Es un fenómeno peculiar, pero común en el área metro: lo que antes era una parada en el camino ahora puede ser el destino. En diferentes gasolineras de áreas como Hato Rey, Condado y Cataño, se están reuniendo jóvenes y adultos para tomar cerveza y conversar.
Inicialmente parecía una salida nocturna específica a la experiencia de empleados a tiempo parcial. Cuando un grupo de empleados trabajan un turno largo en un negocio, oficina, tienda o restaurante, hay un lazo emocional que nace y encuentra su mayor expresión en 'jangueos' espontáneos. La noche empieza con un llamado, “vamos pal Stop n’ Go”, y termina con todos, uniformados o no, recostados de carros, con cerveza en mano, quejándose de jefes, clientes, o jefes y clientes.
Sin embargo, dos o tres de las gasolineras en esta crónica han tenido un crecimiento aparentemente cuasi orgánico en clientela regular en las noches de fin de semana o jueves pre social. ¿Será que el 'jangueo' de gasolinera ya no es solo para los trabajadores de 9 a 5? Parece que estos locales ahora nutren la arca de cada semana con la ayuda de gente que prefiere beber en lugares poco ortodoxos.
“No, aquí no la montan en cualquier esquina como nosotros”, me contestó una amiga puertorriqueña cuando le pregunté si existía algún fenómeno parecido en la ciudad estadounidense donde cursa estudios graduados. En los EE.UU. no pasará, pero estoy seguro que en los demás municipios de la Isla sí. Me han hablado de juntes similares en Mayagüez.
No pretendo encontrar razones ni explicaciones, tan solo quiero hacer una mezcla entre guía urbana irreverente y estudio taxonómico de lo que encontrará en estos lugares, en orden desde la menos a la más concurrida.
Lo que es mundano y utilitario por el día, puede cambiar por la noche
Calle McLeary frente a la entrada de la urbanización Ocean Park
Si te estacionaste en la urbanización para ir a la playa y no traíste cervezas, la gasolinera en la esquina de al frente tiene una barra que no es una barra, ya que es ilegal consumir bebidas alcohólicas en el establecimiento al aire libre. Ahora mismo está cerrada por remodelación, pero cuando vuelva a abrir dentro de dos semanas, como me informó el chico sudoroso que pintaba el interior de "la barra que no es barra", puedes pasar a pie para comprar una fría y llevarla cerrada hasta la arena, donde sí se puede beber. Pequeñas hipocresías.
La avenida Domenech
Recuerdo que en esta estación, cerca del parque Luis Muñoz Marín y el Hospital del Maestro, se daban esas tertulias espontáneas de empleados a tiempo parcial que mencioné en la introducción, bajo una llamativa carpa de plástico, una carpa de las que probablemente anunciaba cierta cerveza dorada, que con su nombre celebra sus presuntos premios. Pero la carpa ya no está.
Para participar en la tradición, convencí a dos amigas del trabajo que me acompañaran a darnos una. La cajera nos explicó que desde que abrieron un pequeño restaurante español dentro de la gasolinera, (solo en Puerto Rico el espíritu empresarial se expresa de maneras tan valientemente inusitadas), quitaron las carpas, pero que pronto regresaban.
Compré una empanadilla de queso y brócoli, sabiendo que dejaría mucho que desear, para ver si la podía recomendar como parte de la experiencia. No puedo recomendar ni la empanadilla ni la gasolinera, porque además de mi grupejo, solo habían tres otras chicas en el lugar. Igual que nosotros, estaban con bolsas de papel marrón en mano y compartiendo historias. Luego se apareció un hombre con porte de profesional, compró una cerveza de lata y se la llevó para beber en el carro. Si te estoy pintando una escena patética, es porque eso fue lo que vivimos allí. Triste realidad.
Baldrich, entre la calle Coll y Toste y la Teniente César Luis González
Esta historia es un poco más esperanzadora. Fui un jueves con una amiga y el área es cómoda y segura. Hay estacionamiento en la calle y tienen una carpa con mesas plásticas de picnic.
Como quiera estás bebiendo en un negocio lleno de carros entrando y saliendo, pero por lo menos no tienes que tambalear peligrosamente cerca a las bombas de gas.
Los baños son limpios y hay donas a la venta. Con frecuencia vas a ver policías bajándose a comprar bolsas de papas y botellas de Coca-Cola. En el fin de semana, incluyendo esa frontera borrosa que es la noche del jueves, hay un camión de comida con la palabra TAKO pintada en ambos costados. Aparentemente venden comida coreana a la barbacoa, pero soy vegetariano, así que ni me molesté en verificar.
En una intersección concurrida, entran y salen los carros por montones, pero el área de mesas es tranquila
Con cinco dólares y cambio compramos una cerveza artesanal para cada uno. Están a la moda, así que teníamos para escoger. Ninguna de las dos estaba tan helada como las preferiría, pero esa es una de las grandes desventajas de las neveras que encuentras en la mayoría de las gasolineras: las de puertas que el cliente abre y cierra por su cuenta, dejando que el frío se escape.
