Cayó el sol. Lo supe cuando en medio del desfile de la séptima Jornada iberoamericana de jóvenes y niños trovadores, poetas y versadores, miré hacia atrás y vi por primera vez la hermosura del atardecer en Colombia. Fue en Cocorná, un pueblo localizado al este de Medellín, la capital del Departamento de Antioquia. En ese momento, a pesar de estar a cinco horas en avión desde San Juan, me sentí en casa.
El 15 de agosto llegué a Medellín como parte de la delegación que representaría a Puerto Rico en la Jornada. Durante ocho días visité distintos lugares de la tierra antioqueña. Entre ellos, Guatapé, Giraldota y Envigado. Esta vez estaba en Cocorná para celebrar el Festival de la trova y el chocolate.
Entre las titánicas montañas de la tierra antioqueña se filtraba la luz tenue del sol, que transformaba el cielo azul en un reflejo de sus cálidos resplandores. Al descender por las calles de Cocorná para llegar hasta la plaza donde nos presentaríamos, ya estaba oscuro. Personas de distintas partes del departamento llegaban en ‘bus’ para celebrar. En un lado de la plaza una nube de humo se alzaba y en el otro muchos se protegían de ella.
Terminó el desfile y nos ubicamos frente a la tarima principal. El olor de la nube de humo era embriagante. Al mirar alrededor sentí que era la única preocupada por el humo. Los demás, sobre todo los locales, gozaban de la fiesta y de la música, inmersos en el olor y el sabor del chocolate. Decidí fluir.
“Esta noche subes (al escenario)”, me dijo Hugo, uno de los organizadores de la jornada. Por un segundo entré en pánico. El humo ya me estaba dejando ronca. Además, no sabía con quién ni sobre qué me tocaría improvisar. Pero, de eso se trata, ¿no?
Me senté junto a la delegación cubana a observar el evento. Los nervios me consumían, pero logré controlarlos. La alegría reinaba y con el calor humano se intensificaban las pasiones por la trova. El público estaba presto a escuchar y a disfrutar lo que los trovadores del mundo improvisarían para ellos.
La jornada propició un intercambio cultural maravilloso. Allí pude compartir con poetas colombianos, cubanos, panameños y mexicanos. Todos estábamos listos para compartir nuestra poesía con Cocorná. Ya la delegación de Cuba, de México y Puerto Rico, habían hecho su muestra cultural. Le correspondía a Colombia.
Me acerqué al escenario y hallé a Juan Steven, alias “Guasquila”, y a Juan Felipe, dos trovadores locales. Les tocaba subir a improvisar y estaban muy nerviosos. Ambos son muy diestros en la improvisación, eso no los debía inquietar. Su nerviosismo era provocado por la ansiedad de volver a cantar en la tierra que los vio crecer para celebrar sus 151 años de fundación en el 20 aniversario del Festival de la Trova y del chocolate.
Subieron al escenario y los recibió el aplauso de su gente. Comenzaron a improvisar. Alejados de la picardía que caracteriza a la trova paisa, abrieron la puerta de la memoria y revivieron la esencia del festival.
Entre 1997 y 1998 Cocorná fue invadido por el miedo. La vida nocturna del pueblo había desaparecido. Nadie se atrevía a exponerse a las “guerrillas”. Las “guerrillas” eran los grupos armados que buscaban difundir sus ideales marxistas y comunistas, pero que con el tiempo y la falta de dinero, fueron autores de secuestros, extorsiones, vandalismos y se vincularon con el narcotráfico.
Durante mucho tiempo el pueblo se mantuvo en silencio ante la violencia que provocaron estos grupos. No porque aprobaran las hazañas o los ideales de las “guerrillas”, sino por temor. No obstante, con el propósito de devolverle la seguridad al pueblo y de lanzar un mensaje claro a los guerrilleros, se realizó el primer festival de este tipo.
Juan Felipe y “Guasquila” trovaron sobre los conflictos, sobre la pérdida de seres queridos y la vida en el pueblo. La piel se me erizó con tanto sentimiento. Al terminar su participación, subió un grupo de niños improvisadores para hacer un “banquillo”.
El “banquillo” es una actividad en la que suben varios trovadores a la tarima para improvisar sobre un tema que el público sugiere. El “amenazado” debe contestar en versos las preguntas que sus compañeros elaboren sobre el tema.
El público estaba muy entusiasmado. Los trovadores hacían el ejercicio cuando, de pronto, los relámpagos coronaron las mismas montañas que el sol había pintado hacía un rato. En poco tiempo, se abrieron las compuertas del cielo. La intensidad del aguacero que cayó era incalculable. El agua corría por nuestros pies cual río en busca de su cauce natural. Todos se refugiaron bajo los techos más cercanos y, al segundo, ocurrió un apagón.
A oscuras, el agua nos llegaba más arriba de los tobillos. Fluía con fuerza limpiando todo lo que se encontraba en el camino. Limpiando el corazón de Cocorná.