
A veces nos transformamos en otras personas, renunciamos a nuestros ideales o contradecimos todo aquello por lo que pregonamos en esta vida. Y todo tan sólo por cumplir con lo que los fanatismos –a veces ineludibles- nos imponen. Pero, ¿hasta dónde podríamos ir por ellos? ¿Hasta dónde somos capaces de conducirnos por nuestros fetiches? ¿Vamos nosotros, o ellos nos llevan?
Para entender esto, podemos recurrir a los ámbitos en los cuales se genera el fanatismo: el deporte, la música, el cine o las series televisivas son la excusa perfecta para saciar las ansias de ocupar el lugar del héroe o cumplir un sueño. Y, de paso, ¡hacerse un viaje! De este modo, las agencias de turismo cada vez ofrecen más opciones para fanáticos.
El ejemplo en donde más fácilmente se percibe esto es en los deportes. El fútbol mueve a fanáticos por todo el mundo. La gran cantidad de torneos internacionales hace que los simpatizantes se trasladen de un punto a otro del planeta, no sólo para acompañar a su equipo sino también para exhibir su pasión con un alto grado de orgullo. En la mayoría de estos casos se invierten verdaderas fortunas -otros buscan costearlo de maneras menos lógicas- y el viaje consta tan sólo del atractivo deportivo, ya que muy pocas personas llegan a conocer realmente la ciudad a la que se trasladaron.
Brasil tomó nota de esto hace varios años. Nuestro carioca vecino peleó con uñas y dientes por ser la tierra anfitriona de la copa del mundo de fútbol en 2014 y recibir los anillos olímpicos dos años más tarde. Más allá de la condición atlética de su pueblo, gran parte de las ganancias que queden en esas tierras serán provenientes del turismo.
Otros deportes que mueven masas de turistas de distintas nacionalidades son la Fórmula 1, los Grand Slam de tenis, el legendario Tour de France o el Rally Dakar, recientemente experimentado en estas tierras (otra posición por la que peleó Brasil pero no logró conseguir).
Pero hay otras actividades que despiertan fanatismo y que nos pueden hacer llegar a lugares que para cualquier persona no tendrían ningún tipo de encanto. El cine ha dejado muchas ciudades marcadas y, gracias a eso, algunos puntos turísticos tomaron una especial repercusión. En Italia la fontana Di Trevi es una de las mayores expresiones barrocas para disfrutar, sin embargo muchas personas conocieron sus bellas formas a través de la película La dolce vita, cuando Anita Ekberg se zambulle en la fuente e invita a Marcello Mastroianni a seguirla. También están identificados con películas taquilleras los edificios de los que se trepó King Kong, las ruinas arqueológicas donde se animó a entrar Indiana Jones o el famoso museo estadounidense de historia natural de New York, donde se filmó Una noche en el museo . Por otra parte, mucha gente visita el Travel Book de Londres, donde transcurren situaciones de Un lugar llamado Notting Hill, aunque, vale aclarar que esta no es una de las obras más destacadas del cine contemporáneo.
Otro cantar tiene la música. La Beatlemanía que generó el fantástico cuarteto de Liverpool dura hasta el día de hoy. Muchísimos fanáticos sueñan con conocer The cavern, el lugar en donde los músicos dieron su primer concierto, o la legendaria azotea de la calle Abbey Road donde grababan Let it be. Y los que ya hicieron realidad el sueño, tienen su foto de rigor. Tampoco se quedan atrás los fanáticos del reggae que desean conocer la tierra donde todo surgió, interiorizarse de la cultura rastafari y conocer la casa y lugar actual de descanso de su máximo exponente Bob Marley. Por otro lado, el cementerio Père Lachaise es uno de los lugares más visitados de París, sobre todo por los fanáticos del rock ya que este es el sitio donde descansan los restos de Jim Morrinson, otro exponente musical de nuestras épocas que supo despertar fanatismos extremos. Su lugar de reposo sobresale por la gran cantidad de visitas y ofrendas que se le dejan.
En los últimos años hemos asistido a un nuevo fenómeno en esto de despertar fanatismos: las series de televisión. Ha sido muy notorio el furor que despertó Lost, a tal punto que mucha gente decide trasladarse hacia un lugar remoto del mundo para seguir las huellas que quedan sobre las playas en donde transcurren las acciones del programa. Las agencias de turismo, agradecidas. Como muchos otros, este es un ejemplo en donde ya no importa si la ciudad es linda o fea, si queda cerca o lejos, si tenemos plata para ir o si el gasto vale la pena. Lo importante, lo que realmente cuenta, es estar ahí, tener la foto que lo compruebe y poder contárselo a quienes lo viven como el fanático mismo. Porque sólo otro fanático haría el mismo viaje.
Para acceder al texto original puede visitar la Revista Alrededores.