
Dos mujeres hacen fila en un edificio de la isla Ellis. Inmigran a la ciudad de Nueva York desde un país desgarrado por la guerra. Nerviosas, las dos esperan a que los médicos y oficiales que inspeccionan a los recién llegados les den el buen visto. Una de ellas no puede esconder su tos. Parece gripe pero podría ser algo más serio. El plano que la cámara presenta es claustrofóbico. No deja entrar mucho a los márgenes. Sólo tenemos los rostros de estas dos mujeres, hermanas y jóvenes, sufriendo. No saben si las dejarán pasar, si entrarán a la ciudad en donde parientes las esperan. Una de ellas, titubeando, le asegura a la otra que todo va a estar bien, que pronto estarán con sus familiares y podrán conseguir trabajo para mantenerse. Y quién sabe, hasta tal vez prosperar.
Es el 1921 y la historia de la inmigrante del título es la de todos los inmigrantes ya que cada instante, cada interacción en la que ella participa mientras navega los días en un mundo nuevo, sugiere el pavor de adentrarse en lo verdaderamente desconocido.
Eventualmente Ewa Cybulska, rol protagónico que Marion Cotillard hace suyo con bravura inimitable en The Immigrant, entra a Nueva York sin su hermana Magda (Angela Sarafyan). A la segunda le diagnostican tuberculosis y la desaparecen los oficiales de la aduana sin piedad alguna para dejarla atrapada en cuarentena. Ewa sale de la isla Ellis y entra a la ciudad en bote con la ayuda de un desconocido, Bruno Weiss, encarnado por Joaquin Phoenix, para entonces dedicarse incansablemente a rescatar a su hermana y traerla a la ciudad.
La trama es sencilla pero cautivadora y poco a poco se agudiza a la par con las manipulaciones de Bruno, que atrapan a Ewa. Ésta eventualmente conoce al romántico bailarín e ilusionista, Orlando el Mago (Jeremy Renner), que trae consigo promesas de un cambio.
El dominio que el director James Gray tiene sobre la historia que cuenta es verdaderamente deslumbrante. El largometraje dura unos 120 ágiles e imperceptibles minutos, ya que nunca es predecible y los personajes son tan bien realizados que se comportan de maneras apasionadamente humanas, con todas las confusiones y contradicciones que caracterizan a nuestra curiosa especie.
The Immigrant es un logro más en la larga tradición de filmes humanistas de su tipo —la están comparando a las de Kazan y Rosellini— pero se destaca por balancear ambas las referencias visuales al cine de la época dorada y una desnudez muy de hoy. Aunque los close ups exquisitos al rostro de Cotillard me recuerdan a la imagen indeleble que tengo en mi corteza cerebral de Lauren Bacall, en los montajes de Gray lo importante es lo que no vemos. Y es que The Immigrant es un filme sobre los que se encuentran en los márgenes, lo que se esconde fuera del encuadre, características que la hacen profundamente contemporánea. Cada decisión que Ewa toma, la toma sin tener toda la información a la mano y como quiera traen repercusiones duras y reales. Nada de idealismos color de rosa ni naturalismos de tragedia sensiblera, eso se le deja al cine de antaño. Igual que tiene que hacer todo inmigrante de situación legal precaria, en la frontera borrosa del pertenecer y no pertenecer en un lugar a la vez, ella confía y desconfía en los demás y en sí misma como mejor puede, sin saber a dónde exactamente la llevan sus pasos. Ni la cinematografía ni la edición titubean; las calles de Nueva York a principios de siglo que la inmigrante polaca navega están iluminadas por el amarillo enfermizo que producen la iluminación de la calle, creando un efecto que añade a la incertidumbre de todo.
Sin embargo, Ewa no es la pobre víctima de la historia ni la ovejita asustada, separada del rebaño. Cotillard la encarna con una furia femenina que mete miedo; es valiente y sacrificada pero siempre observante y templada. Es importante destacar la excelente labor de Phoenix, que colabora por cuarta vez con el director. Es impresionante cómo a un actor tan peculiar le han tocado dos roles excelentes, uno tan cerca del otro. El protagonista de Her no podría ser más distinto a Bruno, sin embargo, comparten la vulnerabilidad del perenemente desarreglado, característica que Phoenix trae a la mesa.
Renner también sorprende en el rol de coqueto teatrero que actores como Jude Law y Hugh Jackman han perfeccionado anteriormente.
Dos mujeres hacen una fila en un edificio de la isla Ellis. Son hermanas. No saben lo que les esperan pero una de ellas va a tener que aprender a luchar con uña y diente desde los márgenes. Una furia que debemos compartir y celebrar.