Para el insigne filósofo alemán Emmanuel Kant la política es un ámbito de razón y cordura. Por medio de esta se promueve la convivencia, se concilian posiciones políticas adversas el consenso y se protegen los principios rectores de la sociedad. Sin embargo, en la Venezuela de 2016 el proceso político se ha convertido en la antítesis de la propuesta kantiana. La intolerancia mutua, la incapacidad para siquiera conversar o negociar y la demonización del adversario político han llevado a Venezuela a una situación de quebrantamiento de los consensos básicos, necesarios para mantener un sistema político democrático.
Uno de los grandes desaciertos del gobierno bolivariano desde sus comienzos con Hugo Chávez en 1998 fue identificar a los partidos de su coalición con clases sociales trabajadoras (obreros), e igualmente identificar a la oposición con las clases medias y altas (descalificadas como “oligarquías” según el gobierno). Nos explica el sociólogo político Seymour Martin Lipset que todo partido, independientemente de su ideología, necesita tener apoyo de sectores de cada clase social. De lo contrario se desmantelan los acuerdos mínimos, se genera una polarización socio-política y la democracia colapsa al enfrentar a clases sociales de forma directa, tal como ocurrió en Chile en 1973 donde los partidos de oposición al gobierno socialista de Salvador Allende terminaron apoyando el golpe de estado militar.
Al ser elegido por primera vez en 1998 incluso con el apoyo de grandes sectores de clase media, el primer gobierno bolivariano perdió la oportunidad de generar una política de estado a favor de una administración honesta, reformista socialmente y más respetuosa de los derechos humanos que los gobiernos predecesores. Por el contrario optó por una propuesta radical en términos ideológicos y políticos, alineada con Cuba y virulentamente antiestadounidense. Además, empeoró la corrupción en una país ya de por sí altamente corroído y desmoralizado por este fenómeno nefasto desde antes de 1998. Los gobiernos bolivarianos de Chávez y Nicolás Maduro también han demostrado una total discapacidad para administrar la economía y despilfarraron gran parte del capital generado por los recursos naturales de Venezuela.
Como alternativa, existe una oposición con una trayectoria errática, muy dividida durante largo tiempo, e incapaz de generar una propuesta creíble y moderada de reforma. Gran parte de esta oposición se ha identificado excesivamente con Estados Unidos, permitiéndole al gobierno denunciarlos como agentes al servicio de la gran potencia, han administrado gobiernos estatales y municipales con la misma represión e incompetencia que el gobierno, se han mostrado también intolerantes, con un discurso tan excluyente como el del gobierno. No parece haber en ellos ningún ánimo de conciliación o consenso.
El expresidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, apoyado por los expresidentes de República Dominicana y de Panamá, Leonel Fernández y Martín Torrijos, además de la Santa Sede, han intentado realizar esfuerzos de mediación entre el gobierno y la oposición. Pero la oposición ha rechazado estas iniciativas internacionales para iniciar un diálogo y lograr una solución negociada. El dirigente principal de la oposición Leopoldo López se caracteriza por un estilo político de demagogia y politiquería que no augurarían un nuevo comienzo en caso de que alcanzara el poder. Por el contrario, es sabido de sus lazos con sectores turbios.
El asunto del referéndum revocatorio se ha convertido en el enésimo capítulo de un melodrama trágico entre un gobierno y una oposición cuyas iniciativas sólo polarizan cada vez más al país. La oposición se empecina en no permitir que el presidente complete su mandato constitucional hasta 2019. Mientras, el gobierno no parece tener otra política ante su estrepitosa caída en popularidad que no sea la represión, el encarcelamiento de dirigentes opositores por motivos políticos y la utilización de todo tipo de artimaña y manipulación institucional para perpetuarse en el poder. Ejemplo de ello, han sido las decisiones judiciales invalidando el referéndum revocatorio invocado por la oposición para remover al presidente Maduro de su cargo y el aplazamiento de las elecciones estatales y municipales originalmente pautadas para diciembre de 2016 hasta 2017.
Tanto el gobierno como la oposición tendrían que buscar un acuerdo ya que ninguno aceptará ser excluido totalmente de los procesos políticos. Pero Venezuela carece en este momento histórico de hombres y mujeres de estado que puedan sobreponerse a la irracionalidad y la intolerancia y proponer un proyecto de país viable e incluyente. Sin una especie de Nelson Mandela o John Kennedy, Venezuela no tendrá futuro político ni será viable en ningún ámbito. Irónico y trágico desenlace para el país que tuvo como presidente al gran intelectual y escritor Rómulo Gallegos y que dio a la humanidad al ilustrado Francisco de Miranda, libertador de Francia, Estados Unidos y Suramérica. Cabe preguntarse como un país involuciona desde estas figuras excelsas a la demagogia, corrupción, politiquería, incultura y oscurantismo del presidente Maduro y del opositor López.
Algo se torció malamente en Venezuela y debe corregirse o el país caerá en un callejón sin salida que podría conducirlo a una guerra civil una vez no exista posibilidad alguna de una salida institucional y una vez se haya colapsado irremediablemente la posibilidad de diálogo y conciliación. Otra posibilidad nefasta es que Venezuela se retrotraiga al subdesarrollo más básico o al fracaso del estado y se convierta en un estado fallido si el gobierno y la oposición no optan por buscar la racionalidad, la conciliación y la solución institucional a los conflictos.