¿Quién iba a pensar que Guaynabo City, uno de los municipios de la isla que más esfuerzo ha dedicado a transformar sus espacios tradicionales de acuerdo con la despiadada agenda uniforme y cementosa de la ingeniería del progreso represivo, al estilo “safe” y absolutamente utilitario de los suburban towns repletos de “walk-ups” y centros comerciales, fuese a destinar una de sus plazas a la celebración de sus diez barrios por medio del arte escultórico? Justo cuando se pensaba que todo gesto artístico público estaba perdido debido al costo de uno de los desastres más grandes de desparramamiento urbano y expropiaciones de terrenos parceleros a favor de desarrolladores con mal gusto –en el preciso momento en que Guaynabo City está a punto de convertirse en Orlando por obra del pitiyanquismo y por derecho propio de las masas “güaynabitas” enardecidas por la ideología de Martha Stewart–, la primera dama del “county”, Alba O’Neill. y su esposo Héctor, hacen un magnánimo gesto retro de sensibilidad humanística e inauguran la Plaza de los Artistas en el centro del pueblo. La Oficina de la Primera Dama y el Departamento de Obras Públicas de la municipalidad coordinaron el proyecto. Comisionaron las obras que decorarían la plaza, ubicada, paradójicamente, en medio del flamante teatro de Univisión Puerto Rico y un residencial público, a diez escultores. Al azar, se les asignó un barrio a cada uno y también el espacio exacto en la plaza donde colocarían sus creaciones. Una vez firmados los contratos de servicios profesionales, que estipulan una remuneración de $30,000 que incluyó los materiales, cada cual se adentró en un proceso de investigación para conocer el lugar que le serviría de inspiración. Visitaron a los líderes comunitarios, se reunieron con los vecinos, consultaron textos, observaron detenidamente y fusionaron los resultados con su intuición y su experiencia para producir monumentos de envergadura de acuerdo con sus visiones creativas, la realidad y la simbología barrial, sus historias. La doctora Carmen Ruiz de Fischler, curadora del proyecto y encargada del catálogo, explicó, en entrevista con ‘Desafío’, que la plaza se hizo “en conmemoración de los artistas y los barrios al lado de la Torre Municipal para que, cuando la gente de los barrios vaya al casco, se sienta identificada con una obra de arte que los represente”. Agregó que “los artistas se escogieron porque miran al futuro, hay un balance entre aquéllos que tienen una trayectoria exitosa con monumentos públicos, como Pablo Rubio, y otros para los que ésta es su primera comisión, como Archie Cortés”. Pero, ¿qué tipo de mirada al futuro puede hacerse a partir de referentes de siglos pasados como Barrio Frailes, Barrio Hato Nuevo, Barrio Mamey, Barrio Sonadora, Barrio Pueblo Viejo, Barrio Santa Rosa, Barrio Pueblo, Barrio Camarones, Barrio Río y Barrio Guaraguao? Ruiz de Fischler compara el resultado del experimento de evocación temporal con el encuentro súbito que tenían los florentinos con el ‘David’ de Miguelángel al llegar a la Piazza della Signoria en Florencia o los sanjuaneros al toparse con la escultura de ‘La Rogativa’: “Así es que es bueno encontrarse con el arte, tropezar con él en cualquier recodo de la ciudad para que te dé en la cabeza y te abra los sentidos”.
