Dos imágenes opuestas valen para acercarse al poemario En 2da piel de Millicent Maldonado. La primera es una enseñanza espiritual con la que los Padres de la iglesia quisieron esclarecer la exhortación evangélica a “ser sencillos como palomas y astutos como serpientes”. La segunda se practica por motivos poco sublimes en cualquier oficina de dermatología o spa: el peeling químico. Por ser más sugestiva la culebra evangélica, desde ella nos aproximamos a este libro.
La astucia de la serpiente consiste en que esta, cuando sabe que su piel ha envejecido y le dificulta su sinuoso transcurso sobre la tierra, está dispuesta a meterse por la más estrecha y oscura grieta que encuentre en una roca para desprenderse, a puro raspazo, es decir, con dolor, de la piel vieja –ahora pellejo– y salir del otro lado luciendo su renovada y lustrosa piel de zapato caro. A ella nadie la pela, ella solita se encarga de su estética. En el contexto discursivo al que pertenece la analogía, la piel vieja es el pecado, las malas mañas y la piel nueva es la vida en gracia, las buenas obras; la sencillez de la paloma es el perdón de las ofensas, que modera la astucia de la serpiente; la no violencia, para ponerlo en lenguaje ciudadano. La entrada en la cueva representa, entre otros gestos asociados con el bautismo, el desprendimiento de los bienes y apegos sin lo cual no se sale renovado de la gruta iniciática.
La anécdota que empuja a la autora a internarse en la fisura estrecha y áspera de la escritura poética es un divorcio (peeling cruel en lo afectivo o en lo económico, según donde duela). Pero este referente por sí solo no determina el trayecto por la fisura ni sus resultados, los poemas. Como es de esperarse de la literatura, aquí lo poético supera lo referencial. En 2da piel (San Juan: Editorial EDP University, 2015. 84pp.) no es un libro llorón para mujeres deprimidas ni una arenga para leerse en la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU. Tampoco es un estado de Facebook proclamando la muerte del macho, ni un recogido de firmas digitales exigiendo la abolición de la monogamia en Occidente. Mucho menos contempla su calavera la protagonista deliberando to be or not to be una mujer. La biografía y los discursos reivindicativos se recogen, como la vida, para ver pasar a la poesía.
La astucia de la autora consiste en reconocer sin enmascaramiento, desde el principio, cuál o más bien cuáles fueron sus puntos de entrada a la cueva, y haber tenido la valentía de estarse un rato allí regodeándose metafóricamente en los espacios ocupados y desocupados, los objetos conservados o desechados, las calmantes o desesperantes rutinas, los recuerdos desacralizados y reinterpretados, las entradas y salidas… En fin, todas las claves de un sufrimiento encubierto por capas y capas de eufemismos existenciales, como lo expresa en el poema “Objeto” mediante una acumulación de símiles:
el carro nuevo cada seis meses, tu desatención
un lugar para todo como la rigidez
del control de cada pieza
¿será así el ajedrez?
los abrigos empolvados como el eco del olvido
(‘nunca jugamos en la nieve’, eso dijo mi hijo).
Sus reivindicaciones son mínimas, nada triunfalistas y no descartan una etapa de duelo patológico ante la pérdida:
tengo un trastorno
un desorden imperativo
mantengo el control del clima
llueve cuando yo quiera
quiero cada vez que ansío
el rocío es mi aliento
sé donde está todo
en qué página, estrofa y verso dejé el libro
cómo me miran las latas
soldaditos alineados por tamaño y por edad.
Como la serpiente, la voz poética de En 2da piel va removiendo poco a poco lo que le sobra, lo que le resta agilidad, lo que le entorpece el paso hacia lo siguiente. Sin embargo, lúcidamente, nuestra protagonista evita proyectarse hacia un futuro que está por escribirse. No está apurándose tanto por descubrir lo nuevo como por soltar lo viejo. “Lo viejo”, en este caso, no es un concepto cronológico, sino un tiempo-espacio que no coincide con los años de la infancia ni de la temprana juventud, sino con el intermedio conyugal, ese paréntesis gracias al cual, irónicamente, la llamó la poesía. El poema “Ojalá” marca ese momento-lugar:
me creía mujer
cuando me monté
en aquel avión
hasta que no supe
qué hacer con
mi marido
ser madre de un hombre
con el cual uno se casa
trastorna.
Una nostalgia bien dosificada idealiza el estado pre marital como la piel auténtica que la voz poética quiere recuperar, y la escritura como una segunda piel con posibilidades de crear otra que no sea falaz. Dice en el poema “De vuelta”:
regresé
dieciséis años después
a este cuarto
a esta piel
a este nombre:
mi segunda piel
verdadera
que escribe
se apodera y cría otra
repatriada
(…)
discierno
estoy aquí
para habitar
la que me habita
soy piel de vuelta.
Esta idealización, sin embargo, es matizada por la figura de un tercero que ocasionalmente interrumpe el ensimismamiento de la voz poética: el hijo. Parir es un movimiento hacia adelante, nunca en retroceso, como lo expresa en el poema “Umana” (sin hache):
otra forma de abrir la piel
es hablar del parto
más que partir el vientre
es cortar la primera realidad.
(…)
abrir la piel
hablar del parto
descubrir
las consecuencias de la sangre.
La cría tampoco opera en reversa, es lo contrario de la nostalgia, hasta que recibe su primera marca. En “747”, por metonimia, la madre/sábana deja al hijo a la intemperie:
construir las cajas, como destino
tanta seriedad, prisa, dolor
fue cortar algo de su confianza en mí
de su defensa de quien fue
su primera sábana
Sin caer en el cliché de las maternidades tipo Sara García o Libertad Lamarque la voz poética se admite “Umana” (sin hache):
me da pereza ser buena madre
me he arrepentido, pero no de lo obvio
he mentido a los más inocentes.
