
Habría que empezar por el final. Justo cuando Julio se despide, ajusta su mochila al hombro y se pierde entre los demás estudiantes. Como uno más. Ahí. En medio del patio central del Conservatorio de Música de Puerto Rico. Luego habría que regresar al cuarto de práctica donde, sentado frente a un piano Steinway & Sons, Julio por fin fue Julio.
Julio Boria (Loíza, 1995) escuchaba de niño lo que escucha cualquier niño hijo de un padre cocolo. El loop de su infancia fue ese. Papo Lucca, también Rafael Hernández, toda la Sonora Ponceña, no sólo Papo. Los días corrían de esa forma. También estaban las carreras en el parque de pelota, el golpe certero del bate contra la bola. Eso y el cansancio posterior. Los amigos a esa edad y las tardes bajo el sol.
Hasta que las cosas cambiaron.
Después de mucho tantearlo, Julio Boria padre, esposo de Juanita París, un poco incrédulo, le presentó el piano a su hijo, quien contaba con doce años. “Él me hace el acercamiento y me pregunta: ‘¿Te gusta esto? ¿Qué tal esto, cómo tú lo escuchas?’”. Julio hace una pausa. Mira hacia cualquier parte. “Ahí nació una chispa”, dice luego, y chasquea los dedos. De aquella chispa nacieron otras. Y otras.
Julio tiene la sonrisa fácil, es corpulento, utiliza las palabras necesarias. El resto fue practicar. Aprender de oído. “Poquito a poco, paso a paso”, su padre le impartió las lecciones básicas. Y Julio entró a la Escuela Libre de Música en Hato Rey. Ahí estudió cinco años de piano clásico. Sonatas de Mozart, piezas de Beethoven, Liszt, Bach, Bartók. Atrás quedó la pelota, las tardes bajo el sol. En la escuela fundó un cuarteto: el Guess Who Jazz Quartet. El pasado año, junto al conjunto, ganó el segundo lugar en la categoría de cuarteto en Boston, Estados Unidos. De allí salió, además, con el Judges' Choice Award y el Outstanding Performer Award, reconocimientos por su ejecutoria en el piano.
Apenas lleva un año en el programa de jazz del Conservatorio, y ya sus profesores reconocen en él a un estudiante distinto. Alumno del reconocido pianista Luis Marín, Julio tuvo recientemente una experiencia que lo marcó profundamente. El santurcino Eddie Gómez –acaso uno de los mejores contrabajistas del mundo– vio en él a un músico que se aleja del resto. Tan es así, que el pasado 13 de septiembre Gómez eligió al joven loiceño para que lo acompañara, junto al profesor Luis Enrique Juliá, en el concierto: Eddie Gómez: Íntimo con Homar, donde se le rindió homenaje al artista y grabador puertorriqueño Lorenzo Homar con motivo de su centenario.
“Para mí fue una experiencia inolvidable porque salió de la nada, como quien dice. Porque actualmente, yo estudiando aquí, a mí me sorprende que me haya seleccionado”, cuenta, al mismo tiempo que acepta que todo lo que ha logrado en su breve e incipiente carrera es fruto del esfuerzo. Julio practica alrededor de seis horas diarias al piano. ¿Qué se sacrifica en el camino? “Parte de lo que se conoce como el jangueo, salir, ir al cine o a la playa, pues a veces ese tiempo, lo he sacrificado. El tiempo de entretenimiento fuera del hogar”, dice, y se ríe.
Habría que regresar al principio. Al cuarto de práctica de su profesor y mentor Luis Marín. Al piano Steinway & Sons, a Julio por fin siendo Julio. Es ahí donde este joven parece estar más cómodo, donde regresa aquel destello de hace seis años. Suena Obsesión, de Pedro Flores, Soñando con Puerto Rico, de Bobby Capó, Caravan, de Juan Tizol. Julio toca y se transforma. Se hacen más notorias las canas prematuras que se asoman en su cabello. Nacen chispas que se unen a otras. Al final Julio se despide, con la sonrisa fácil. Y se pierde entre los estudiantes. Aunque distinto, como uno más.