La tarde caía y el sol seguía el curso de la naturaleza, dando lugar a una oscura y larga noche propia del mes de diciembre, que para nosotros no sería ninguna cualquiera. Ya desde el aire se empezaba avistar un juego de luces serpenteantes que recorría gran parte de la tierra firme, lo que indicaba que había una gran población allá abajo. No se apreciaban límites geográficos algunos desde aire, pero no teníamos duda de que estábamos a punto de aterrizar en aquellas tierras gélidas y desconocidas ante nuestro nuevo desafío: Rumanía.
Nuestra aventura por tierras rumanas comenzó en el mismo instante que nos documentábamos sobre las posibles rutas y lugares que íbamos a visitar. Una experiencia que tiene una mirada antropológica cargada de extrañamiento; en el que tampoco dejamos de tener la esencia antropológica del romanticismo por la filantropía y su huella dejada en el tiempo, como es la mirada a la historia de la humanidad y cómo se cuenta.
El hecho de aventurarnos por aquellos lugares para descubrir si lo que piensan muchos españoles sobre Rumanía era cierto o no, aumentaba la expectación hacia lo que nos íbamos a encontrar, debido a la estigmatización a la que es sometida la población rumana en España.
Analizaríamos in situ los estigmas socioculturales con los que están asociados los habitantes de este país, delincuencia, desavenencia jornalera y mendicidad, mediante la observación directa de determinados comportamientos y peculiaridades socioculturales. Para ello tendríamos en cuenta ciertos aspectos socioeconómicos como el índice de desempleo, rentas básicas y niveles de educación para comprender los diversos motivos que contribuyen a que una persona migre a más de 3,868 kilómetros para cubrir ciertas necesidades.
Debido a tan dispares aspectos, Rumanía es un país de contrastes sociales y culturales, riqueza histórica y poseedor de una población diversa y activa que mira al futuro del desarrollo como un país más dentro de la Unión Europea.
Viajamos y nos sumergimos en sus profundidades geográficas con la idea de esclarecer algunos de los mitos fijados. El trabajo de campo se basaría fundamentalmente en la interacción con la población local, caracterizada por una generosidad y hospitalidad que pudimos confirmar apenas pisamos suelo rumano, una población muy distante de la reflejada por los medios de comunicación que tienden a malinterpretar la realidad de una sociedad y cultura, que provoca que muchos españoles tengan una visión negativa o se estigmatice el país y su gente.
La aventura la realizamos en el mes de diciembre del año pasado, justo cuando el invierno comienza a notarse por todos los rincones del país y las fechas, próximas a la navidad, promueve entre sus gentes y nosotros la empatía social, haciéndonos sentir la esencia más humana y cercana de su población.
Diseñamos un itinerario, en varias ocasiones improvisado, que nos permitiría recorrer gran parte del sur y norte del país, visitar algunos de los lugares más destacados turísticamente y conocer a su gente, como interés fundamental de nuestro trabajo. Para llevar a cabo todo ello, la mejor opción, por económica y libertad de movimiento, fue alquilar un coche, nada más aterrizar del vuelo, en el mismo aeropuerto de la capital.
Comenzamos en Bucarest en dirección a Braçov, Sighiçoara, Sibiu, Timiçoara, Cluj-Napoca, Turgu Mures, Suceava, Bacau, Galati, Constanza, Calaraçi y otros muchos lugares, recónditos e imprevistos, que tendríamos la oportunidad de conocer gracias a la generosa colaboración de su gente para regresar de nuevo a la capital.

Bucarest impresiona por sus grandes avenidas de pasado soviético, la majestuosidad de sus monumentos y lo cosmopolita del contexto urbano. (Mihai Petre, Creative Commons)
La primera noche la pasamos en Bucarest, una ciudad que nos recibió envuelta en un manifiesto espíritu navideño ataviado con una decoración exuberante y mágica compuesta por miles de kilómetros de cables eléctricos y luces que coloreaban todos sus monumentos, calles y kilométricas y anchas avenidas que parecían no tener fin. Eran las 11:00 p.m. y las calles estaban casi desiertas, pero la poca gente que transitaba aún por ellas nos auxilió entre su inglés y rumano, algo extrañados, a nuestras preguntas de orientación. Pero existe un código universal en la comunicación que todos entendíamos perfectamente y sin duda estábamos conociéndonos a nosotros mismos, porque la sonrisa es culturalmente universal. De ahí que encontrásemos una barrera en cuanto a la lengua rumana, desconocida para nosotros y para medio Europa.
Con la primera luz del día sobre la capital nos impresionaron sus grandes avenidas de pasado soviético, la majestuosidad de sus monumentos y lo cosmopolita del contexto urbano y sus habitantes. La ciudad nos quería hablar mediante su gente, inserta en amplios espacios públicos, como testigos necesarios a la espera de que se produjera la ansiada comunicación. En el centro destacaban las tendencias, la moda, el bullicio de las compras, grandes edificios comerciales cubiertos por gigantescos carteles publicitarios, oficinas en pleno rendimiento visibles desde las enormes cristaleras y el constante flujo humano capitalizado nos recordaba que seguíamos en Europa.