Además de nosotros, había una pareja de jóvenes con vestimenta de oficina, una pareja mayor acompañando a un amigo o familiar que llegó en motora y un profesional que se bebió una sin decir una palabra y se fue. El ambiente era uno de tranquila confraternización y nadie parecía estar bebiendo demasiado. Cotidianidad agradable.
En la Loíza
Este destino urbano técnicamente no es una gasolinera, pero está frente a una y es parte de una cadena de pequeñas tiendas de las que comúnmente acompañan gasolineras y tienen todo lo que encontrarías en una de esas. De seguro el dueño del carry-out y la estación de gas son uno y el mismo.
El local en la Loíza es más impresionante que la gasolinera anterior, debido a que desde afuera se puede apreciar una cofradía atlética que llega de noche a dar lata y a vaciar latas: los del 'bicijangueo'. Llegan en shorts y camisilla, en Lycra para nalgas prominentes, con gorras de visera orgullosa que apuntan al cielo y tatuajes a la misma vez misteriosos y aburridos. Cuando fui, había una chica y un chico recostados de una pared, ninguno con más de veintitrés años, los dos con perforación y pantalla en el septum.
Desde los 15 a los 30 años, correr bicicleta es una actividad recreativa, desde los 31 en adelante, una manera de mantenerse en forma. Nadie con 36 años debería estar jangueando en bici. Todos llegan a la Loíza en bicicleta a beber como en el campo se llega en caballo, la diferencia es que la bicicleta no sabe el camino de regreso si estás muy ebrio para guiarla.
Aquí está de día. Ahora imaginatela de noche y llena de chamacos
Adentro aquello parece un Starbucks o el ridículamente bien amueblado centro de estudiantes de cualquier universidad gringa, con el presupuesto que la UPR ve en sus sueños mojados: televisor masivo y love seats incluidos. El local es cómodo, grande y tiene muchas mesas para sentarse a picar y compartir. El riesgo a morir atropellado está en cero después de que no salgas corriendo por la puerta. Venden vino.
Palmas Station, Cataño
La meca. El 'jangueo' de gasolinera para acabar con todos los demás. Palmas Station se encuentra en la salida 11 en dirección a Bayamón en el expreso José de Diego y es una amplia estación de gasolina con la misma cantidad de bombas que cualquier otra, pero con dos barras enormes, una interior y otra exterior, cocina, área de mesas con cinco pantallas de proyección, estudio de tatuajes y una tienda de accesorios para motociclistas con más chucherías que cualquiera de los gift shops de Disney World. Parece un Gozalandia para dipsómanos a tiempo parcial.
Esto no es un anuncio ni mucho menos una condenación del lugar ni de las personas que allí se reúnen a pasar su tiempo libre. Sin embargo, es importante pintar una imagen del tamaño del lugar y las instalaciones que tiene para aclarar una idea: el negocio Palmas Station es aberrante. Es un espacio mutante, una dimensión paralela, una geografía monstruosa del Dr. Moreau, piezas que no van juntas amarradas en un mismo paquete y presentadas como si juntas fueran a funcionar en armonía.
Si la madriguera del conejo llevara a Palmas Station, Alicia estaría hasta aun más confundida
Palmas Station parece atraer en su mayoría a una clientela local, gente de Bayamón o San Juan, y motociclistas. Es un negocio que provee un ambiente nocturno de sports bar, ya que proyectan los juegos de la temporada y el menú incluye aperitivos como los Nachos Machos y el plato de Spare Parts, una orgía de carne y frituras para compartir. Aunque también venden cervezas artesanales, mucha gente como quiera prefiere la Coors o el vodka con cranberry. La barra exterior, por alguna razón, tiene la tarima para bandas de covers frente a un área de mesas de barril y suelo de arena, ambientación de playa desconcertante.
Pero lo curioso es que, aunque Palmas Station es una mezcla de significadores de clase media de cuello azul, a juzgar por la ropa de sus clientes, chicas con mahones tan pegados que parecen pintura u hombres con ropa de oficina y tirantes, todos son bienvenidos. Es genial. Sin recaer demasiado en cursilerías ni tipificaciones, me gusta pensar que hay algo que se puede gozar del impávido espíritu puertorriqueño en lugares como ese. Divertida incongruencia.
Hay peores lugares en esta Isla en donde pasar una noche oscura
Ahora, la cruda realidad, a bajar la nota. Todos los locales que describí en esta crónica comparten una característica crucial: el potencial para accidentes es alto ya que alcohol + carros x tanques de gasolina ÷ sentido de responsabilidad de cada cliente = riesgo mortal. Y por eso son intrigantes hitos tangibles de lo que se puede hacer con el dólar.
Aunque sea un misterio cómo es que Palmas Station y las demás barras-gasolineras existen sin reglamentación de la ley, es fácil adivinar que el Estado tolera la contradicción cuando hay capital que acumular.
Pero insisto, después que te asegures de ir a cualquiera de ellas en bicicleta o en carro con un conductor designado, vale la pena visitar aunque sea solo una vez cada una de estas gasolineras. Para tener algo que contar.