Los libretistas de The World’s End, el director Edgar Wright y el protagonista Simon Pegg, han colaborado con la misma configuración de responsabilidades cinematográficas para las dos anteriores películas de la trilogía de Cornetto, Shaun of the Dead y Hot Fuzz. En esta última colaboración que cierra el ciclo, no deja de ser impresionante cómo logran una vez más presentar un producto fílmico divertido y refrescante. Las primeras dos subvierten géneros del cine, la película zombi y el blockbuster policíaco respectivamente, de maneras inesperadas y jocosas para explorar temas de relaciones interpersonales y la maduración emocional de los personajes que pueblan sus mundos ficticios. Esta va por la misma onda.
The World’s End se desarrolla dentro del género clásico de la ciencia ficción del cine Hollywood en blanco y negro. Prefiero no elaborar mucho más con tal a su uso de los clichés del género para no arruinar la sorpresa del segundo acto al que no lo conozca aun. Sin embargo, el uso de uno de estos clichés si merece mención porque resulta en un fallo; el tono bizarro y desconcertante que comparten muchas de las mejores historias de ciencia ficción es una característica que la película alcanza lograr pero tristemente abandona bastante temprano al intercambiarla por acción desenfrenada del segundo acto en adelante.
El protagonista Gary King (Pegg) y sus cuatro mejores amigos se graduaron de la escuela superior sin poder completar la milla de oro y aquél nunca lo superó. Años después, cuando ya todos son demasiado adultos como para pretender revivir la adolescencia, Gary convence a los demás de terminar la milla, una tradición para amantes de cerveza en el pequeño pueblo inglés donde se criaron juntos, en el cual hay que tomarse doce pintas del brebaje embriagador en doce barras locales, tambaleando de una a la otra. Si el actor no fuera tan afable y las motivaciones de su personaje no estuvieran tan claramente definidas, Gary, un alcohólico que no puede olvidar las hazañas de su juventud rebelde y busca recapturar una gloria inexistente, sería un poco pesado como protagonista, pero Pegg sale airoso. Es más, si la idea de emborracharte de manera algo extrema, probablemente peligrosa y definitivamente vergonzosa con tus amigos a los diecisiete años no te hace sonreír inmediatamente, esta probablemente no es la película para ti.
Nick Frost, el tercer compinche de Wright y Pegg y otro eslabón importante de la trilogía, regresa a su papel de co-estrella, junto a los otros tres miembros del quinteto de amigos, los actores ingleses, Paddy Considine, Martin Freeman y Eddie Marsan. Cada uno de los cuatro disfrutan excelentes momentos de comedia aunque sus caracterizaciones definitivamente son limitadas, comparadas a la de Gary.
Si estás tentado a organizar las tres películas de la trilogía Cornetto, el nombre de un mantecado popular en Inglaterra, en orden de mejor a peor, las subestimas. The World’s End, debido a que el director probablemente buscaba mantener algunas cualidades del estilo de las primeras dos para brindar continuidad a la trilogía, puede parecer algo predecible: la acción sigue siendo coreografiada para lograr un efecto cómico pero a la vez emocionante; los cortes son ágiles y la trama y el diálogo se mueven a velocidades luz una vez más y los personajes tienden a compartir momentos de genuina emoción en medio del caos de la trama, para mencionar algunas de las similitudes que entrelazan a las tres. Pero Edgar Wright logra todas esas cualidades una vez más con tal vivacidadque The World’s End es mejor película que lo que cualquiera de sus partes individuales sugieren.
Lo que hace de esta y las otras dos partes de la trilogía películas de calidad, con algo que ofrecer a un público más amplio que el de cada género que con tanto cariño ridiculizan, son la ambición temática a la cual aspiran, cosa que tanto le falta a mucha de las comedias estadounidenses. The World’s End no es tan solo una película muy comiquísima sobre lo difícil que es enfrentarse al futuro mientras se añora el pasado, sino que también logra mofarse y criticar ambas la cultura de corporaciones multinacionales como “Starbucks” que homogenizan la experiencia humana de maneras siniestras y la posible trampa que esconden las utopías de conectividad global en la era del Internet Wi-Fi. Desafortunadamente, algunos de sus argumentos se tornan débiles en el desenlace. Aun así, la comedia y la ambición artística en el cine no tienen por qué ser mutuamente exclusivas y el intento de The World’s End para unir ambas es bienvenido aunque no sea del todo exitoso.
La peícula está anunciada para estrenar en los cines Fine Arts de Hato Rey y Miramar pero sin fecha pautada.