Fruitvale Station se presentó por primera vez en el prestigioso Festival de Sundance, donde se alzó el principal galardón del Festival, asegurando un estreno en los Estados Unidos, donde los críticos ya la han proclamado, temprano en el año, como uno de los grandes logros del 2013, y no es para menos. La película, que se exhibe actualmente en la salas de Fine Arts Café, presenta el último día en la vida del joven Oscar Grant, personificado enormemente por el actor estadounidense Michael B. Jordan (The Wire), en lo que posiblemente sea el rol de su joven carrera. Tan excepcional, que el nombre del personaje que encarna podría ser vaticinio de lo que le espera a este joven actor una vez arranque la temporada de premiaciones a finales de este año.
Historias verídicas como la que se trabaja en Fruitvale Station podrían resultar problemáticas a la hora de adaptarlas al cine sin convertir el proyecto en una agenda personal que se incline más a un lado que al otro y termine siendo un comentario social, o peor aún, un relato que se va alejando de la verdad con el fin de fortalecer un ideal presentado. Es un mal común del que sufren muchas adaptaciones de historias reales, las cuales renuncian a la neutralidad y se desplazan hacia el lugar donde radica el relato apasionado y desequilibrado que tanto se trabaja en Hollywood. El problema no es que este tipo de relato nunca funcione, pues el comentario social está presente en grandes obras como “District 9”, para nombrar una reciente, y la película funciona en casi todos sus aspectos. El problema se presenta cuando se trata de historias tan personales como la que se intenta contar en Fruitvale Station, cuya historia se desarrolla en el año 2009 en circunstancias no muy claras.
Afortunadamente, la ópera prima del director y guionista Ryan Coogler se zafa de lo que fácilmente pudo haber sido un comentario sobre el uso excesivo de la autoridad o brutalidad policial y se desarrolla como un honesto relato, que, aunque a simple vista parezca sencillo, no deja de ser uno poderoso. El comentario sigue presente, pero también existe un balance entre la crítica social y la honesta representación de quien fue en vida Oscar Grant, un joven de 22 años cuya inhabilidad para mantenerse alejado de problemas fue paulatinamente oscureciendo su vida y la de su familia. Los momentos en que se proyecta la hermosa relación de Oscar con su hija, son los que brindan ese necesario balance al relato.
La cinta abre con un video aficionado que muestra el momento en que a Oscar Grant le es arrebatada su vida en medio de un confuso incidente con la policía de BART en San Francisco. Desde los primeros minutos, Coogler revela el destino del personaje principal, haciendo de los próximos 85 minutos un conteo regresivo que solo se torna más intenso con el pasar de los minutos. Lo que se presenta en pantalla a continuación, desde acciones tan simples como recoger a su hija en la escuela, hasta ir de compras al supermercado, viene acompañado de una tensión que va en crescendo mientras se acerca el final del día. Pero este no es el único propósito de Coogler con Fruitvale Station. No se trata de una película de suspenso o algo similar, si no de una honesta representación de la vida descarriada de un joven que durante sus últimas horas de vida hace un intento genuino de enderezarla, y si de algo podemos estar seguros es de que en el cine no existe nada más aterrorizante que un relato con el cual nos podamos identificar. Es muy poco lo que se siente forzado en un filme que mantiene su crudeza de principio a fin.
Coogler hace esto posible con un guión que nunca deja de sentirse real, complementado por actuaciones tan naturales que refuerzan un guión cuyos diálogos se sienten tan genuinos que pueden parecer improvisados. Con Oscar vamos al supermercado, a la escuela de su hija y a la casa de su madre, personificada por la siempre auténtica Octavia Spencer. Nos convertimos en testigos de su cotidianidad, sus temores y sus sufrimientos. Cuando llega el último acto, todo lo que vimos adquiere un propósito y empezamos a sentir, sufrir y temer con él y su familia. Ya nos hemos identificado con Oscar, sus deseos de una mejor vida y su intento de convertirse en un mejor ser humano. La tragedia está en que la película se convierte en crónica de una muerte anunciada. Todos sabemos lo que le espera a Oscar, lo que hace que cada una de sus acciones adquiera un significado que normalmente no tendría, si este día no fuese el último de su vida.