
Con mucha imaginación y profundamente entusiasmado, viajé más de 400 años a través del tiempo y el espacio para encontrarme con el imprescindible dramaturgo inglés, William Shakespeare. Nos citamos en los alrededores de su teatro, El Globo (The Globe), que está a las afueras de Londres, al pie del río Támesis, para una entrevista sobre el arte de la actuación. En la entrada del edificio, que tiene una estructura casi cilíndrica y que está descubierta (sin techo) en la parte donde está el escenario, hay una inscripción con la cita del antiguo pensador romano, Petronio, “totus mundus agit histrionem” (“todo el mundo actúa”).
La frase denota el convencimiento del dramaturgo inglés con respecto a la importancia que el teatro tiene para el ser humano. Shakespeare también fue actor. Y, evidentemente, esa experiencia ha enriquecido su instinto artístico y su sensibilidad dramatúrgica. En Hamlet, por ejemplo, sus opiniones sobre la interpretación son perceptibles cuando recurre al juego del ‘teatro dentro del teatro’ (el protagonista contrata a un grupo de actores para comprobar quién es el asesino de su padre; y, de paso, les aconseja sobre la actuación). Aunque no lo pretende, Shakespeare refleja un rico mundo interior: busca con su mirada el fin de mis ojos, escucha con detenimiento, gesticula con suavidad y responde cuidadosamente, como si cada pregunta de este admirador caribeño de otro tiempo fuera un agradable desafío a su intelecto y a su corazón.
M.R.: Llegué aquí poco antes de nuestra cita para poder ver su teatro con detenimiento. Fue muy emocionante observar un lugar tan emblemático, imaginar las presentaciones de sus obras y conjeturar sobre las reacciones del público ante los dramas o las comedias representadas. Pero me llama la atención que esté ubicado en un lugar bastante distante del centro de Londres. ¿A qué responde eso?
W.R.: Muchas gracias… Antes que nada, debo aclarar que The Globe no es solo mío. Lo fundamos un grupo de socios (actores, directores, dramaturgos y empresarios) con el fin de convertirlo en la sede de nuestra compañía, los Hombres de Lord Chambelán (Chamberlain’s Men). Eso sí, aquí hemos estrenado muchas de mis obras. La primera fue “Como gusteís” (As You Like It), que escribí para la inauguración del teatro, en el 1599. Por eso, en un segmento de la comedia uno de los personajes (Jaques) dice “todo el mundo es un escenario…” (all the world’s a stage…), porque quería referirme al nombre del nuevo teatro. ¡Pues si el globo es el mundo y el “Globe” es un teatro, entonces todo el mundo deberá ser un teatro! En cuanto a la localización de nuestro espacio (hace una pausa de varios segundos)… sucede que en mi época los teatros y los actores no eran –no son- bien vistos por la sociedad. Los gobernantes desconfiaban de los teatros por considerarlos lugares donde podía propagarse la epidemia de la peste, reunirse los subversivos o hacerse burla de la religión. Y a los actores… siempre se les ha acusado de ser vagabundos y mendigos, a menos que nos auspicie algún señor noble. Siempre he pensado que no reconocer su talento es imperdonable. ¿Acaso no es admirable ver a un actor manejar sus emociones a placer, verlo reír y llorar, desfigurar su rostro o utilizar todo su cuerpo para expresar lo que requiere el drama o la comedia? ¿Acaso el teatro, bien hecho, no es capaz de conmover nuestra consciencia? Los actores saben todo lo que hay que saber sobre la vida.
M.R.: Precisamente, quería referirme a sus opiniones sobre la actuación, particularmente, a las que expresa a través de la voz de “Hamlet” en la escena en que este ha convocado a una compañía teatral para representar el asesinato de su padre y desenmascarar al homicida. En esa parte el protagonista critica la sobreactuación y la improvisación por entender que van en contra de los objetivos del drama. Es algo que, a mi juicio, denota una gran sensibilidad con respecto al arte de la interpretación, la acción escénica y la opinión del público. Como explicó una vez mi compatriota, el intelectual y educador, Eugenio María de Hostos, “Hamlet da una lección de interpretación para que la escena del asesinato de su padre tenga más veracidad y para que Claudio, el asesino, se delate…”. Los historiadores, por otro lado, han dicho que con su manera de ver el teatro y la actuación usted rompió con el estilo isabelino, tan artificial, melodramático y rígido. ¿Está de acuerdo?
