
Hay una diferencia entre lo que es un clown y lo que es un bufón.
El clown nace de lo humano del ser humano, trabaja en el nivel de la inocencia articulado en la vejez y la infancia. Es un sector que vive el presente y produce con su ingenuidad una risa auténtica.
El bufón, por el contrario, nace de lo oscuro de la sociedad, representa lo más bajo, lo que nadie se atreve tocar y como consecuencia, se opta por asumir.
En épocas de antaño, los bufones eran los únicos que podían decir “la Reina es una puta” y todos reían. En la actualidad, el bufón se traduce al vagabundo, al deambulante, al tecato.
A base de su explicación, lo que busca Arturo Gaskins, uno de los fundadores del Circo Nacional de Puerto Rico, es asumir al clown, esa otra locura que se manifiesta mediante juegos, la neurosis compartida.
“El clown es estúpido, lo cual es una categoría amplia. Todos tenemos una estupidez; la estupidez es humana, sea en el carro, en el baño, es movimiento natural”, identifica Arturo.
A través del perfomance, el clown se prepara tal y como lo haría un actor, encontrando esa fibra de lo inocente en sus experiencias de la niñez, remontándose a la memoria más antigua, a la primera referencia, la vida.
El trabajo del clown se torna en una investigación de la psiquis humana, en la presentación hiperbólica de lo más profundo de lo que es existir.
La honestidad es asequible solamente mediante la admisión de lo bochornoso y la aceptación de esto como lo natural. Esa notoria nariz roja no es más que la representación visual de lo que podría ser vinculado al defecto, a la imperfección, a la diferenciación.
La misión del clown es llegar al escenario revestido de defectos, de imperfecciones y sobre todo, de la inocencia de aquel que toma como natural lo anterior y lo hace parte de sí.
“Lo que has tratado de esconder, sácalo”, dijo Joel Guzmán, quien también forma parte del trío fundador del Circo Nacional de Puerto Rico.
Precisamente, el poder de la nariz roja como vehículo de vinculación e identificación fue que lo motivó a Arturo, Joel y Andrea Martínez a crear una institución que llevara la experiencia del clown a espacios de socialización, con énfasis en Puerto Rico.
Le llamaron el Circo Nacional de Puerto Rico.
Tanto Arturo como Joel tuvieron una formación académica en las artes circenses, con entrenamientos en Inglaterra, Francia, Argentina, entre otros. También cuentan con un trasfondo en Actuación en la Universidad de Puerto Rico.
El espectáculo que proponen es un circo rodante, desglosado en dos vertientes: “Érase una vez”, actos perfomáticos entrelazados con juegos y “Risueños”, una versión escueta del anterior, constituida de actos de acrobacia, tela y malabares.
El Circo Nacional de Puerto Rico no cuenta con un espacio-teatro fijo. Estos clowns recorren las carreteras en una caravana de vehículos atisbados de maletas, telas, consolas de sonido, utilería y muchas narices rojas.
A ellos no les molesta la vida en caravana. Al contrario, prefieren el teatro de calle, maletero, que cabe en cualquier espacio, y como la fluidez del agua, se cuela por todas partes.
Para Joel, las funciones de pueblo han sido sus escenarios predilectos. La fusión de circo y teatro, arte vivo y gente real, y la creación de un producto cultural que todos pueden disfrutar le conmueve. En palabras de Arturo, el circo es “universal y milagroso”.
Para el Circo Nacional de Puerto Rico, en las sociedades siempre han habido “loquitos”. Desde la aldea a la ciudad, aquel que hace todo “al revés” es protegido y a su vez rechazado. En su Circo, lo cotidiano y su otredad es lo que prevalece. Su puesta en escena es lo que hace que la gente se identifique, sin diferenciar su trasfondo social, cultural o económico.
“Todos tenemos un referente de lo que es un circo. Pero la experiencia con nuestro show ha sido que la gente cree un nuevo referente”, abundó Joel.
La trascendencia del espectáculo de estos clowns se percibe en el nivel de inclusividad que siente la audiencia.
