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El estallido social que vivimos en nuestros días responde, en primera instancia, al deterioro de las condiciones salariales de los puertorriqueños y puertorriqueñas como consecuencia de la fuerte ola de despidos laborales diseñada e implantada por la actual administración de gobierno con el único fin de devastar el Estado y, con éste, su función social. Es, ante todo, el resultado de la puesta en marcha de una agresiva política de privatización y desmantelamiento del aparato gubernamental sostenida en los lineamientos más retrógrados de la teoría del liberalismo económico decimonónico, con la que se pretende enriquecer más a quienes más tienen, al tiempo que se eliminan las regulaciones que, de alguna manera, han servido para delimitar las fronteras del campo de acción del capitalismo salvaje. Sin llamarnos a engaño, la crisis actual no es sólo el corolario de una política fraguada en el pensamiento de la élite de jóvenes yuppies que conduce los designios de la administración estatal que comanda Luis Fortuño. Es, por el contrario, la consecuencia de una cadena de políticas públicas que desde hace más de una década se han explorado en el País irrespectivamente de los colores partidistas que han teñido a La Fortaleza y al Capitolio. Sucede que ahora, en estos días, se exacerba el malestar colectivo porque se siente en la piel la pérdida de más de 20 mil empleos del sector público que son, a su vez, el detonante de un mayor quebranto social. Este golpe traerá como resultado una reducción en la capacidad de consumo, pauperización, marginalidad, pobreza, desaliento a la participación electoral, aumento en la pérdida de confianza hacia los políticos y sus instrumentos de organización y un mayor nivel de frustración ciudadana. Ante esa atmósfera, no es de extrañar que los días por venir estén matizados por escenarios con más protestas, revueltas sociales, paros y huelgas. Nadie puede esperar sosiego ante tanto infortunio. Al interior de la Universidad de Puerto Rico (UPR) el panorama es igual de sombrío. Las implicaciones económicas que la Ley Especial Declarando Estado de Emergencia Fiscal y Estableciendo un Plan Integral de Estabilización Fiscal para Salvar el Crédito de Puerto Rico (Ley 7) tiene sobre nuestra institución sugiere una pérdida sustancial del presupuesto –estimado para el año próximo en un déficit de más de $130 millones en el fondo operacional–, que traerá como consecuencia una reducción significativa de los servicios académicos. Así las cosas, la iupi tendrá menos dineros para honrar el trabajo docente, los convenios colectivos de los y las trabajadoras y para fortalecer la investigación académica y creativa. No dudamos que las opciones de salida a esta crisis fiscal se muevan, como ha ocurrido en el pasado, en la implantación de estrategias para aumentar los costos de estudio, instaurar un plan de despidos masivos de docentes y no docentes, más congelación de plazas, eliminación de contrataciones y paralización de ciertos proyectos de investigación, en su mayoría vinculados a las ciencias sociales y humanísticas. Esta penosa situación tampoco es nueva en nuestro sistema de educación superior público. Hace décadas que asistimos a la puesta en vigor de prácticas privatizadoras, restricciones de fondos, aumentos en la matrícula, mala utilización de recursos económicos, ineficiencia administrativa y excesos de gastos en partidas que nada ayudan al fortalecimiento de la razón de ser de una universidad. Los paradigmas sobre los que se debe regir un centro académico llevan años torcidos sin que tal condición haya desatado batallas para revertir esa política institucional. Sólo el estudiantado, a pesar de las fragilidades ideológicas que evidencia hoy, ha sido capaz de enfrentar y denunciar los planes de privatización que acechan a la UPR y los riesgos que conlleva para la sociedad la pérdida a cuenta gota de una educación universitaria pública, aun en tiempos en que ciertos sectores de la comunidad académica celebraban una alegada “paz” institucional. El profesorado, con sus contadas excepciones, ha sido tímido en establecer la relación concurrente entre las políticas universitarias y la avasalladora ola neoliberal que acecha al país. Hay entre el cuerpo docente discernimientos disímiles en torno a nuestra situación académica, política y social y, entre algunos sectores, permean reticencias en nombrar las cosas por su nombre, sosteniendo cierta fascinación por los eufemismos. Son esos quienes, además, marcan sus pasos distanciados de las luchas sociales que sacuden los contornos fuera del salón de clases. En tanto, el grupo trabajador, que en la universidad se congrega entre el Sindicato de Trabajadores de la Universidad de Puerto Rico y la Hermandad de Empleados Exentos No Docentes (HEEND), ha centrado más sus luchas en las últimas dos décadas a la defensa de las cartas contractuales que les cobijan sin necesariamente elevar su discurso a desafiar la política de desmantelamiento académico por la que atraviesa la institución y su relación con la venta a plazos de la Isla. Es meritorio establecer, en honor a la verdad, las diferenciaciones que históricamente han separado al Sindicato, de la HEEND. El primero siempre ha sido silente para asumir posturas a favor de los reclamos de otros sectores de la comunidad académica, y ni hablar de su ausencia en otras luchas sociales del país. De estructura oligárquica, primado por un soberbio dominio de la familia Muñoz y con prácticas internas poco democráticas, el Sindicato es la seña más clara, al interior de la UPR, de lo que representa la peor tradición del sindicalismo amarillista. Su presencia sólo se hace notar al momento en que una política administrativa les afecta. El resto del tiempo muestra desidia por los conflictos sociales que se desatan en cualquiera de los 11 recintos. La HEEND, por el contrario, no ha dejado nunca de mostrar su combativa verticalidad a favor de la defensa de la universidad pública y gratuita, patentizando su visión al lado de los estudiantes cuando estos se han lanzado a reclamar sus derechos. Con aciertos y desaciertos, y en ocasiones apresada de