
Es inminente. Vuelvo a las telenovelas de época. Esta vez toca el turno de Alondra. Otra vez, Carla Estrada de la mano de Yolanda Vargas Dulché, arremete con su juego de hilvanar con hilos finos y muchas veces de oro, las historias más chuecas y truculentas. Tanto o más como lo hicieron las costureras de esos vestidos impresionantes que se utilizan en las telenovelas de época. ¿Cuánto encaje, tela, refajo, ruedo, jubón, agujas, hilos, botones y cremalleras habrán hecho falta? Desconozco, pero sí me atrevo a intuir la inconmensurable cantidad de metal de varilla que hizo falta en esa producción. Primero, todas y cada una de las actrices vestían trajes con un corpiño tan y tan apretado que sus senos parecían cojines a punto de explotar. Como frutas blandas, maduras y ofrecidas en bandeja de hilos. Eso requiere mucha varilla, sobre todo para delinear la minúscula y asfixiante cintura que los sostiene. Luego llegamos a la falda. Toda redonda, toda perfecta como un dibujo infantil de un semicírculo que se rompe en la punta de la cintura y en el corte horizontal del suelo. Andar con esa falda tan paradita también ha de requerir varillaje, pero en este caso, del tipo similar al que hace falta para sostener un edificio. La mujer edificio. La mujer de época. La mujer envarillada, como si se hubiese caído y requiriera de algo que sostuviese sus huesos. Aunque claro, no podemos olvidar que ante la falta de aire podría ser dificultosa la proeza de caminar y peor aun hacerlo con algo de gracia. Bajo esas faldas habría más secretos. Elásticos, ligas, más encajes de los que pican, medias finas sostenidas por pequeños dispositivos de tortura. Dios santo, no me he vestido así aún y ya estoy agotada. Supongo que por eso habrá cobrado bastante la actriz, Ana Colchero, una colorá bastante brava.
Recuerdo que ella se besaba con el protagonista en un río, que se despojaba de su entramado de telas con una facilidad envidiable, inverosímil y desafiante de toda lógica. Así ha de ser el deseo, contradicción natural de lo posible. Vencedor absoluto de la varilla. Hacía “barbaridades” esta niña. Era independiente, era mujer con varilla y sin ella. Dominaba el cuerpo armado y desarmado. Corría con tacones, sombrilla de tela, guantes, sombrero y parafernalia adjunta. Lloraba con sus senos casi en la barbilla y se quitaba y se ponía todo a diestra y siniestra. ¿Qué diría el feminismo sobre ese personaje? ¿Merece la gloria por ser rebelde en época de varillas? ¿Debe ignorársele por que su rebeldía, la mayoría de las veces, era motivada por un interés masculino? ¿Llegó a ser libre realmente si habitaba la cárcel de sus telas? Pienso en las bodas, en la liga bajo el vestido, en el hombre que, canino, muerde el anzuelo de encaje, en el cuerpo controlado y en control, en las quemas de sostenes de los 60, en los senos libertarios bailando bajo las telas finas de algunas camisetas, en mi sostén de hoy, con sutiles pero presentes varillas en la parte de abajo, en los secretos que esconden las costuras… Que no se te vea la costura niña, en el lado oscuro, en el cuarto de atrás, en la cueva, en ser mujer, en la varilla cosa fálica que hoy doblamos y moldeamos a nuestro gusto. No sé quién gana. No sé quién pierde. Pero sé que algo hay bajo esas telas, bajo la tela, sea la época que sea. Es cuestión de coser y descoser.