Ejemplo de esto fue, la presentación para la comunidad de Capetillo el pasado jueves 13 de octubre; una experiencia reivindicatoria para las artes circenses.
El escenario fue el gacebo del centro comunal de Capetillo; los actores y productores, todos. Niños de la comunidad tomaron la iniciativa y bajaron las maletas de los clowns.
Mientras instalaban las telas, los pequeños fungieron voluntaria y espontáneamente de maquillistas y directores de arte. Atónitos y agradecidos, los cirqueros comenzaron la función.
“Yo sé que los niños seguirán hablando de esa función entre ellos y a otros. La experiencia de impactar a una comunidad, de cambiarle el día a alguien y de llevar a la memoria nuevos momentos dan ganas de seguir trabajando, de seguir viviendo”, resumió Joel.
Establecer empatía con el público en una producción cultural es una de las metas importantes de los integrantes.
En el teatro, explica Arturo, hay un concepto llamado la cuarta pared, una pared invisible que está al frente del escenario, mediante la cual la audiencia percibe la presentación. El reto propuesto por el Circo Nacional de Puerto Rico es romper con esta cuarta pared teórica e invitar al espectador a ser partícipe del evento.
Dicta su experiencia que no siempre es así; hay quien no desea involucrarse, pero es el trabajo del clown persuadir mediante su perfomance e interpelar a la heterogeneidad personificada que albergan los espacios-teatros.
“Dentro del público, hay algunos que conectan, hay otros que no. Se busca la manera, un contacto visual, un abrazo, un gesto…para mí es un honor hacer parte a esa persona a través del juego del clown, el respirar el público, el poder entrar y salir”.
Está en los planes del Circo Nacional de Puerto Rico crear una Escuela de Circo en la Isla. Lo visualizan como un laboratorio para artistas, que tengan la oportunidad no sólo de adiestrarse en lo que conllevan las artes circenses, sino también poder explorar y experimentar con sus propias ideas encaminadas a la fusión de circo y teatro.
Al mismo tiempo, desean instaurar el clown como una profesión alternativa, con cabida no sólo para aquellos interesado en las artes, sino también para la formación académico-profesional de desertores escolares.
Las presentaciones de Circo en Puerto Rico se han limitado a producciones extrajeras, las cuales según Arturo y Joel, son “shows baratos y mediocres”.
Mucho se ha debatido sobre el maltrato de animales en dichos espectáculos, así como las condiciones de trata humana bajo las que trabajan los empleados.
Ante este panorama, el Circo Nacional de Puerto Rico se objeta a la utilización de animales con fines de recreación y apuesta a su vez a instituir el circo como una empresa para crear empleos para puertorriqueños, en un ambiente de trabajo creativo y digno.
Históricamente, el Circo se ha constituido como una tradición en diversos países, reconociéndosele como un arte independiente del teatro y la danza. Arturo nombra a naciones como China e Inglaterra, donde las artes circenses han forjado la cultura nacional.
No obstante, su experiencia en su patria ha sido distinta.
Cuando fueron a reservar el nombre del Circo Nacional de Puerto Rico en las oficinas del Departamento de Hacienda se toparon con una carencia de empatía y conocimiento sobre lo que conlleva el circo en la producción cultural.
Tuvo varios intercambios con agencias, que más o menos se resumen en esto:
“Tengo una idea, quiero guardar este nombre”
“No se puede.”
“¿Cómo se llama?”
“Circo Nacional de Puerto Rico”
“¿Circo qué?”
Así las cosas, si un nombre incluye la palabra Nacional y Puerto Rico, se puede registrar como una corporación pero no se puede adquirir el nombre.
“El Pueblo te tiene que reconocer”, le respondió la empleada de Hacienda a Arturo, quien todavía se cuestiona este simbólico proceso reglamentario.
Arturo confirma que con 130 exitosas funciones a costillas, lograr una identificación entre el Circo Nacional de Puerto Rico y aquello llamado “el Pueblo” no será una tarea ardua. “Sé que ya hay gente que nos reconoce”.
Y fue así que se fundó el Circo Nacional de Puerto Rico.
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