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El viernes fue un buen día para ser universitario. Uno mágico si se es parte de la comunidad universitaria del sistema de la Universidad de Puerto Rico (UPR). Bien dijo el presidente de la UPR, el doctor José Ramón de la Torre, durante su discurso inaugural de la Ceremonia de Distinciones Académicas 2010: era “un día en que la Academia se celebraba a sí misma”. Pero también era un día en que la comunidad celebraba a sus pilares. Los ex estudiantes que regresaban al Recinto de Río Piedras a aplaudir a sus maestros -así, nada de ex maestros- con la nostalgia detrás de las orejas. Los amigos, la familia de los galardonados que caminaban orgullosos para aplaudir a su sangre. Día en que a los prepas los golpea la realidad, el peso de la ignorancia, el no saber que aquellas personas que dan clases han hecho tantas y tan grandes cosas; pero que esa afrenta mental aún brinda la oportunidad a esos novatos de ver un ejemplo de vida, de obra, de profesión. De ver algo prácticamente en extinción –aquí y en cualquier lado-, eso que los viejos llaman de diferentes formas: universitario comprometido, verdadero universitario, estudiante de esos de antes, universitario hecho y derecho. Llámenle como quieran. De enterarse que en la Universidad de Puerto Rico pasaron grandes hombres como Juan Ramón Jiménez, Don Jaime Benítez Rexach, Federico de Onís, Pedro Salinas, Pablo Casals e incluso Jorge Luis Borges. Personas que dedicaron su vida a la Universidad, que creyeron en ella y que la respetaron y salvaguardaron siempre. Se nombró Profesora y Profesor Emérito a Myrna Casas Busó y a Manuel Maldonado Rivera, ambos grandísimos pedagogos. Escuchar los laureles y la obra académica de todos los honrados, provocaban en uno un pasmo idílico, un orgullo manifiesto. Para colmo frente a todos estaba Carlos Fuentes. Ahí, entrado en años –son 80, nada más- pero con el mismo espíritu arrollador, y la misma consigna de su obra y su vida: la riqueza y los vínculos del idioma español. Ese mexicano que cautivó al mundo con inmensas piezas como La región más transparente, con Aura, La muerte de Artemio Cruz, Terra Nostra, El espejo enterrado, visitaba de nuevo la UPR para recibir ahora el Doctorado Honoris Causa. También estaba el profesor Fernando Picó. Historiador puertorriqueño trascendental. Definitivo para la aparición y desarrollo de la “nueva historia puertorriqueña”. Persona maravillosa, exquisita, que decidió trasladar el aula universitaria a las cárceles de la Isla, entre otras grandes aportaciones de este intelectual sumamente comprometido con la difusión de saberes a los menos privilegiados y marginados. Pero yo me quedo con la historia de la catedrática Luce López Baralt. En su discurso, la Profesora Distinguida habló de cómo la Universidad le ha dado tanto, incluso a sus padres y hasta a su esposo –todos made in the UPR– y hasta de lo hermoso que se ve el nombre Universidad de Puerto Rico traducido a decenas de idiomas, a pesar de que el País no cuenta con embajadas. En un acto realmente conmovedor, López Baralt le dio el “sí” definitivo y gustoso, “como en una historia de amor”, a la UPR. Amor a quien le prometió “seguir siendo suya hasta que la muerte nos separe”. En días de austeridad e incertidumbre para muchos empleados, profesores, consultores y estudiantes de la Universidad, el viernes fue una linda tregua, un espacio idílico para el optimismo, para la reflexión con perspectiva de futuro, y para agradecer el tener un lugar dentro de la comunidad universitaria; y poder decir con orgullo, con nobleza, con esperanza: ¡soy parte de la iupi!