llamaban socialista y dichos señalamientos persisten incluso hoy en día, en torno a su reelección. Aún así, Obama ha sido bastante más conservador en sus decisiones políticas de lo que habían profetizado sus contrincantes.
Asimismo, el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, perteneciente al Partido de los Trabajadores, igualmente fue víctima de la misma comparación. Incluso, durante sus primeros años de gobierno, debido a sus buenas relaciones con Venezuela, Ecuador, Bolivia y demás países de la ALBA, la comparación de Lula con Chávez se afincó. Pero al término de su mandato, no sólo Brasil había progresado considerablemente socioeconómicamente, sino que, aún cuando algunos sectores de la sociedad brasileña buscaron conseguir su reelección, Lula da Silva rechazó la idea para darle paso a un sucesor. Esto lo diferencia diametralmente con el presidente venezolano.
Por lo tanto, un discurso “de izquierda”, no convierte a un candidato en un “Hugo Chávez” por sí solo. Más aun, si analizamos ambos personajes en cuanto a su historial, veremos las distantes diferencias entre los dos.
Hugo Rafael Chávez Frías es un militar. Instruido en las Fuerzas Armadas venezolanas, no tuvo ninguna participación en la política de su país hasta que en el año 1992, participó en una intentona de Golpe de Estado en contra del otrora presidente Carlos Andrés Pérez y fue quien, ante los medios, declaró la derrota de su grupo revolucionario, el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR200). Fue encarcelado y luego puesto en libertad por un indulto presidencial del ex presidente Rafael Caldera. Viaja a Cuba y es recibido por Fidel Castro el 14 de diciembre de 1994. En 1995 inicia una campaña para ser electo presidente en 1998, en la que ya anunciaba su intención de hacer cambios en la Constitución; lo que le consiguió la victoria en los comicios electorales. Desde 1999 ha sido el mandatario venezolano. Ya desde antes se podía ver, en primer lugar, la búsqueda de cambiar radicalmente la nación venezolana y en segundo, una incipiente y cercana relación con Cuba y Fidel Castro. De igual modo, en su campaña política, la frase: “vamos a freír a los Adecos en aceite” (miembros de Acción Democrática, uno de los dos partidos políticos que mantuvieron una hegemonía presidencial durante más de cuarenta años en dicho país sudamericano), así como otros dichos llenos de violencia y confrontación política, dejaban ver su naturaleza de confrontación, típica de una persona con formación castrense (militar).
Por su parte, Andrés Manuel López Obrador es un hombre con 35 años de carrera política. Tiene una licenciatura en politología de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México. En el 2000 fungió como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, y ya fue candidato a la presidencia en 2006, elección que perdió por un número de votos ínfimo, en relación a la cantidad de habitantes que tiene México.
Durante su desempeño como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, realizó alianzas con los empresarios privados, cosa que luego contrastó con el hecho de que en su campaña de 2006, hablara de nacionalización. Además, se negó a firmar un acuerdo en el que se aseguraba la no nacionalización de empresas. Esto le ganó el descontento de muchos sectores.
Ahora en 2012, ha adoptado un discurso mucho más sosegado y conciliador. Aun cuando todavía habla de dejar la industria energética en manos del Estado (algo común en las políticas de Chávez, Correa y Morales), López Obrador ha querido dar tranquilidad al sector bancario y empresarial privado, al ofrecer seguridad jurídica y patrimonial a los bancos y empresas nacionales, en la Convención anual que ofrece la Asociación Bancaria de México, con el ánimo de generar confianza en el sector económico del país. Además, el amor y la paz, son elementos fundamentales en su campaña; dos cosas muy necesarias en la nación mexicana que tan afectada se ha visto en los últimos años debido a la violencia.
Ahora bien, no es mi intención con este escrito hacer campaña por el candidato a la presidencia mexicana por el Frente Amplio Progresista (una coalición del Partido de la Revolución Democrática a la que pertenecía el candidato originalmente), Partido del Trabajo y el Movimiento Ciudadano. No pienso estipular aquí si es él la mejor opción para la nación mexicana y verdaderamente no creo saberlo. En todo caso, busco hacer notar que la comparación entre él y Hugo Chávez no es del todo acertada.
Incluso entiendo a algunos venezolanos que se han dado la tarea de advertir a los mexicanos de no elegir a un “socialista”, a menos que quieran un “Chávez” como presidente. Específicamente, se ha corrido por las redes sociales mexicanas, un correo electrónico en el que una venezolana que vive desde hace dos años en México, compara estos dos políticos augurando un desenlace igual al venezolano, si gana López Obrador. Si verdaderamente fue escrito por una venezolana que vive desde hace dos años en México, ésta ha obrado irresponsablemente al no haber averiguado sobre el origen del candidato mexicano, antes de hacer su opinión.
Como venezolano y una persona que no es partidaria de la revolución bolivariana, entiendo que los opositores de Hugo Chávez reaccionen casi “alérgicamente” ante la palabra socialismo y todo lo que parezca “de izquierda”, ya que Hugo Chávez ha sobresaturado a su nación con dicha palabra, haciéndola básicamente un sinónimo de Chavismo. Pero es importante destacar que Chavismo y Socialismo no son en sí términos equivalentes, así como no todo político que es “de izquierda” piensa establecer un régimen como el de Fidel Castro (o incluso el Stalinismo, como algunos radicales “de derecha” se han atrevido a decir) en su nación. Por ejemplo Luiz Inácio Lula da Silva o François Mitterrand en Francia durante dos mandatos (1981-1988 y 1988-1995, respectivamente). En realidad, la diestra y la siniestra cada vez se van entremezclando más para algunos partidos políticos en el mundo, mientras sólo algunos radicales, se aferran a los extremos. En la era que vivimos, el maniqueísmo blanco y negro de antaño, poco a poco va quedando difuminado en una extensa escala de grises.