La crisis en Ucrania representa un “resurgimiento” en escala micro y en matiz “leve” de la guerra fría o conflicto “Este-Oeste”. Rusia, bajo el gobierno de Vladimir Putin vuelve a plantear la posibilidad de desafiar a Estados Unidos como principal potencia mundial. Rusia ha ido configurando un polo de poder alternativo al occidental forjando lazos con China, Bielorrusia, Venezuela, Corea del Norte, Siria, e Irán. Incluso han establecido alianzas formales de defensa como la Organización de Cooperación de Shangai. Además, Rusia ha forjado amistad con anteriores aliados occidentales como Brasil y Argentina. Todo ello es indicativo que los tiempos en que Rusia había aceptado que Estados Unidos había ganado la guerra fría y que Rusia solo sería un “socio menor” han concluido. La “pérdida” de Libia en 2011, antiguo aliado ruso, convenció a Rusia y a China de no cooperar más con Occidente en el debilitamiento de sus aliados.
Esta política cada vez más asertiva de Rusia se refleja claramente en Ucrania. Esta república solo ha sido independiente desde 1991 y brevemente en 1918. El resto del siglo XX, Ucrania formó parte de la Unión Soviética y anteriormente del Imperio Ruso, desde 1795. Desde la perspectiva rusa, Ucrania ha sido una parte integral de Rusia. Es por ello que lo que Rusia percibe como un intento de Occidente de alejar a Ucrania de Rusia, asociándola a la Unión Europea y, eventualmente, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha sido respondido con contundencia por Rusia: con una ocupación “comando” y luego anexando a Crimea y agitando a la población rusófila y rusoparlante del Este de Ucrania contra el actual gobierno pro-occidental.
La política occidental (Estados Unidos y la Unión Europea) en Ucrania demuestra errores de cálculo político que, aunque no justifica la anexión rusa de la Crimea ucraniana, acción jurídicamente inválida, sí ayuda a explicarla. Al desintegrarse la Unión Soviética en 1990, Occidente incumplió lo que Rusia había entendido era un compromiso de mantener a los estados de Europa Oriental, antiguos aliados soviéticos, como zona “neutral” entre Rusia y Occidente. Este paradigma inspirado en Finlandia o Austria hubiera permitido a Rusia sentirse segura al existir una zona de amortiguamiento entre Occidente y Rusia. Sin embargo, la incorporación progresiva de Polonia, República Checa, Hungría, las repúblicas bálticas, Bulgaria y Rumanía a la OTAN, así como a la Unión Europea han incrementado los temores y la desconfianza de Rusia, quien sospecha que Occidente quiere llegar hasta sus fronteras.
El derrocamiento del presidente prorruso de Ucrania Viktor Yanukovych en febrero después de tres meses de protestas callejeras por sectores antirrusos y prooccidentales ha precipitado las acciones intervencionistas de Rusia. Ucrania es una sociedad altamente polarizada y dividida en dos mitades cada vez más irreconciliables, una rusófila y otra nacionalista ucraniana y pro-occidental. El Este de Ucrania se caracteriza por tener una importante minoría étnica y lingüística de origen ruso. No todos los ucranianos étnicos son antirrusos. Un sector importante de éstos prefiere la influencia rusa sobre la Occidental, particularmente los que habitan en la mitad oriental del país.
El derrocamiento del Presidente Yanukovych, electo democráticamente, y su reemplazo por un gobierno pro-occidental es visto como un “golpe de estado”, no solo por Rusia, sino también por la mitad de la población de Ucrania y ha conducido a los graves disturbios políticos-civiles. Dicho derrocamiento fue apoyado por Estados Unidos y la Unión Europea, particularmente Alemania, quien utiliza a la Unión Europea para promover sus intereses económicos en el Este de Europa y restablecer su dominio de la región, esta vez económico.
La política de la Unión Europea de presionar a Ucrania a firmar un tratado de asociación mostró gran torpeza e insensibilidad a Rusia, así como un error grave de cálculo político al no predecir la reacción de Rusia. Los antiguos aliados “forzados” de la Unión Soviética vuelven a temer la intervención rusa: Polonia, Hungría, las repúblicas bálticas. Ello ha conducido a reforzar la OTAN y la presencia militar de Estados Unidos en estos países, lo cual a su vez alarma a Rusia. Esta escalda, un verdadero círculo vicioso internacional, solo puede resolverse diplomáticamente. La adopción de sanciones políticas, diplomáticas y económicas occidentales contra Rusia no resuelven el problema de fondo: los temores de Rusia ante la expansión de la influencia occidental hacia sus fronteras. Rusia está marcando los límites por primera vez desde 1990. Rusia ya no es una superpotencia mundial pero tampoco puede descartarse o ignorarse; sigue teniendo el segundo ejército más poderoso del planeta y reclama su esfera de influencia.
La solución a la crisis conlleva las siguientes políticas:
- Ucrania tiene que diseñar un modelo político inclusivo. No se puede derivar legitimidad a base de derrocar gobiernos por medio de protestas en nombre de la democracia, como ha ocurrido ya en dos ocasiones. Ucrania tiene que desarrollar un sistema político de coexistencia mutua entre el sector prorruso y el pro-occidental.
- Occidente tiene que dejar de fomentar estas revoluciones y debe tolerar gobiernos prorrusos cuando así la mayoría popular lo decida. Occidente debe ser más sensible a las necesidades de seguridad de Rusia.
- Ucrania tiene que proclamarse neutral para apaciguar los temores de Rusia ante la expansión de la OTAN y ante la amenaza de esa entidad de desplegar misiles antibalísticos en Polonia y la República Checa.
Ucrania está irremediablemente insertada en el juego estratégico de Rusia y Occidente. Ningún partido en Ucrania puede pretender eliminar al otro o imponer su visión, ni pretender que Rusia no es su vecino y que puede ser eliminado de la ecuación. De no emprenderse estas medidas Ucrania quedaría condenada a un conflicto civil permanente y toda Europa se arriesgaría a una nueva guerra fría con Rusia, con resultados muy arriesgados e impredecibles.
El autor es profesor de Ciencia Política en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico.