Las últimas elecciones en Austria y en la República Checa muestran claramente que los medios de comunicación dejaron de intentar contextualizar los hechos. Para ello es necesario lanzar una alerta sobre el futuro de Europa, como vehículo de los valores europeos.
Europa quedó debilitada por los últimos resultados electorales, con la notable excepción de Francia. Todas las elecciones tienen en común, incluso las francesas, algunas tendencias claras que analizaremos rápidamente, por lo que quizá con imperfecciones.
Declive de partidos tradicionales
En todas las elecciones desde el final de la crisis de 2009, los partidos que están en el gobierno desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) están en retroceso o prácticamente desapareciendo, como en los últimos comicios franceses.
En República Checa, un millonario populista hizo añicos a los partidos tradicionales e instaurará un gobierno de derecha.
En el vecino país, el Partido de la Libertad de Austria, de extrema derecha, obtuvo 26% de los votos, muy pocos menos que el Partido Socialdemócrata, que obtuvo 26.9%. Los socialdemócratas están en el gobierno prácticamente desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Y otros partidos tradicionales, el conservador Partido Popular de Austria ganó las elecciones con 31.5% de los votos. Juntos, ambos partidos reunían más de 85% de los sufragios.
En las elecciones holandesas, realizadas en marzo, el Partido por la Libertad, de extrema derecha y liderado por Geert Wilder, quedó segundo detrás del gobernante Partido Popular por la Libertad y la Democracia.
Y en septiembre, Alternativa para Alemania, de extrema derecha y en contra de la inmigración, concentró una adhesión sin precedentes, convirtiéndose en el partido más votado, mientras que los dos tradicionales, la Unión Demócrata Cristiana, de la canciller (jefa de gobierno) Angela Merkel, y el Partido Socialdemócrata, registraron su peor resultado en más de medio siglo.
Y en Italia, según las encuestas, en las elecciones del próximo año, el populista Movimiento 5 Estrellas llegará al gobierno. Austria es el mejor ejemplo para comprender cómo cambió la política nacional de los países europeos.
Es importante señalar que no había partidos de derecha con una visibilidad real en Europa, a excepción del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, antes de la crisis económica y financiera de 2009.
La crisis trajo inseguridad y miedo. En ese mismo año, la extrema derecha austríaca, de la mano del carismático Jorg Haider, obtuvo la misma proporción de votos que en la actualidad. Y el conservador primer ministro Wolfgang Schlussel rompió un tabú al invitar al gobierno al Partido por la Libertad.
Entonces, en Europa, todo el mundo reaccionó con horror, y prácticamente aislaron a Austria; y el Partido de la Libertad perdió su esplendor en el gobierno, cayendo a cinco por ciento de los votos, y tras la muerte de Haider, hasta un poco menos. En cambio, ahora no se escucha ni un lamento de horror por ninguno de los partidos de extrema derecha que llegan al gobierno.
¿Qué llevó al declive de los partidos tradicionales?
Los partidos tradicionales ya registraban una pérdida de participación y de confianza de los electores a fines del siglo pasado, pero en 2009, Europa importó la crisis financiera, que había sacudió a Estados Unidos unos años antes.
Y en 2009, se propagaron dificultades y desempleo por todo el continente europeo. Y ese año, Grecia se convirtió en el campo de batalla de dos visiones de Europa.
Los países del sur querían salir de la crisis con inversiones y asistencia social, mientras que los del norte, encabezados por Alemania, consideraban a la austeridad como la única respuesta. Ese país quería exportar su experiencia: les iba bien gracias a una reforma de austeridad interna comenzada por Gerhard Schröeder en 2003 y no querían atravesar ninguna reforma a ningún costo.
Grecia solo representaba cuatro por ciento de la economía europea y pudo ser rescatada sin problemas. Pero ganó la visión alemana y, en la actualidad, ese país perdió 25% de sus propiedades, las jubilaciones cayeron 17% y el desempleo creció. La austeridad fue la respuesta a la crisis para toda Europa, lo que agravó la inseguridad y el miedo.
También es importante recordar que hasta las invasiones de Libia, Iraq y Siria, en las que Europa desempeñó un papel clave (2011-2014) llegaban pocos inmigrantes y estos no suponían un problema. En 2010, los inmigrantes ascendieron a 215,000, en una región con 400 millones de habitantes.
Pero a raíz de las invasiones, se destruyó el frágil equilibrio entre chiitas y sunitas, las dos principales ramas del islam. La guerra civil y la creación del Estado Islámico en 2015 expulsaron a muchas personas de la región, quienes huyeron rumbo a Europa.
Así, en 2015, más de 1.2 millones de personas, la mayoría de los países en conflicto, llegaron a una Europa que no estaba preparada para recibir a ese flujo de gente. Y si estudiamos las elecciones antes de eso, vemos que los partidos de extrema derecha no tenían tanta importancia como ahora.
Eso deja claro que la austeridad y la inmigración son los dos principales factores del crecimiento de la derecha. Los datos estadísticos confirman claramente esa explicación, pues revelan que los inmigrantes, por supuesto con excepciones (que los medios y los partidos populistas agrandan), básicamente quieren integrarse, aceptan cualquier trabajo, respetan las leyes y pagan sus aportes, pues, claramente, les conviene.