Los grandes edificios comerciales cubiertos por gigantescos carteles publicitarios y las oficinas con enormes cristaleras en el centro de la ciudad les recordaba a los autores que seguían en Europa. (Carpathianland- Flickr)
Después de esa primera vivencia cultural pondríamos rumbo a Braçov, una de las ciudades más importantes y bellas del país a los pies de las montañas rumanas, comenzando con las primeras impresiones sobre la desconocida Rumanía. Nos llamó la atención ver grandes, nuevos y bulliciosos centros comerciales estratégicamente señalizados y visibles desde cualquier punto de la carretera, rompiendo, en cierta medida, con una visión de país anclado en unos sistemas económicos anticuados y muestra unos evidentes síntomas de despegue en el capitalismo imperante a nivel global.
En Braçov, ciudad universitaria, mantuvimos una de las conversaciones más interesantes y reveladoras del viaje. Un profesor de universidad, según nos decía él, y la dueña de un establecimiento extrañados, nos preguntaron de qué país proveníamos con muchas ganas de entablar conversación. Con un inglés fluido, ella por las telenovelas subtituladas y él por su profesión, nos explicaron según nuestro interés, un poco alterados y no sin dificultades, que los rumanos no son los delincuentes y gitanos que mendigan en los centros comerciales de Europa, y en concreto en España, sino que los rumanos eran gente como ellos, gente normal y trabajadora. Durante el desarrollo de la conversación nos sorprenderán los matices racistas y gestos despectivos que utilizarán para referirse a los gitanos rumanos.

Braçov, situada a los pies de las montañas rumanas, es una de las ciudades más importantes y bellas del país. (Horia Varlan- Vía Visual Hunt)
Extrañados por la conversación visitamos la ciudad, que estaba tomada por jóvenes universitarios, inmersos en un contexto cosmopolita europeo, y turistas en su mayoría nacionales. La frenética actividad de su población, los servicios que giraban en torno a ella como teatros, óperas, cafés, museos, restaurantes, tiendas, galerías de arte, bibliotecas, y un rico patrimonio otorgaba un exuberante dinamismo cosmopolita a sus habitantes en el que la población rumana gitana no aparecería representada en ningún momento.
Abandonamos la ciudad al mismo tiempo que pensábamos haber tenido un deja vu (¡quizás porque ya estuvimos allí!). Con rumbo a las estribaciones de las montañas transilvanas, en las que observamos muchos y dispersos pueblos a los márgenes de la carretera, conocimos otra realidad más alejada de la capital que, en cierta medida, ilustraba una vez más la falsa visión que teníamos sobre Rumanía.

En la imagen se puede apreciar uno de los mercados en uno de los pueblos del país. (Suministrada)
Nos adentramos en varios de ellos y hallamos en sus plazas llamativos mercados donde la afluencia de clientes locales era absoluta produciendo una ajetreada actividad comercial. En la mayoría de estos pueblos su población pasaba a ser casi exclusivamente rumana rural y gitana con síntomas evidentes de analfabetismo y muchas diferencias con respecto a la población urbana, y no es una diferencia basada en la dualidad urbano-rural, sino que iba más allá de ella colocándose en una sólida jerarquía social con respecto a la clase social blanca rumana.
Interactuamos con la población en el mercado siendo irremediable la curiosidad entre los locales y nosotros como únicos foráneos. Para ellos nuestra presencia era inusual y para nosotros aquel contexto también, creándose un ambiente de asombro mutuo pero al mismo tiempo nos daba la sensación de que esperaban ese tipo de encuentro mostrando síntomas de normalidad, como una actitud muy importante inserta en la mentalidad para conseguir abrirse al mundo global y rico, como puede ser el europeo, y salir de ese estigma de retraso sociocultural y económico.

En las cimas de las montañas se pueden observar imponentes castillos. (Wikipedia)
En este sentido observamos en las cimas de las montañas próximas a los pueblos bellos y majestuosos castillos rehabilitados con fondos europeos, como se podía leer en los enormes carteles ubicados en la entrada, que mostraban el impulso turístico recibido por Europa, o al menos interactuar con las políticas de desarrollo económico europeo, que muy poca relevancia cultural suscitaba en la población agraria y ganadera de la zona pero si en la mentalidad por alcanzar mayores índices de desarrollo económico y por tanto de mejoras de las condiciones sociales. Estos castillos, hoy convertidos en escenario de museos, son testigos de su historia y la dureza con la que fueron sometidas las poblaciones que ocupan en la actualidad sus alrededores.
Nota: No se pierda mañana la segunda parte de esta historia.