Un cortejo fúnebre de cuatro jóvenes pasea por la brea del siete-ocho-siete, portando insignias ofensivas para la mayoría de la población. No sabemos si ellos saben lo que hacen. Solo sabemos que son jóvenes y, con toda probabilidad, puertorriqueños.
Supongamos que son cuatro y no hay uno más escondido detrás de las banderas. Supongamos que son solo cuatro, dos mujeres y dos hombres, todos de tez negra, posiblemente universitarios. Sabemos que transitaban en el descapotable frente al comité del Partido Nuevo Progresista el día de las elecciones.
Sacaron sus banderas. Leo Díaz, Estados Unidos y la Confederada. Una, en pos de un aspirante a alcalde de la ciudad capital fijado en contra de reconocer los derechos de la comunidad LGBT. Otra, históricamente símbolo de racismo, esclavitud, segregación y supremacía blanca. Insignias de opresión. Basándonos en hechos recientes, supongamos cuál de las dos cumple mejor con esta descripción.
Mirada hacia el frente y agarre firme de sus emblemas, formas para describir convicción. ¿Se dirigen a la playa o al porvenir? Cuatro jóvenes pasean doctrinas opresoras por nuestras calles. Supongamos que esta imagen es nuestra estampa. Nuestra bandera.
Foto por Ricardo Alcaraz