Precisamente, dicho tropezón, y el duro golpe en la cabeza, es lo que propicia las encrucijadas entre el pasado agrario del pueblo, el presente de acceso controlado y el futuro incierto. “El trabajo sobre distintos materiales como el acero corten, el acero inoxidable, el mármol de Juana Díaz y la madera promueve el uso de la imaginación. El encuentro con las obras requiere análisis crítico y provoca distancia de lo literal. Las cascadas del Barrio Río y sus sonidos, por ejemplo, no están en las planchas de acero instaladas en la plaza por Archie Cortés; uno tiene que imaginárselas. Igual pasa con el resto de las obras. A través de las alusiones artísticas, se pretende ese rescate de la memoria; el rescate del pasado para que tenga vigencia en el presente”, comentó la crítica de arte. Si uno llega a la plaza desde arriba, porque viene de hacer gestiones en la alcaldía o porque sale del pueblo hacia, el ejercicio de interpretación continúa detrás de la obra ‘Melodía de Barrio’ de Cortés, al observar el enorme ‘Guaraguao’ en acero corten y acero inoxidable de Carmen Blondet. Esta escultura resalta no sólo por su tamaño sino porque, a pesar de que es plenamente tridimensional, la autora decidió enfatizar los rasgos del pájaro sólo en uno de los lados. El otro, presenta indicios de abstracción en plena figura en vuelo, pues el cerebro tiene que completar los detalles del plumaje y el cuerpo del fiero animal vencido sólo por ese famoso pitirre que, tarde o temprano, llega. Las contradicciones de la pieza ‘Mamey’ y su barrio correspondiente pasan a ser la próxima estación del recorrido. Ramón Berríos supo poner a conversar el mármol y la madera de ese árbol nativo hoy prácticamente olvidado conceptualizando una construcción que simula un resorte encogido que está listo para ser abierto o estirado en varios cuadros hechos con cilindros de esta piedra extraída de Juana Díaz. Sabemos que la piedra está desplazando a las maderas, y que la sustitución será fatal y definitiva, pero el símbolo de Berríos pone a pensar acerca de si será posible flexibilizar dicho destino manifiesto sombrío. La escultura es habitable, uno puede tratar de entrar en ella y pretender jugar con los tocones. El artista explica que eventualmente se pudrirán y que no serán sustituidos, ciclo al que también están sometidos los escasos mameyes aún vivos. Bajo el inmisericorde sol o con la ayuda de las luces de la plaza, si es de noche, se divisa a ‘Santa Rosa de Lima’, de Luis Torruella, haciendo un movimiento insólito para el transeúnte que tenga una idea solemne de la monja. La figura de acero inoxidable pintado de blanco y verde parece que corre por el barrio Santa Rosa. Una monja que va de prisa, arrancada de los oratorios conventuales y puesta en medio de la acción comunitaria, podría provocar significados sociales un tanto revolucionarios. Es de notar, también, la diferencia radical entre el dinamismo juguetón, casi caricaturesco, de esta escultura y ciertos adefesios de indias taínas planas y chumbas, bustos de próceres como Lola Rodríguez de Tío y la abnegada madre de la familia tradicional representada en el nunca bien ponderado Monumento al Jíbaro. Aunque viene siendo hora de tomar un refresco o una cerveza, cosa imposible en la Plaza de los Artistas debido a que allí no hay kiosco, fuente de agua, servicio sanitario o cosa que se le parezca, el amor al arte nos conduce a observar desde distintos ángulos ‘Construction Reflects’, de Linda Sánchez Pintor. Esta pieza bella y retante es una mole enorme de acero corten y acero inoxidable que representa al Barrio Pueblo, centro y corazón de Guaynabo City. Parece un martillo al que le nace un hacha, en parte pulido y en parte mohoso. Es un artefacto abandonado a su suerte en medio de la nada, caído, como si sus dueños no supieran cómo levantarlo, pero que tiene parchos de esperanza brillantes. Cualquier alusión al abandono y constante revitalización del casco urbano durante tantos años, cualquier comentario sobre el reflejo de la modernización y la construcción en Puerto Rico, su nefasto pero nítido resultado, su incalculable peso sobre el País, es pura coincidencia. La ‘Guajana al viento’, de Heriberto Nieves, hecha en nombre de la gente del Barrio Frailes cuyos ancestros dejaron la vida en los trapiches y las centrales de la industria cañera, es un cilindro en acero inoxidable rodeado de varios discos –también de “stainless steel”– que rememoran el movimiento peculiar de la flor de la caña de azúcar; la guajana. Ese impresionante espectáculo natural que ya no vemos a menudo y que chocaba con la miseria de los bohíos, queda simbolizado en esta obra atractiva, sobre todo para los niños. Si la viera Alicia, y este fuera el País de las Maravillas, posiblemente se divertiría mucho argumentando que se trata de unos Lifesavers de plata danzarines tratando de escapar a la tiranía del tubo que los oprime. Además, diría que es tarea de los niños del municipio treparse allí para ayudarlos en su huída.