W.S.: Bueno… si usted se refiere a que he promovido un estilo de actuación más realista, moderado y elegante, pues sí. En la actuación… debe guiar la prudencia. Yo creo que la acción debe corresponder a la palabra, y esta a la acción, cuidando siempre de no atropellar la simplicidad de la naturaleza. Por eso siempre estoy reescribiendo mis obras, para intentar conseguir ese equilibrio entre la palabra y la acción en el escenario.
M.R.: ¿Cuán importante ha sido su experiencia como actor a la hora de escribir sus historias y buscar nuevas formas para narrar?
W.S.: ¡Ha sido vital! Sin duda, mi experiencia como actor ha condicionado mi labor como dramaturgo. En primer lugar, porque en ella tuve una idea directa sobre lo que funciona y lo que no, sobre si algo es o no creíble; es decir, criterios que para mí deben ser inapelables en el teatro. ¡Hay que conseguir la simpatía de una audiencia! Y una de mis herramientas principales es la acción que impulsa a los personajes. Por ejemplo, la sospecha en “Hamlet”, la ambición y la culpa en “Macbeth”, los celos en “Otelo”, el amor con obstáculos entre “Romeo y Julieta”, o entre “Antonio y Cleopatra”… La vida es un juego de equilibrios entre la razón y la pasión, entre el bien y el mal. Mi reto es captar la atención del público para contarles una historia.
M.R.: Pasando a otro tema… he sabido que en las puestas en escena del Globe apenas usan elementos escenográficos y que el arte de los actores es el principal vehículo comunicativo. ¿Ese es un ejemplo de la influencia que ha tenido el teatro ambulante en su trabajo?
W.S. ¡Claro! Cuando era niño muchas compañías pasaban por mi pueblo (Stratford). ¡Iguales a las que aparecen en “Hamlet”! Por cierto, en una de las obras que más se representaba en mi época, “Tragedia española”, de John Lily, un padre utiliza el recurso del teatro dentro del teatro para vengarse de los asesinos de su hijo. Demás está decirte que ese es un recurso que he sabido aprovechar. Por otra parte, los teatros rodantes nos han entrenado en el desarrollo de producciones con pocos recursos, poco tiempo y mucha competencia. Como usted sabrá, nosotros montamos las obras en quince días, lo que requiere, para empezar, actores con una memoria fabulosa. Usualmente las obras no se representan más de siete días, aunque se ofrecen varias veces en una temporada, y, según las reacciones del público y las tendencias que observamos, las vamos retocando.
M.R.: ¿Cómo ha sido su experiencia con la audiencia londinense? ¿Qué opina sobre ella?
W.S.: Es muy buena. El drama es parte de sus vidas. Tengo que decirle que es un público que sabe escuchar, que tiene una gran capacidad de entender rápidamente las metáforas, las abstracciones y los montajes casi simbólicos (trabajamos en un escenario casi desnudo). Además, demuestran mucha vulnerabilidad emocional y, por lo tanto, un mayor entusiasmo. Por otro lado, odian lo fijo y les encanta el dinamismo. Para mí, ese es uno de los principales valores del teatro representado: el ritmo. Y claro, la historia. Cada personaje tiene que enfrentar una situación.
M.R.: Tengo la impresión de que ese último factor, el de “las situaciones que vive cada personaje”, es uno de los aspectos que ha hecho que sus obras sean tan populares a pesar del tiempo transcurrido desde sus primeros montajes. Parecería que sus historias… no se agotan. ¿Cómo le gustaría a usted ser recordado? ¿Cuál sería el retrato que le gustaría que hicieran de usted… en un futuro?
W.S.: Aunque usted no lo crea, no tengo ninguna vocación de trascendencia. Hago mi trabajo y punto. De todos modos, responderé su pregunta… Más que trazar mi imagen en un retrato, apreciaría que me vieran como un espejo… Sí, como un espejo que les permitió verse como personas corrientes y sufrientes, impulsadas por ambiciones modestas, preocupadas por el dinero, víctimas del deseo, demasiado mortales. En fin, como un espejo que les reconcilie con su condición de seres humanos.
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El autor es periodista, actor y catedrático de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.