un liderato frágil y despolitizado, la HEEND ha sido vital en el mejoramiento de las condiciones de trabajo y estudio de nuestra universidad. Nadie más que ellos han patentizado de forma consistente su genuino amor por la institución y su solidaridad con las luchas de otros sectores dentro y fuera de la academia. Sin embargo, el sindicalismo de la iupi, al igual que la mayoría de las uniones obreras del país, parece haber agotado la articulación de nuevas estrategias de movilización y activismo político entre su militancia y necesita superar la fractura generada en las pasadas décadas por las dimensiones materiales y simbólicas de la lucha sindical para afirmar entre sus militantes el aspecto objetivo y subjetivo de su condición de clase. Justo cuando el pacto social sobre el que se sostuvo el proyecto político y gubernamental erigido en la modernidad colapsa, el sindicalismo universitario, y el puertorriqueño en general, requiere de una profusa reflexión para asumir los retos de los nuevos tiempos y superar la fórmula “asistencial-populista-legalista” que marcó su derrotero en el transcurso desde la última mitad del siglo pasado hasta el presente. Como ha indicado el filósofo italiano Giacomo Marramao, hay una necesidad (en el sindicalismo) de moverse al cambio de época que presenta nuevos desafíos para la clase trabajadora y en la que no siempre los sujetos que, materialmente, pertenecen a la misma condición de clase se perciben como relacionados en el mismo destino. Es imperativo entender, a su vez, que en la nueva espacialidad global por la que transita el capitalismo de nuestros tiempos “las funciones productivas se desarticulan territorialmente”, hay más desplazamiento de capitales, se alteran las estructuras laborales, crecen los nuevos trabajadores precarios y se fragmenta el lugar en el que se produce la identidad del trabajador. Pero lo más importante, las ocurrencias se generan sin que se altere el conflicto de la relación entre capital y trabajo. En tanto, los movimientos sindicales, entre ellos el de la Iupi, permanecen confinados a un discurso apegado a, como diría Marramao, “la escena de un litigio social sostenido sobre el choque de intereses de grupos diferentes, más que a una verdadera lucha de clases”. Ese discurso se debilita más cuando el sindicalismo comienza a presentar signos de consunción en sus convocatorias. En el caso de la UPR, las luchas sindicales gestadas en los últimos años han sofocado su capacidad de movilización al centrarse en jugar a la resistencia política estacionados en los portones de los recintos académicos. Aunque en términos estratégicos cumple su finalidad, la táctica de cerrar los portones, implementada a principios de la década de 1990 y empleada desde entonces por el movimiento estudiantil, resta las posibilidades de un ejercicio de concienciación mayor para trabajadores y toda la comunidad universitaria. Y es que la movilización interna, la lucha desde los pasillos, la fuerza del diálogo personalizado y persuasivo se requiere, más que nunca en nuestros tiempos, como antídoto a la desidia. Éste es, precisamente, uno de los retos de la lucha sindical universitaria: la gestación y consolidación de una consciencia de clase entre los trabajadores y trabajadoras universitarias, al igual que entre el resto de sus comunitarios. Asimismo, la Política de No Confrontación, que libera a la universidad de la intervención de la fuerza bruta policiaca como disuasivo a la protesta, sirve como “domesticador” de las luchas sindicales y universitarias. Si bien es cierto que todos y todas debemos defender la permanencia de una política que avasalle la intervención policíaca o su amenaza y que evite el conflicto violento, así como nos corresponde resguardar el uso de la razón para dirimir nuestras controversias, hay que exigir que no se repriman las manifestaciones de la inteligencia universitaria cuando se combate el desmantelamiento de la universidad o se exige el cumplimiento de acuerdos. De otra parte, el sindicalismo universitario parece adolecer del mismo padecimiento que acarrea la mayoría de las uniones obreras en Puerto Rico. La lucha sindical del país, sin escatimar en su valor, se ha quedado varada en la defensa del empleo o sus cartas contractuales sin prevenir, al menos en la apariencia de su discurso, que el avance del neoliberalismo significa la derrota obrera. Con el neoliberalismo, que va más allá del desmantelamiento del empleo, se ahonda la tiranía, las injusticias y la opresión. El neoliberalismo desmonta la normativa laboral, desmantela las leyes reguladoras del trabajo para institucionalizar su derrota y en él el capital –y sus representantes– se vuelven impunes mientras los sindicatos y la clase trabajadora se juegan su sobrevivencia. Se precisa que, en medio del fragor de la explosión social que nos asiste, el sindicalismo universitario, y los demás, rebasen las fórmulas asistencialistas y paternalistas sobre las que han basado su identidad gremial para armarse de una propuesta dirigida al diseño de un nuevo proyecto obrero sostenido en una nueva racionalidad y cultura sindical. Esa propuesta, no sólo tiene que defender el empleo sino que tendrá que sacar cara por los desocupados, por quienes trabajan en espacios precarios, por todas y todos los excluidos, por los trabajadores y trabajadoras por cuenta propia, por las poblaciones marginales (viejos, mujeres víctimas de violencia doméstica, inmigrantes, etc.) y por quienes afirman un nuevo espacio en la escena social que sirva para articular un gobierno alternativo. Pero para eso, el sindicalismo habrá de rearticular su concepción de lucha, sus prácticas democráticas y lanzar una jornada intensa de educación político-ciudadana que ponga en perspectiva los alcances del proyecto neoliberal que maneja los entresijos de nuestras vidas. Ahí se traza uno de los retos de todas y todos los que deseamos avanzar a la construcción de una sociedad más justa y verdaderamente democrática que, no tan sólo es posible, sino indispensable. El autor es sociólogo y periodista. Trabaja como profesor en la Universidad de Puerto Rico en Humacao. Para ver la edición de Diálogo en PDF haga click aquí