Luego de la quinta vuelta de la patrulla de la Guaynabo City Police que se pregunta si estará todo en orden en la plaza, merodeada por ciertos jóvenes curiosos que han llegado libreta y lápiz en mano para hacer este reportaje, hay que detenerse frente al ‘Eterno corazón para Pueblo Viejo’ y la ‘Flor de Guaynabo’ de Harak y Pablo Rubio, padre e hijo escultores, respectivamente. Harak ha hecho un corazón místico que pretende desafiar las leyes naturales porque quiere latir para siempre. He ahí los anhelos del Barrio Pueblo Viejo y el artista, que moldeó el acero corten esmaltado y el acero inoxidable para crear una criatura viviente no identificable, pero que parece tener antenitas, ojo, cuerpo, pata y rabo. Podría ser un animalito insecto, inclusive extraterrestre, pero el autor indica con el título que es un músculo. El más importante para los humanos. Su padre, Pablo, por el contrario, extrajo una flor del Barrio Sonadora que se parece a la que comúnmente llamamos el Ave del Paraíso, y trabajó una metáfora vegetal en forma de puya de acero inoxidable y esmalte en frío. ¿Será eso lo que suena en el Barrio Sonadora? ¿Hacia dónde en el Cosmos apunta ese chorro ficticio disparado hacia arriba? Lo que sigue es subir las escaleras de la plaza, saludar al guardia de seguridad que vigila el sacrosanto estacionamiento adjunto al teatro de Univisión y encontrarse con ‘Visualización’, de María Elena Perales. Se trata de un marco grande en acero corten que representa al Barrio Hato Nuevo que, como hemos visto escultura tras escultura, tiene un pedazo de metal que simula una tela en movimiento. Algo allí parece que se mueve. La doctora Ruiz de Fischler aporta el “inside information” de que la artista se inspiró en las ventanas de las haciendas cafetaleras de la vecindad pero la figura que tenemos de frente sirve para encuadrar dos edificios fundamentales: el teatro y la nueva torre municipal, quizás el caserío. Por allí pasa la mirada que repasa cada una de las obras que están abajo, es el ojo de una aguja, las patas de un compás, hilos de cortina convertidos en una plancha con las mismas ondas del zinc. Lo que pasa por el pórtico es la imaginación hambrienta de sentidos y en las cercanías no hay actividad social pautada por ahora, según informa la Oficina de Prensa del Municipality of Guaynabo, según se lee allí en una tarja de cobre. Nada de tripletas, alcapurrias, pinchos, ni piñas coladas. Pero sí hay coctel de ‘Camarón azul’, una suculenta propuesta de Carlos Guzmán en acero inoxidable que representa al Barrio Camarones. Este artista tiene una trayectoria caracterizada por la interpretación de la fauna marina en un país rodeado de agua y de murallas. Hay que recordar los delfines de la Plaza del Ancla, del Condado, donde está Barlovento, y el calamar gigante del bulevar playero de Luquillo. Como bien indica la doctora Ruiz de Fischler, Guzmán se decidió por un camarón que tiene intenciones de seguir caminando plaza abajo. Como eso es imposible, entonces la acera y la carretera son los ríos navegables del hábitat de este marisco suelto y juguetón que se zambulle, como el resto de las piezas, en las consciencias de unos ciudadanos supuestamente enajenados de la belleza por los discursos de la prosperidad superficial propiciados por el consumismo. En el ensayo ‘Decorar es gobernar: Arte público y oculto’, Miguel Rodríguez Casellas, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Politécnica, apunta que: “Entre implosiones, megaproyectos y reconstrucciones de aceras, el Gobierno no ha mostrado un verdadero interés por revalidar al espacio público como lugar de convergencia, lo menos que podría esperarse de sus muchas caracterizaciones”. Queda por verse si la Plaza de los Artistas, más allá de las comisiones, los sueldos pagados a los escultores, las gestiones de transportación de las obras y la publicidad garantizados por la administración municipal y el mecenazgo de Univisión, puede convertirse en ese lugar de convergencia añorado. Poner diez esculturas allí, entonces, es muy loable, pero también sólo el comienzo. Para lograr la convergencia de la que habla en ex director del Proyecto de Arte Público de la administración de la gobernadora Sila María Calderón habrá que coordinar actividades multitudinarias en ese espacio, invitar a los residentes del caserío que queda al frente, hacer arreglos para que haya comida, bebida, servicios sanitarios, música, adiestrar a la policía municipal para que no reprima la interacción de las personas con las obras, revisar, quizás el deuteronómico Código de Orden Público, repensar la circulación de la gente hacia el casco urbano fantasmagórico. Ya allí hay un garaguao sobrevolando el área, caudalosos ríos de plata, una monja con los tenis puestos. Hay un camarón andariego, una puerta astral colorada, un mortero dispuesto a dar en clavo, dos flores mecánicas al viento, una fruta de piedra elástica, un corazón bombeando. Lo que falta son humanos que presten sus mentes para darles un apoteósico meneo. Guaynabo City Artists’ Square, anyone?