Por supuesto, el grado de instrucción desempeña un papel crucial. Pero los sirios que llegaron aquí son básicamente de clase media. Y por supuesto, hay una realidad inconveniente de que si Europa no hubiera intervenido en nombre de la democracia, la situación habría sido diferente. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) estima que más de $30,000 millones se gastaron en la guerra en Siria, que dejó hasta ahora más de seis millones de personas refugiadas y 400,000 muertas.
Y Bashar al Assad sigue ahí. Por supuesto, la democracia tiene un valor diferente en países cerrados y ricos en petróleo. Si nos tomáramos la democracia en serio, habría que intervenir en muchos países africanos.
Boko Haram mató siete veces más personas que el Estados Islámico, y el presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, evalúa presentarse a otra reelección tras gobernar ese país durante casi cuatro décadas. Pero nunca van a escuchar mucho al respecto en el debate político actual.
¿Cómo la extrema derecha cambia a Europa?
Nigel Farage es el populista que encabezó el Partido de la Independencia de Gran Bretaña, de extrema derecha, que luchó por salirse de Europa. Esa agrupación reunió más votos, 27.49%, que cualquier otro partido británico en las elecciones parlamentarias europeas de 2014 y consiguió 11 miembros más, sumando 24.
El partido consiguió asientos por cada región de Gran Bretaña, incluido el primero por Escocia. Fue la primera vez en un siglo que un partido que no fuera el Laborista o los conservadores ganaba la mayoría de los votos en unas elecciones nacionales británicas.
Pero Farage perdió las elecciones justo antes del brexit, en junio de 2016, y su declaración a la prensa fue: “De hecho, soy el verdadero ganador porque mi agenda contra Europa es ahora la base de la política de todos los partidos tradicionales”, tras lo cual siguió el brexit. Y eso es lo que pasa ahora en todas partes.
En las elecciones austríacas no solo ganó el Partido de la Libertad de Austria, sino que el conservador Partido Popular Austríaco adoptó el tema de la inmigración, la seguridad, las fronteras y otros asuntos de la agenda de extrema derecha y de los populistas. Alrededor de 58% de los electores optaron por la extrema derecha o la derecha, con los socialdemócratas también corriéndose más hacia el centro.
El nuevo gobierno alemán también se volcó a la derecha, al reducir los impuestos a las personas más ricas y a las compañías. Y el mismo giro a la derecha puede esperarse de la nueva coalición encabezada por Merkel, con los liberales que aspiran a quedarse con el Ministerio de Finanzas. Su líder, Christian Lindner, es un nacionalista y ha declarado varias veces su aversión a Europa. En ese sentido, será peor que Schauble, quien solo quería germanizar a Europa, pero era un europeo convencido.
Y es interesante que la mayoría de los votos de Alternativa para Alemania procedían de Alemania oriental, donde hay pocos inmigrantes. Pero en vez de invertir la friolera de 1.3 billones de euros en el desarrollo de esa región alemana, se mantienen las diferencias importantes en materia de empleo e ingresos con Alemania occidental.
No es de sorprender que el presidente de Corea de Sur alertara a su par de Estados Unidos, Donald Trump, que evitara el conflicto. Hace tiempo decidieron, mirando la reunificación de Alemania, que no tendrían los recursos para lograr anexar a Corea del Norte.
El astronauta, como calificó Trump al presidente norcoreano, puede alegar que la única forma de asegurarse de que Estados Unidos no intervenga es probar sus capacidades nucleares intercontinentales ya que Washington no respeta tratados.
Estas consideraciones nos muestran un claro patrón. La agenda de la derecha se incorporó a la de los partidos tradicionales. La llevan a la coalición gobernante, como ocurrió en Noruega, o tratan de aislarlos, como hizo Suecia.
Eso no cambia el hecho de que todo el mundo gira a la derecha. Austria se inclinará hacia el Grupo Visegrado, creado por Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia, claramente enfrentados a Europa y mirando a Vladimir Putin como modelo político, al igual que lo hacen todos los líderes de derecha.
La única voz europea activa es la del presidente francés Emmanuel Macron, quien claramente tampoco es progresista. El verdadero progresista, el británico Jeremy Corbyn es ambiguo respecto de Europa, porque su partido, el Laborista, reúne a muchos euroescépticos.
El nuevo gobierno alemán ya dejó claro que muchas de sus propuestas para una Europa más fuerte no están en la agenda, y que se mantiene la austeridad. A menos que se registre un fuerte crecimiento, lo que el Fondo Monetario Internacional puso en duda, los problemas sociales no harán más que aumentar. El nacionalismo nunca sirvió a la paz, al desarrollo ni a la cooperación.
Probablemente, necesitemos algún movimiento populista en el gobierno para mostrar que no tienen verdaderas respuestas a los problemas. El triunfo del Movimiento 5 Estrellas en Italia quizá sirva para eso.
Pero esa también fue una teoría válida para Egipto: Dejemos que la Hermandad Musulmana llegue al gobierno y que fracase. Qué lástima que el general Abdelfatah al Sisi no dejó que eso pasara. Nuestra esperanza es que no tengamos a ningún Al Sisi en Europa.
Si tan solo los jóvenes volvieran a votar, cambiaría la situación de Europa; esa es la verdadera pérdida histórica que dejó la izquierda en Europa.