
¿Alguna vez se ha preguntado por qué es necesario vivir con tapones, sin agua o sin electricidad, a veces por periodos prolongados como sucedió en el apagón que ocurrió en la Isla en septiembre del año pasado?
La causa de muchos de estos males es el “crecimiento”. Usándome como ejemplo, a mis 54 años recuerdo que cuando niño tenía un afán incesante por crecer y así lograr todas las cosas que el “ser mayor” incluía. Vivía para crecer. Hoy, trato de evitar los malos hábitos para que los triglicéridos no se disparen y detener el crecimiento, sobre todo en los lugares equivocados. Sí, decrezco para sobrevivir.
Esa palabra que utilizamos sin pensar, “crecimiento”, por un lado genera sentimientos de orgullo, competitividad y cambio, pero muchas veces en ella se encierra muy poco de prosperidad, justicia o mucho menos bienestar o felicidad.
En periodos de crisis fiscal como los que enfrenta Puerto Rico hoy, se hace necesario preguntarnos como país si esta visión mesiánica del crecimiento como cura para todo (como el Windex en la película My Big Fat Greek Wedding) debe ser la guía para las decisiones que tomemos ahora, pensando en las generaciones futuras. En otras palabras, si es posible un crecimiento sostenido.
Dijo alguna vez el economista inglés Kenneth E. Boulding que: “el que crea que en un mundo finito, el crecimiento puede ser infinito o es un loco o es un economista”. Esta máxima aparentemente no es importante para la Junta de Control Fiscal, por lo menos así se desprende del lenguaje que utiliza la Ley Promesa. Escondida en un oscuro párrafo de esa legislación federal yace una herramienta que pretende medir la sostenibilidad de la deuda puertorriqueña. Esta herramienta ha traído mucha controversia desde que comenzó a ser utilizada por el Banco Mundial en el 2005. Me refiero al “análisis de sostenibilidad de la deuda” , DSA por sus siglas en inglés.
En arroz y habichuelas el “análisis de sostenibilidad de la deuda” pretende, desde la perspectiva del deudor, definir un nivel de deuda tal en donde a Puerto Rico le sea posible cubrir sus obligaciones de manera completa, sin tener que hacer más reestructuraciones futuras o la acumulación de penalidades por atrasos en el pago de la misma, sin comprometer el “crecimiento”. Enfatizo, “crecimiento”, no desarrollo.
El concepto de “análisis de sostenibilidad de la deuda” no está definido en el cuerpo de la ley. Sin embargo, de la literatura se desprende que se refiere a la evaluación de una serie de proyecciones de la deuda pública basadas en diferentes políticas fiscales y escenarios a diez, 20 y 30 años. En este análisis se evalúa el riesgo asociado a posibles eventos, estresores futuros y su nivel de solvencia. Entonces, en este caso, la sostenibilidad se refiere a la solvencia fiscal a largo plazo y aún en momentos de estrés. Esta, precisamente, es una de las críticas más fuertes a esta herramienta: es prácticamente imposible, dada la volatilidad de los mercados y la incertidumbre en los costos de financiamiento público, definir lo que es, mucho menos lo que será, sostenible al corto, mediano y largo plazo.
Otro elemento que utiliza el Banco Mundial al analizar la sostenibilidad de la deuda es la capacidad institucional del gobierno para establecer, implementar y mantener políticas fiscales saludables. A esta herramienta se le llama Avalúo Institucional de Políticas Fiscales (CPIA, por sus siglas en inglés). Por alguna razón la Junta en el lenguaje de Promesa no llega a ese nivel de sofisticación en su plan de trabajo.
Dada la baja capacidad de captación de impuestos que históricamente ha demostrado el Departamento de Hacienda y la irresponsabilidad fiscal de la administración pública puertorriqueña capturada por los partidos políticos, nuestro futuro fiscal post-Junta permanece incierto.
Se hace entonces interesante que no se rete el objetivo de la Junta de Control Fiscal y nuestros oficiales electos de volver a incrementar la deuda como el “único” paradigma posible. Ejemplo de esto es la aceptación pública de la intención de realizar nuevas obras de infraestructura, como sugiere el renglón de Proyectos Críticos en la Ley Promesa.
