“Y nadie pregunta si sufro si lloro si tengo una pena que hiere muy hondo…”
Como todo jueves en Río Piedras las avenidas aledañas se abarrotan de los estudiantes universitarios que buscan liberarse del estrés que la semana de clases le ha ocasionado. Los hospedajes se convierten en casas fantasmas y muchos se dirigen donde tocan su música predilecta. Sin embargo, los cuartos de la residencia universitaria Torre del Norte, dirigidos hacia el Burger King de Río Piedras, los jueves en la madrugada se convierten para mí en una búsqueda de una voz sin rostro ni sombra.
Un hombre que al son de Héctor Lavoe entona una de sus canciones más famosas acompañado de lo que pareciera ser una maraca se ha convertido en un estigma. Es un cantante que me ofrece un concierto-público privado desde mi ventana y nada parecido a una serenata dedicada.
Entonces, comienzo a seguirle la letrilla, me pierdo en los versos de Lavoe y en la bohemia de este ser. Cuestionándome, en contraste con lo que ‘El Cantante’ expresa.
¿Quién será? Me pregunto si ríe, si llora o si trae alguna pena. Cuestiono si acaso entona esa canción para que alguien se fije en él o para apaciguar las vidas de los universitarios. Pienso en las diversas razones del por qué luego de entonar esta única canción no lo escucho más.
Pero más que esas preguntas, busco de manera insistente un rostro, algún torso o movimiento que me diga en el lugar exacto que canta y desde donde deleita muchas de mis noches desde el suelo hasta las alturas porque aún cuando salgo no lo escucho, no le veo.