A la memoria de Fernando Cros, y en conmemoración del natalicio de José Lezama Lima.
¿Qué es un beso? La caricia de los labios en el recato de la piel. Podría ser. ¿Pero es eso una definición? Ah, que tu escapes en el instante/en que había alcanzado tu definición mejor… Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses/hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,/pues el viento, el viento gracioso/se extiende como un gato para dejarse definir. La poesía nace del erotismo, y el pensamiento nace con la poesía. Primerísimo entre todos los dioses concibió a Eros, dice un solitario fragmento del Poema de Parménides. Y el más bello poema de amor, el Cantar de los cantares (Sîr ha-sîrîm), se abre, como una antiguaamante que se entrega, con estos versos, según la magnífica edición y traducción de Emilia Fernández Tejero: Bésame con esos besos tuyos / son mejores que el vino tus caricias.
Salta a la vista que el rigor de la poesía debe todo al enardecimiento de una lógica que yace al servicio de las sensaciones, como el placer de los peces en la clara profundidad del agua, que es como si fuera, la superficie de una oscuridad insondable. Escribe Gerardo Diego: «Creer lo que vimos, dicen que es la fe. Crear lo que nunca veremos, esto es la Poesía.»
Basta con pensar en el caudal inmenso de las palabras que desde tiempos ancestrales aviva el destino de la memoria, para hacerse una idea de todo lo que se juega con la poesía. Entonces uno se pregunta: ¿cómo algo tan fundamental pasa desapercibido? Fundamental quiere decir esencial. Y esencial quiere decir potencia infinita, inagotable. La voz de la poesía es la más íntima compenetración humana con la vida. Por eso también vale decir, de nuevo con Gerardo Diego, que «la vida es un único verso interminable».
En cierto modo la poesía es lo que nunca se realiza o lleva a cabo, un puro comienzo sin fin, como el mar, sin cesar empezando (así traduce Jorge Guillén el verso toujours recommencée del Cementerio marino de Valéry). Cuando se termina un poema (o, en general, una obra de arte, pues la poesía atraviesa toda expresión artística, incluso los gestos de la vida cotidiana) no se concluye nada, nada se cierra o se clausura. Al revés, se torna aún más amplia la apertura de lo indefinido, pues siempre hay que crear de nuevo. Como si la creación fuera la única manera de estar atento al devenir de lo perecedero, a lo imperecedero del devenir.
Es la imagen del fuego nutriéndose sin cesar de su propia combustión, de aquello mismo que lo consume. La poesía es el fulgor que se eleva hasta alcanzar el silencio luminoso de su imagen. O una flor que se abre callada porque bien se sabe que los pétalos no son palabras. Sólo el clamor sereno, la fugacidad del aire. Los vestigios de un templo antiguo cubierto por la flora en la hondura del bosque. Una mañana en el temblor del rocío.
La poesía es el secreto a voces del lenguaje. Lo que da vida y más vida a una lengua, aunque ya no se la hable. Gran error es hablar de lenguas muertas. ¿Muerta la lengua de Homero? ¿Muertos los versos de Catulo, Horacio, Ovidio o Virgilio? No hay más muerte que la de la ignorancia. Y vivir sin poesía es vivir con los despojos de lo que se ignora. Podemos así hacernos una idea de cuán pobre es la opulencia y comodidad de nuestros días; aún más pobre que la miseria que ellas engendran y sepultan. Cuán mísera es la codicia del poder, la excrecencia del dinero, el gobierno de la usura, la petulante y avasalladora plusvalía.
Y sin embargo, aún de ahí nace la poesía. Como nació de las cenizas de los campos de exterminio nazi, con los versos, tan atormentados como dulces y entrañables, de Paul Celan: Es müßte noch Leuchtkäfen geben («Todavía tienen que haber luciérnagas»). Aún de lo más vil se puede crear lo más excelso. No por filantropía – esa altanería del poderoso, como la nombra Pedro Albizu Campos – sino por filiación espontánea con la belleza: ¡Vuela zopilote! Y sin nacer el golpe, canta; saca la voz o suelta la hez/en la zona del valle/más transparente del aire. (F. Cros) Hay siempre una dicha en la poesía que nunca puede ser frustrada. Y es que su anhelo no busca otra satisfacción que el señuelo de una inocente sabiduría. Inocente y humilde pues no espera nada de la belleza encontrada. Tan sólo esa señal inacabada, pero siempre íntegra y completa.
Los versos de los poetas son los caminos de un rodeo errante, pero certero. Son los contornos de lo que no se dice aunque se nombre y de lo que se nombra aunque no se diga. Entre lo uno y lo otro se eleva y se esfuma la imagen poética. Así de nuevo el beso, el delicado recuerdo de una humedad silente que se posa en los labios, justo en el umbral de la voz, en el gemido de la boca, allí donde una vez apartado el aliento que nos une, nos sonreímos, nos miramos, hablamos. Como si las palabras fueran pájaros que secan sus alas en los restos de la luz. Los amantes, como los poetas, cuando aman hablan por primera vez.
Hay que aprender a callar y a escuchar la voz y los silencios musicales de la poesía. No todo el mundo puede ser poeta. Y ningún poeta es igual a otro, a otra. La poesía es sin igual. Singular hasta la saciedad de lo común, ella, como dijera un poeta, no tiene público, tiene lectores. Uno o dos son suficientes. En todo caso, es siempre el comienzo de una multiplicación sin fin. No todo el mundo puede ser poeta. Pero todo el mundo – aunque no cualquiera – puede y debe hacer algo con ella. Hacerla suya, inventarla para sí, participar en su acción, en su poíesis; procrear con ella. Hacerse uno con ella. Y despertar en su regazo como una criatura que vuelve al seno indómito de la madre (la lengua madre, la madre tierra, la patria madre). Y aprender a vivir poéticamente como la luna que tan alta vive:
Para ser grande, sé entero: nada
Tuyo exagera o excluye.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
En lo mínimo que hagas.
Así en cada lago brilla entera la luna.
Porque alta vive.
Fernando Pessoa (Odas de Ricardo Reis)
Lea el texto original en http://www.80grados.net/2011/01/y-por-la-poesia-2/