La vía del decrecimiento sostenible
Otro punto preocupante de Promesa es la creación del Coordinador de Infraestructura Crítica. De hecho, no hace falta un análisis sofisticado para darse cuenta que es en el Título V de esa ley federal, y en los proyectos energéticos en donde descansará el proyectado crecimiento del País. De nuevo, si el fin es el crecimiento, los proyectos energéticos no estarán diseñados para la sostenibilidad del país, sino para el crecimiento sostenido de sectores cuya aportación solidaria al País es cuestionable, y cuya lógica, según Boulding, es irracional.
Una alternativa a este paradigma del crecimiento sostenido lo es el decrecimiento sostenible. Este concepto no es nuevo y tiene sus bases filosóficas en el cuestionamiento del rol central que tienen las transacciones de mercado en las relaciones humanas y sociales. Un ejemplo clásico que utilizo en mis cursos es la diferencia entre empleo y trabajo. En Puerto Rico hay muchísimo trabajo que hacer, sin embargo muy poco de este trabajo es convertido en empleo por el mercado laboral.
Entonces, una de las estrategias de la administración pública en Puerto Rico debería concentrarse en articular un mecanismo que ate el trabajo en múltiples áreas con iniciativas que generen empleos dignos y, a su vez, crecimiento en sectores no tradicionales. Esto requiere menos competencia y más colaboración.
Lejos de significar un regreso a la pobreza, el decrecimiento sostenible promueve estrategias diseñadas para alcanzar objetivos ambientales y sociales como aumentar la calidad de vida, el empleo y el salario medio, mejorar la equidad en la distribución de los ingresos y la equidad de género, etc. Parecería sorprendente, pero estos objetivos pueden alcanzarse simultáneamente y con este tipo de estrategia se puede obtener más desarrollo económico.
Nuestra crisis, entonces, desde la perspectiva del decrecimiento sostenido, se entiende como un des-alineamiento entre el deseo de comprar, producir, construir o emplear, o coger prestado, y los límites del sistema. Estos límites se expresan en términos físicos, en términos de recursos naturales, y también en términos de disponibilidad de tiempo, dinero o infraestructura. Actualmente, nadie imagina cómo podría ser alcanzado el decrecimiento a menos que no se caiga en una crisis como la nuestra. Todos piensan en el decrecimiento como un resultado de la crisis, no como resultado de una política deliberada de decrecer.
Joachim Spangenberg, un estudioso del decrecimiento sostenible, comenta: “…por un lado, superar la obsesión por el crecimiento constituye una cuestión política, pero por el otro lado nadie tiene realmente una alternativa a sugerir. Esto es lo que estamos intentando hacer… superar la percepción de que el crecimiento es lo «normal» o lo «esencial» y trabajar en alternativas prácticas”.
Cuando los pueblos deciden dejar enormes yacimientos petroleros bajo tierra que es considerada sagrada o culturalmente sensitiva para sus comunidades, esto es un ejemplo de decrecimiento. Cuando las viviendas abandonadas en un casco urbano en deterioro se convierten en una fuente de bienestar y prosperidad de manera solidaria para los miembros de una cooperativa de vivienda, esto es decrecimiento. Cuando la utilización de terrenos baldíos revierte en bienestar de grupos de agricultura comunal que logran satisfacer la demanda a productos orgánicos a una fracción del precio que les dicta el mercado, eso es decrecimiento. Cuando una comunidad logra capturar un recurso renovable y se organiza en micro redes para aumentar su resiliencia y la del sistema eléctrico o de infraestructura de agua en momentos de crisis, y de paso crear empleos en la comunidad que aunque no dependan del mercado sí provean una vida digna, eso es decrecimiento.
Lejos de estar atado al asunto de estatus (las crisis fiscales se han llevado por el medio a estados de la nación americana como Nueva York, a ciudades como Detroit y a países independientes como Grecia) las decisiones de si crecer o decrecer son decisiones colectivas que como pueblo las sociedades deben hacerse y contestarse. De esta manera, las decisiones de crecer o decrecer no son un fin en sí mismas, sino que se dan en función de las necesidades del pueblo.
Curiosamente, ninguna de las plataformas políticas en las elecciones de noviembre pasado, de los candidatos a la gobernación, comisionado residente, Cámara o Senado, descansaron sobre una propuesta de decrecimiento sostenible. Esto es entendible, pues el concepto se presta para mucha malinterpretación y politiquería. En el mercado de las imágenes políticas de hoy es más fácil vender el crecimiento como progreso con cara de niño, que el decrecimiento como pobreza con viejitos, flacos y calvos.
El autor es Miembro del Comité Timón del Instituto Nacional de Energía y Sostenibilidad Isleña y profesor del Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico.