En medio de las ráfagas de devastación de lo natural y lo humano, el Almendro se afianza al suelo riopedrense. En Capetillo, un bosque urbano se aferra a la comunidad.
Hasta el 2006, Isla del Diablo albergó a veintidós familias que conformaban la Comunidad Juan Méndez. Ante la propuesta de un proyecto de reestructuración de vivienda, las familias fueron desalojadas por el Gobierno. Al hacer una evaluación de los terrenos, se determinó lo que ya estas familias sabían: eran terrenos inundables y contaminados. Por lo que fueron re ubicadas en residenciales públicos y abandonaron sus casas.
Con el pasar del tiempo, las estructuras se deterioraron. Lo que era una comunidad aledaña a Capetillo, se convirtió en una amenaza para la calidad de vida de los vecinos, en espacios para la proliferación de basura, escombros, sabandijas, criaderos de mosquitos y actividades ilícitas. Se calculó la restauración del área en un millón de dólares.
Sin embargo, el Gobierno desistió por alto costo del estimado, y abandonó Isla del Diablo, dejándolos sin un plan de manejo de terrenos, según explicó a Diálogo el profesor Germán Ramos, quien hizo su internado doctoral en 2008 a través de la fundación del Huerto Comunitario de Capetillo, un trabajo colaborativo entre el Centro de Acción Urbana y Empresarial de Río Piedras (CAUCE) y los residentes de Capetillo.
Ahora la comunidad tendría que resolver por su cuenta.
No obstante, algo curioso ocurrió. Comenzaron a germinar plantas, a crecer árboles. Un ecosistema en resistencia al maltrato del hombre se propuso resurgir.
El éxito del Huerto como una empresa de autogestión comunitaria brindó a la comunidad un sentido de pertenencia y los empoderó para plantearse un nuevo reto: el rescate de Isla del Diablo y el bosque que Capetillo. Más adelante, el huracán Irene, que azotó la Isla en agosto de este año, se mostró como aliado de la comunidad; sus fuertes ráfagas provocaron una restauración natural manejada por el bosque mismo, en la cual 44 árboles fueron derribados.
Entre miembros de la comunidad y participantes del Huerto y CAUCE iniciaron un recogido de basura por el Bosque de Isla del Diablo. Cuando la labor de recogido de escombros se tornó ardua, recibieron ayudas externas, patrocinadas por la Fundación Toyota, Servicio Forestal Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), Agencia de Protección Ambiental (EPA), Estuario de la Bahía de San Juan y la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPR-RP), para remover neveras, estufas, muebles y pedazos de concreto del área.
No estaba en los planes del Huerto recuperar el Bosque. Pero, "miramos a ese espacio detrás…si se se puede tener un Bosque Urbano, ¿por qué no? Vamos a trabajarlo”, manifestó Ramos, ahora profesor de Ecología Familiar en la UPR-RP.
Así las cosas, Ramos, CAUCE y la comunidad se encomendaron a sembrar nuevas especies de plantas y árboles más resistentes en el Bosque que, involuntariamente, restauró Irene.
Una labor restauradora
Jorge Delgado es vecino de Capetillo y viene de una familia que reside en el área hace más de medio siglo. Es parte de la brigada de voluntarios que está removiendo escombros del espacio elevado sobre la correntía que cruza al Bosque Urbano de Isla del Diablo. Mientras Jorge coloca una piedra en la berma, el profesor Ramos explica el plan de renovación que se lleva acabo en esos instantes.
En la correntía que cruza el Bosque Urbano, instalaron tres bermas -estructuras que crean unas “cascadas” para añadir oxígeno al agua- las cuales ayudan a disminuir los contaminantes y retener la basura en el agua. En el cauce del río, sembraron 121 plantas que filtran otros contaminantes y restauran la calidad del agua. Esta propuesta promueve la generación de un ambiente aeróbico para las bacterias que descomponen contaminantes. Al mismo tiempo, las bermas proveen un ecosistema para que peces puedan comer larvas de mosquito, evitando que se desarrollen criaderos en la correntía.
Isla del Diablo es el punto más bajo de Río Piedras, oor lo que el área que comprende el Bosque Urbano recibe una cantidad considerable de correntía de afluentes pluviales, sanitarios y de manantial, todas mezcladas. De ahí que el agua no sea apta para el consumo y recreación humana. Aún más, esta agua y todas las descargas, incluyendo basura y contaminantes, desemboca en el Estuario de la Bahía de San Juan. Por eso, la restauración de esta zona es un proyecto necesario no sólo para la calidad de vida de la comunidad de Capetillo, sino para todo San Juan. Ramos adjudica que la presencia de CAUCE y la integración de la comunidad es el factor que ha disuadido a que se siga utilizando a Isla del Diablo como un vertedero clandestino.
A través de la educación han logrado que la comunidad se identifique con el entorno y se hayan integrado al espacio. "Río Piedras tiene una relación estrecha con la Universidad, hay mucha cordialidad y respeto mutuo, y sobre todo, ganas de desarrollar proyectos de equidad en conjunto. A fin de cuentas, esa es nuestra misión, educar y crear nuevos conocimientos”, destacó el profesor Ramos.
La meta de los que allí trabajan es crear suelo fértil para las 24 especies de árboles recién plantados, un hábitat para las 23 especies de aves que les visitan y un Bosque Urbano para los ciudadanos que, agobiados por el calor y el cemento, tengo un nuevo espacio de esparcimiento en medio de la ciudad.
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