
Mi chico menor estudia en una escuela pública… en un campo entre Caguas y Cidra… En otras circunstancias estudiaría en el Colegio donde estudia mi chico mayor. El Colegio donde yo estudié hasta décimo grado, antes de desertar a una escuela pública, pero eso es motivo de otra columna. En el Colegio estudiaron mis hermanos, mi mamá trabajó por varios años en 2 “temporadas” diferentes. Mi sobrino mayor se graduó de allí y hoy todavía estudian 2 sobrinos. Incluso la Cancha Bajo Techo lleva el nombre de mi hermano mayor. Todo esto llevaría a pensar que es mi Colegio. Y en parte así es. Pero el pequeño estudia en un campito… En su salón hay 13 niños. Hay un solo grupo por cada grado. Decisiones que tomamos en beneficio de su desarrollo fue elegir esta escuela. Llegamos a ella por una gran amiga. Con este curso escolar llevamos 4 años allí. Es algo diferente lo que se vive. Los padres nos estacionamos, algunos llegan a pie pero la mayoría entra a la escuela y no se va hasta que los chiquillos entran al salón. Velamos por la seguridad de otros. No hay pelea o juego de manos que no intervengamos. Cuando alguien deja caer un papel al suelo, con firmeza y respeto pedimos que lo recoja, que por favor no ensucie la escuela. Sabemos cuando alguna maestra se ausenta porque aparece un cartelón en el portón anunciando quién no tiene clase. A las 3pm la calle se llena de gente a buscar a sus crías. No existen las guaguas escolares, solo algunos porteadores públicos que dan servicio a algunos niños del programa de educación especial. No hay lujos, si limpieza. Tampoco los niños salen de allí para el servicio de tutorías, que por cierto es como pagar otra mensualidad de un colegio. Hay ambiente. Hay corillos. Hay gritos, algarabías y este año música, a la que sigue una reflexión diaria en el patio de la escuela. El patio es “accidentado”, hay brea, hay barro, hay cemento. Y escalones. Es una escuela humilde pero llena de experiencias. No hay Día de Juegos como los de mi escuela. Es un Festival donde se funden lo cultural con lo deportivo-recreativo, donde nadie pierde y todos participan. Este año se ha añadido sazón de fiesta y bulla. Pero con esto no quita que hay enseñanza. Mi chico de tercer grado está aprendiendo un montón. Los maestr@s son excelentes. Y enseñan como es. Cada día la siento más mía. Cada día doy gracias a Dios porque la vida me llevó a esa escuela pública de la que me siento tan orgullosa. Con sus altas y sus bajas, y con los problemas que aquejan a nuestra sociedad, pero por mucho muy lejana a la que te “pintan” en la prensa, radio o TV. Y cada día pienso como a veces el deseo de querer darle lo que creemos que es lo mejor para nuestros hijos lo privamos de experiencias como las que vive mi hijo en su escuelita. En la búsqueda de la “mejor educación”, nos tragamos el cuento de que ésta tiene que contar con programas bilingües, equipo de alta tecnología, y libros de texto en sus bultos aunque nos rompamos las espaldas. Les garantizo que mi hijo tiene una excelente educación, matizada de la algarabía, la alegría, el patio accidentado y el rótulo que anuncia cuando no viene una maestra. Mi hijo cada día tiene una educación para la vida.