
Un tubo sigiloso es vecino cercano de muchas comunidades, algunas a sólo unos pies del gran cilindro blanco. Jóvenes y niños con sus uniformes escolares pasan por encima del armatroste a diario. Es que les queda de camino a sus casas. Asimismo, los carros transitan a su lado sin ni siquiera percatarse de su existencia. Llamémosle oleoducto a este tubo que conecta al muelle de la Caribbean Petroleum (CAPECO) en el barrio Amelia en Guaynabo con la granja de tanques que se ubica en Bayamón, pasando por debajo de la autopista José de Diego y frente a la comunidad Puente Blanco en Cataño. Pero el trayecto del conducto también tiene una troncal que lleva a la Central Palo Seco, a través de una ruta al descubierto sobre la tierra que discurre por la carretera 165. Otra de las troncales de este mismo oleoducto lleva gasolina de avión al aeropuerto Luis Muñoz Marín y al único muelle privado en el País, Cataño Oil Dock. Tan obvio a la vista, este silencioso tubo pasa como un ente inofensivo que serpentea el Área Metro sin que la ciudadanía, los que podrían ser directamente perjudicados en caso de un accidente, conozcan los riesgos. Diálogo realizó una visita exhaustiva a las comunidades que conviven en la colindancia del oleoducto y a otras que fueron directamente afectadas por la explosión de la refinería de gasolina Gulf, como la comunidad de Puente Blanco. Allí, hoy cientos de personas esperan y reciben la ayuda de diferentes organizaciones. Mientras observan cómo limpian el Caño la Malaria severamente contaminado. De esta forma, algunos reciben la noticia de que su casa ya no es habitable y debe ser reconstruída. La incertidumbre y la sorpresa impera en aquellos sectores, que todavía respiran humo tóxico. En esta historia colaboró Marcos Pérez Ramírez. Vea notas relacionadas