El único problema para salir de Kansas City era conseguir el dinero para el pasaje en tren, así que fue puerta tras puerta fotografiando bebés con su cámara y cuando ahorró un buen dinero, vendió la cámara y compró el ticket hacia California. Fue así como llegó a Hollywood para convertirse en director de cine.
Unos años antes de esa desarropada decisión, su rupestre padre lo había confrontado severamente: «Y entonces, ¿qué quieres hacer con tu vida?», y él le había respondido que tenía pretensiones de llegar a ser artista. Sin compasión ninguna su padre lo acorraló: «¿Y qué esperas hacer para vivir en lo que te haces un artista?» Entonces sólo le pudo responder al cetrino granjero que tenía de frente: «No lo sé».
Tantas privaciones y ominosos años sobreponiéndose a las embestidas de la pobreza, despertaron en el joven dibujante un hambre colosal de ir por el mundo, al punto de llegar a falsificar su identidad para inscribirse en la Red Cross. Así llegó a una Francia estragada por la guerra como chofer de ambulancias, y por esos días alimentó a un ratón que lo acompañaría hasta el final de sus crepúsculos.
Visitó tantos zoológicos y parques de atracciones en Estados Unidos y en Europa, que un día su esposa se impacientó y le dijo: «Si pretendes ir a un zoológico más, yo no iré contigo». Quizá esta hambre de recorrer el mundo le nació en la áspera frugalidad familiar en la que estuvo confinado en los primeros años de su vida. Su peor experiencia fue en Coney Island, cuando enfrentó la hostilidad de los empleados y el deplorable estado higiénico de las facilidades. Pero su inspiración se revivió en el Tivoli Gardens en Copenhagen. En cada parque, además de disfrutar como un niño, estudiaba las atracciones, poniendo mayor atención en lo que alegraba a la gente. Y fue de este modo, como después de producir y dirigir muchas películas de dibujos animados, le nació en la mente la idea de un parque de atracciones que tuviera todo lo agradable y eliminara todo lo desagradable de todo lo que había visto en sus incontables viajes.
Pero hay otro detalle de la vida de este dibujante que me fascina: en una feria de pueblo, cuando era muy joven, una adivinadora de la fortuna le dijo que él iba morir el día de su cumpleaños número treinta y cinco. Aquella profecía fue una quemadura severa en su existencia, aun cuando sobrevivió al cumpleaños número treinta y cinco, y corroboró la falsedad de aquella tremebunda adivinación, esa urgencia de que tenía los días contados en el reloj de la eternidad y ese gravoso peso de que era un mortal, le hicieron verse a sí mismo como un competidor que corría en contra del tiempo. Un competidor en contra del tiempo que no podía darse el lujo de descansar para completar todo el trabajo y los planes que él quería realizar, antes de que la carrosa se convirtiera en calabaza a la media noche.
Muy pocos saben que Walt Disney, estuvo físicamente en persona en Puerto Rico con su esposa y el arquitecto Welton Becket, cuando estaba planificando su apoteosis de torreones y laberintos tintineantes. Su visita en la década del 1960 fue breve, pero aquí en Puerto Rico, Walt compró en una tienda un pajarito mecánico que inspiró el Tiki Room the Magic Kingdom. Su paso por Cuba, por la isla del Encanto y por otras islas del archipiélago antillano, contribuyó a que se gestara una de las atracciones más encantadoras del siglo: Pirates of the Caribbean.
Literalmente aquel desgarbado dibujante que tomó el tren a California y que en su infancia masticó los terrones de la pobreza, vivió lo mismo que la Cenicienta: pasó de jugar con los ratones, a vivir en los jardines de un castillo en donde las hadas cumplen deseos felices.
En el 2003, todavía en la frontera entre la infancia y la adultez, fui por primera vez al Magic Kingdom. Diez años antes, tanto ausculté las fotos que mis padres trajeron de su viaje en el 1993, que cuando llegué a ese lugar por primera vez a mis trece años, sentí que todos mis espacios intercostales fueron rellenados por un fuelle con una inconmensurable felicidad. La sensación era de que estaba dentro de las fotos, porque nada había cambiado: las mismas flores, en el mismo lugar de las fotos, el mismo azul de los ríos apacibles y las mismas ventanas y pérgolas derramándose en cascadas de flores relucientes. El mismo alborozo festivo que mi madre había captado con su Kodak, como si acabara de florecer a mi llegada. La amenaza del tiempo se desmanteló en un segundo, y yo fui inabarcable por ese instante maravilloso. Fue el golpe mismo de la “alegría”, como C. S. Lewis abunda en esa emoción en la historia de su conversión.
En homenaje a este dibujante de Kansas City, el Coro de la Universidad de Puerto Rico de Río Piedras y su directora Carmen Acevedo Lucio, se visten con trajes de gala, para entonar algunas de las canciones clásicas de Disney que despertarán en nosotros los tambores dormidos de nuestra infancia.
Habrán dos funciones: el sábado 2 de mayo a las 8:00 pm y el domingo 3 de mayo de 2015 a las 4:00 pm en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico en el Recinto de Río Piedras. Boletos disponibles en Ticket Center.