Aun así, en el poema “Virgen”, se valida la experiencia de lo materno como punto de encuentro de dos soledades y, en otro nivel de lectura, con la relación erótica y la escritura poética:
quise escribir un poema de amor
pero nunca he amado
hombre mujer
he amado aquello que he parido
en sangre o tinta azul
(…)
si me tocara un hombre encharcado en luna
si supiera como me sabe una mirada derretida
lo paro a la luz de todo lo que me enamora
hasta que me quede la lengua pegajosa
lo verso
en tinta azul.
Coherente con la mesura expresiva que predomina en el tono del poemario, aunque no elude los riesgos sentimentales, lo erótico se despelleja poco a poco sin estridencias. No deja de ser curioso, sin embargo, que de un poemario cuyo logo unificador es la piel, se ausente la sensorialidad de los cuerpos al tocarse. Lo más táctil, en cuanto a contacto físico, se resume en estas líneas del poema “Umana”:
me gusta cómo me miran
los dedos nerviosos
que me llamo Lola
y a veces lo creo
respeto a las mujeres de mis amantes.
Lo erótico se ha mudado de sitio, se ha trasladado hacia la escritura:
las palabras sub-rayadas
el exhalar del lomo de un libro
así a un hombre, nunca he amado
ni a una mujer deseado
con la lujuria de los verbos
no he querido olerlos ni robarlos para mí
amo
lo que tengo dentro
mientras lo tengo dentro
Textualmente, esta omisión del tacto nos devuelve al terreno del lenguaje simbólico que hemos leído desde la metáfora de la serpiente. La elipsis se justifica por la dominancia de la separación y de la mudanza como elementos dinamizadores de los poemas. De aquí la mayor importancia que se da a los espacios y a los objetos que al cuerpo. La piel ha sido desplazada o recubierta por las cosas. Más que de la salida del túnel y la exhibición de escamas tornasoladas la autora nos hace partícipes de su solitario y compulsivo despellejamiento. En general, las imágenes sensoriales evaden el brillo, la suavidad, la humedad: abunda lo opaco, lo rugoso, el cartón de las cajas, por ejemplo, como signo de lo precario y de lo provisional. Fonéticamente, predominan las pes y las tes, sonidos oclusivos sordos que requieren la expulsión violenta del aire, combinadas con las líquidas y vibrantes erres: parto, partida, repatriada, desprendimiento, creando impresiones sonoras de alzada y caída, de límite. No hay espacio para la apertura aérea de las vocales. Pero el libro respira. Y aunque, verbalmente, tampoco se oye aquí algo como el portazo de la Nora de Ibsen al abandonar su Casa de Muñecas, toda la fonética del libro suena a ruptura.
Los 45 poemas organizados en cuatro secciones: “La piel que fue”, “Mudanza”, “La piel (de) vuelta” y “La 3ra piel”, dan cuenta de movimientos hacia fuera y hacia dentro. Por ejemplo, los lugares de una migración que no está documentada por los datos censales de la crisis económica: la ida y vuelta por amor y desamor. O algo tan aparentemente sencillo como subir 14 escalones, disfrazarse de yuppie y de corredora de la bolsa, organizar el clóset, recoger los 84 pelos que se caen a diario o ver al nene sacando los juguetes de las cajas. Las cajas, las cajas, siempre las cajas. Imágenes domésticas y familiares que serían inofensivas o desdeñables como material creativo si no fueran la costra que recubre una herida con la que cualquier lector o lectora se puede identificar y que la autora sabe levantar.
Para terminar, añado otra metáfora peladora: A veces pasa, que una pared luce un color que nos encanta y de repente, por obra de la humedad tropical o por dedo de niño ocioso el color que está debajo emerge imprudente en forma de galleta; y si el dedo sigue hurgando, termina uno con un mapamundi decorando la sala. En el caso de la poesía, podemos querer inventar el único color de moda, el acabado perfecto que tape lo que había. Hay quien incluso aspira a que todas las paredes de todas las salas usen su color (su poética), como si otros y otras no hubieran puesto ni habrán de poner miles de capas de diferentes colores y tonalidades. A esa voluntad autoritaria le llamo mercadeo. Pero hay quien en vez de inventar, se dedica a indagar, a pelar la propia pared para encontrar lo que hay debajo. Maldonado, en este libro, no está inventándoselas para obtener nuestros likes, sino indagando con paciencia. Está escarbando su pared (su piel) con la tranquilidad de una niña que arranca la cascarita de su herida. Esa autenticidad, con toda probabilidad, es la única originalidad posible en nuestros días. Y desde lo auténticamente suyo, ha logrado mezclar sus propios colores, sus entrañables metáforas de la separación, de la mudanza y de la pelambrera sentimental sin querer imponerlos: “me falta/invento/me sobra/angustia”, admite sin alarde. Como lectora y poeta que ha sufrido sus propios despellejamientos compulsivos, se lo agradezco.
[Millicent Maldonado es autora del libro infantil Gabi the Pirate (Trafford Publishing, 2005), administradora del blog The Soulcerer’s Path (www.soulcerers.com) y contadora profesional. Este es su primer poemario publicado. La reseña es una versión de la presentación del libro dictada por Rosa Vanessa Otero en el Festival de la Palabra 2015.]
La autora es comunicadora, editora de textos y poeta, Premio de Poesía del ICP 2011 y Ateneo Puertorriqueño 2000 y 2003.