
SOBRE EL AUTOR
Mañana se decide quién va a ocupar la Casa Blanca por los próximos cuatro años. Para entender lo que resulte de estas elecciones debemos conocer el trasfondo estructural y político que las enmarca.
Hay tres factores importantes que sabemos que influyen en las elecciones y sobre los cuales ninguno de los dos candidatos principales —Hillary Clinton, del Partido Demócrata y Donald Trump, del Partido Republicano— tiene control. Estos son: los términos que ya ha ocupado el incumbente en Casa Blanca, el estado de la economía y la figura del presidente incumbente.
La tendencia histórica es que en la gran mayoría de las ocasiones los partidos políticos ocupan la Casa Blanca por dos términos. En el periodo de Post Guerra ha habido siete administraciones de dos términos —cuatro demócratas y tres republicanas—, y sólo una de un término (la de Jimmy Carter) y una de tres términos (la de Ronald Reagan y George Bush, padre). Esto es importante porque lo que nos dice es que los votantes suelen permitirle a un partido político solamente dos términos. En ese sentido los republicanos entraron a esta elección con esa ventaja histórica —una ventaja que no es poca cosa.
Otro factor estructural que es importante en influir en las elecciones es la economía. Como regla general cuando la economía está bien el partido incumbente revalida. Este fue el caso, por ejemplo, de Bush (padre) cuando ganó las elecciones de 1988 y de Bill Clinton cuando revalidó en los de 1996. Por otra parte, cuando la economía está mal el incumbente tiende a perder, como le ocurrió a George H. Bush en 1992.
El panorama económico para estas elecciones parecería ser positivo para los demócratas: Bajo la administración de Barack Obama, Estados Unidos salió de una profunda recesión y las noticias económicas en este año han sido en general positivas. Sin embargo, cabe señalar que este despunte económico ha sido más lento que los anteriores y que todavía muchas familias de clase media y trabajadora han experimentado poco crecimiento en sus ingresos reales.
En el caso en que el presidente incumbente no vaya para la reelección, como ocurre en estas elecciones, su popularidad puede tener un impacto positivo o negativo en el candidato de su partido. En general un presidente popular le dará un impulso al candidato de su partido y un candidato impopular resultará un peso para este. Esto último pasó en las elecciones de 2008 con el candidato republicano John McCain cuando la impopularidad del presidente George W. Bush contribuyó a su derrota. Este factor también debería ayudar a los demócratas pues en estos momentos Obama es un presidente relativamente popular que cuenta con el apoyo de más de la mitad de los americanos.
Estos tres factores son muy importantes para influir en una elección pero no son absolutos. El mejor ejemplo de esto lo fue la elección del 2000 cuando un presidente muy popular (Bill Clinton) y una economía muy fuerte no llevaron al candidato demócrata Al Gore a la victoria (aunque cabe señalar que Gore ganó el voto popular pero perdió el Colegio Electoral). Tal es el peso negativo que dos términos de un partido incumbente puede tener en un candidato.
En resumen, para estas elecciones los republicanos entraron con la gran ventaja de los demócratas ocupando la Casa Blanca por dos términos y los demócratas con la ventaja de una economía en crecimiento y un presidente popular. Lo que ha pasado en estas elecciones es que hay dos candidatos tan polarizantes que la variable del “candidato” ha adquirido una importancia sobresaliente. Las características de los candidatos hacen de esta una elección muy atípica.
En primer lugar es la primera vez que una mujer es la candidata a presidente por uno de los partidos principales. Por otro lado, el candidato de los republicanos es un billonario sin ninguna experiencia política. Más importante aún, tanto Donald Trump como Hillary Clinton son los dos candidatos más impopulares, o con evaluaciones negativas más altas, desde que esto se mide en las elecciones.
Podríamos decir incluso que con Clinton como candidata demócrata casi cualquier candidato republicano muy probablemente estaría en la delantera y con Trump como candidato, casi cualquier candidato demócrata estaría en una cómoda delantera. Sin embargo, en términos del voto popular Clinton sólo tiene una muy pequeña ventaja sobre Trump.
De estos dos candidatos tan impopulares, Trump tiene evaluaciones más negativas que Clinton. Si bien Clinton ha generado entusiasmo en algunos sectores, muchos de los que votarán por ella lo hacen no por ella sino para detener a Trump.
Por otra parte, Trump tiene una base de votantes muy entusiasmados con él. Sin embargo, casi todo el liderato republicano le ha dado la espalda y una parte importante de los votantes de centro y de los republicanos más moderados no van a votar por él. Esta pérdida, Trump la ha compensado parcialmente movilizando a un sector del electorado que se había abstenido de participar en las pasadas elecciones, principalmente hombres blancos trabajadores de cuello azul y sectores ideológicamente muy conservadores.
Parece ser que estas elecciones van a ser decididas por el candidato o la candidata que los votantes de los Estados Unidos determinen que es el menos malo. Si es así, eso no ayudará al candidato que gane a unir a los estadounidenses luego de una dura batalla electoral o a tener el capital político para implantar una agenda ambiciosa.
El autor es profesor del Departamento de Ciencia Política en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.