En un otoño que nos cae a las espaldas porque acaba de pisar el mes de octubre, la chorrera al invierno blanquísimo de los de acá, con los zapatos ahogados y las décimas de frío nos fuimos todos a la iglesia porque sí, porque Mima iba tocar en Boston. Y ese es el tipo de poder de convocatoria que tiene. En Puerto Rico cuántas veces no la hemos visto en donde salga, en un parking, en un teatro de paneles o una acera de Río Piedras. Porque ella está y no está por ahí y cuando sale, uno va.
Cantó canciones nuevas, canciones navideñas, canciones de lo años en la iupi en remake, canciones elegíacas e iba sacando y guardando a músicos amigos. Iba haciendo chistes, pequeñas pausas luego de cada canción, a veces para quitarle la solemnidad al recital (no es mentira que estábamos en una iglesia), pero en la mayoría de las ocasiones era para eso y para hacer atribuciones. Esta canción lleva prestado de este artista, de este género, es una rescritura de este poema de Palés Matos, es una versión de la décima, es un lamento o una quinta al aire, es parte de trabajo de aires navideños. Todo como una suerte de mejunje bien atribuido y una mezcla como es su música que lleva todo el empeño de estar siempre rehaciéndose.
Tal vez por ello ir a un concierto de Mima nunca es repetirse. Eso de que “nosotros los de entonces ya no somos los mismos”, pues sí y no. No somos los mismos, o no deberíamos serlo, que hemos ido más de un vez a un recital de Mima, ni en tiempo ni en espacio (menos acá en Boston), pero tampoco la música es la misma. Quizás sea una de las cualidades que más admiro, siempre hay una extraña familiaridad con la casa propia, con una experiencia particular de Puerto Rico, pero ella parece trabajar para que esa noción esté siempre en fuga. Y cada vez que la veo es siempre una nueva ocasión para disfrutar buena música transformada y hay un leve recuerdo de cómo no conseguíamos su primer disco, de la expectativa del segundo, de quién me lo pasa a la computadora. Pero enfrentarse con sus canciones en especial en vivo es disfrutar una y otra vez de lo nuevo y lo conocido. Cada vez con la mirada más afinada a influencias musicales, a colaboraciones pero al mismo tiempo es como lanzarse al agua y flotar.
No puedo evitar mirar el recital con el sesgo de quien está más o menos lejos. Vivimos hace un rato, hablo de mi pareja Edgardo y de mí, en Boston, Massachusetts. Y poder ver a Mima aquí es recordarnos lo que también somos, esas experiencias tan particulares que nos componen. Que todos los días somos los estudiantes y los instructores puertorriqueños, que somos los veintiúnicos puertorriqueños en nuestro lugar de estudio y trabajo. Pero que somos muchas cosas más que una forma de hablar particular y que quizás una alegría, más que una noticia refrita en un titular. Entonces, Mima supo agrupar eso, el jolgorio navideño de lo que también somos y las muchas otras piezas que nos componen, que reinventamos, y las otras que a veces desde acá se nos olvidan.
La autora es estudiante doctoral e instructora de Español en el Departamento de Lenguas Romances en la Universidad de Boston.