
SOBRE EL AUTOR
“La Violencia contra la mujer es una forma de discriminación que impide gravemente el goce de derechos y libertades en pie de igualdad con el hombre”.*
Durante las décadas de 1960 y 1970 con la segunda ola del feminismo, luego con la tercera en la de 1990 y hasta hoy, muchas mujeres hemos tomado conciencia de los problemas que enfrenta nuestro género y la necesidad de combatirlos desde diversos espacios. Hemos asumido luchas controversiales que nos han permitido disfrutar de derechos fundamentales y del reconocimientos en distintas esferas. No obstante, nos falta mucho por hacer a todas y todos y la lucha por la igualdad de género no es una cuestión solamente de nosotras.
La Universidad, en la visión utópica como muchas veces la creemos, es uno de los espacios más importantes para fomentar estos debates y discusiones. En principio, nos brinda las herramientas que fomentan el análisis crítico para mejorar las realidades del país del cual, al final de la jornada, somos un puro reflejo. Es el espacio ideal para encaminar proyectos sociales y cambios en los sistemas. Pero muy a pesar de esto la Universidad, nos guste admitirlo o no, se ha convertido en un espacio de privilegio donde estos temas parecen ser muy importantes pero en la práctica se demuestra todo lo contrario.
En los últimos días en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras hemos visto un incremento en los actos delictivos siendo nosotras, las mujeres, el blanco recurrente. Nos asaltan, nos persiguen y se nos insinúan dentro de la burbuja del campus riopedrense. Para colmo, esto parece no ser suficiente violencia de género y al momento de hacer querellas se nos cuestiona la veracidad de los hechos y nos dicen “¿Eso no habrá sido un novio tuyo?”. Entonces ahí salen los superhéroes del Recinto, nuestros representantes estudiantiles, a cuestionar los hechos, a hacer un media tour denunciando estas barbaridades y a proyectarse como grandísimos defensores de nuestra integridad y seguridad.
¿Saben qué? Me encantaría poder creer en lo que acabo de decir, pero desde hace un tiempo he podido ser testigo de cómo estos mismos “representantes” perpetúan la violencia de género en los espacios de la comunidad universitaria. Cuando nosotras señalamos, denunciamos o lideramos procesos y exigencias no se nos hace el caso pertinente. Nos faltan el respeto y nos quieren decir cómo tenemos que hacer las cosas. Eso, señoras y señores, es violencia de género. Una pura expresión del orden patriarcal y claro reflejo del desequilibrio de poder entre hombres y mujeres.
Es necesario que todas y todos estemos conscientes de la realidad de nuestra Universidad y que asumamos posiciones en contra de esto. No es posible que nos sigamos sintiendo frustradas e impotentes en espacios de supuesta representatividad. Yo no quiero y no voy a permitir que el que está supuesto a representarme no me respete a mí o a mis compañeras. Porque la violencia no se limita al acto físico de agresión. Cuando nos robas, nos agredes. Cuando nos persigues, nos agredes. Cuando nos silencias, nos agredes. Cuando nos dices cómo hacer las cosas, nos agredes.
Espero que esto sirva de reflexión para todas y todos y que nos haga cuestionarnos las realidades que enfrentamos como estudiantes. A veces es necesario distanciarnos de los sucesos para poder percatarnos de las dinámicas que se dan en estos espacios de poder. Porque si la violencia de género es un problema gravísimo, mucho más es la indiferencia ante ésta, ya que no solamente pasa desapercibida, si no que terminanos asumiéndola y siendo sus cómplices.
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La autora es estudiante de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales y Representante Estudiantil ante el Consejo de Estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
*La cita inicial fue una afirmación que se produjo durante la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), en su recomendación final número 19 del año 1993.