Especial para Diálogo Las movilizaciones en contra de la guerra de Vietnam, la valiente lucha por los derechos civiles de los negros norteamericanos, los movimientos de contracultura y de liberación femenina, así como la desobediencia civil y la irrupción de un fuerte activismo estudiantil a escala internacional se han vuelto referencias puntuales del imaginario social de rebeldía y desafío a la autoridad, de inconformidad con el orden establecido y de impulso de renovación que caracterizan a los años sesenta. De esa era de sueños de utopía y liberación, un año en particular -1968- sobresale por su singularidad. Y es que en el ‘68 convergieron importantes acontecimientos culturales, sociales y políticos de manera simultánea alrededor del mundo. Los más conspicuos fueron de carácter político y tuvieron a la juventud como su principal protagonista. Nos referimos a la Primavera de Praga, al Mayo Francés, a la Masacre de Tlatelolco y a los numerosos sit-ins, mítines, piquetes y marchas estudiantiles que se propagaron por las universidades de los más variados países, tanto en Oriente como en Occidente, protestando, en unos casos, en contra de la guerra de Vietnam o del estado autoritario y en otros, exigiendo reformas educativas y sociales. Estos movimientos cuestionaron la legitimidad de unas estructuras de poder que no respondían a los reclamos ciudadanos. La trascendencia del ’68, sin embargo, no se ciñe a lo estrictamente político, sino que llegó a abarcar las más variadas facetas del acontecer social y cultural humano. ¿Qué representó ese memorable año para los pueblos de América Latina y el Caribe?
El boom de la narrativa hispanoamericana se encuentra en su ápice y una de sus obras más emblemática, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, publicada por primera vez en 1967, rondaba por su décima edición en 1968. A la tirada original de 25,000 ejemplares por Editorial Sudamericana, le siguieron tiradas de hasta 100,000 copias por edición subsecuentemente. Tal fue la admiración internacional que suscitó el relato de las ilusiones y desventuras de la familia Buendía y de los vecinos del ya legendario pueblo de Macondo. Mientas tanto, otra figura estelar del boom, Carlos Fuentes, ve aparecer la edición en inglés de la novela que le valiera un año antes la obtención del importante galardón Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral de Barcelona: A Change of Skin, o Cambio de piel por su título original en español. Su éxito editorial, sin embargo, no libró a esta obra de la censura del franquismo, siendo el texto criticado por “su pornografía delirante” y su autor tachado de ser “comunistoide y anticristiano”, “antialemán y projudío”. En un texto de profundo contenido filosófico, Fuentes alude a acontecimientos pasados y más recientes de la historia de México y del mundo (tales como los sacrificios humanos de los aztecas, la persecución a la brujería, la corrupción del régimen mexicano y la mutilación del ideario de la Revolución de 1910, así como las atrocidades de Auschwitz, Hiroshima y Vietnam) para ofrecernos una visión satírica de la moderna condición humana, en la que imperan el mal, la violencia, la enajenación y la soledad. Es un cuadro abrumador el que dibuja Fuentes en esta novela y, sin embargo, hay una señal de esperanza en su relato, al sugerir que sólo una ética de la responsabilidad individual podría liberar al ser humano del absurdo en que vive. Esto se lograría desafiando a la autoridad, a las verdades institucionalizadas, en fin, al establishment, actuando según la propia estimativa del individuo. En 1968 el Premio Biblioteca Breve recayó en País portátil del escritor venezolano Adriano González León (1931-2008), novela que recoge la problemática de un país acosado por serios conflictos sociales, económicos y políticos. El régimen democrático de Rómulo Betancourt que sucede en 1958 a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez fue sacudido durante sus primeros años por atentados políticos, intentonas golpistas, disturbios estudiantiles y acciones de la guerrilla izquierdista. El personaje principal de la novela es, justamente, un joven estudiante que ha ingresado en una organización guerrillera urbana que opera en Caracas. La angustia de vivir en la gran urbe hace que el protagonista Andrés Barazarte vea en la guerrilla un sentido de vida, pero igual le asaltan las dudas sobre la opción política que ha escogido. La novela muestra una sociedad en franco estado de agitación instando al lector a pensar en el por qué de las cosas. La inquietud por el tema político se manifiesta también en las obras de teatro La pasión según Antígona Pérez y Los siete contra Tebas, la primera de la pluma del escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez y la segunda de la autoría del cubano Antón Arrufat. Los connotados escritores caribeños se inspiran en la tragedia griega para denunciar cuestiones muy polémicas en la América Latina de los años sesenta. Brasil y Argentina se encuentran bajo dictaduras militares de derecha, desde 1964 y 1966, respectivamente. El foco guerrillero del Che Guevara en Bolivia ha sido aplastado mientras que la agitación guerrillera y la contrainsurgencia con apoyo norteamericano se propagan por Centro y Sudamérica. Aunque en el ’68 toman el poder militares reformistas en Panamá y Perú, el espacio democrático se contrae en buena parte del hemisferio. En su obra, Sánchez recrea el mito griego en la figura de una joven prisionera política, estudiante de historia, quien aguarda ejecución por haber rescatado y sepultado los cuerpos de dos insurgentes que atentaron contra la vida del dictador de una imaginaria república latinoamericana. Antígona Pérez prefiere morir antes que declarar dónde yacen sus compañeros. La disyuntiva entre obedecer a la conciencia individual o someterse a las decisiones injustas de un poder ilegítimo, asunto tan admirablemente planteado por Sófocles siglos atrás, cobra más significación en la encrucijada política de los sesenta. Resistir sin claudicar parece ser la consigna obligada. ¿Pero qué hacer cuando la utopía parece zozobrar? La lucha fraticida por el poder descrita por Esquilo en la versión clásica de Los siete contra Tebas es retomada por Arrufat para interpelar críticamente el proceso revolucionario cubano. Al denunciar tanto la tirantez del gobernante Etéocles así como la hostilidad de Polinice, el hermano exiliado, quien ha reunido un ejército extranjero para atacar la ciudad, Arrufat plantea que la obstinada pugna entre los dos líderes atenta contra el bien colectivo y pone en riesgo los logros alcanzados por la revolución. Por este polémico texto dramático, Arrufat recibió en 1968 el reconocimiento más importante en las letras cubanas -el Premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en la categoría de Teatro. No obstante, al ser escrita en una coyuntura de endurecimiento ideológico del régimen cubano, la obra y su autor sufrieron feroz censura por considerarse que expresaba un mensaje contrarrevolucionario. La pieza teatral pudo estrenarse en Cuba a finales del 2007.
En los años sesenta surge el nuevo cine latinoamericano, el cual empleó una cinematografía con propuestas estéticas y políticas innovadoras, y se caracterizó por producciones de marcada crítica política, social y cultural. Algunas de sus figuras centrales hablaban del cine como arma de lucha y denuncia en contraposición a la función del medio como mero espectáculo. Es un cine que, además, hace uso creativo del montaje y del sonido. Varias de las películas más representativas de este movimiento cinematográfico datan de 1968: La hora de los hornos del Grupo Cine Liberación de Argentina; Me gustan los estudiantes de Mario Handler de Uruguay; Memorias del subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea de Cuba y Lucía del también director cubano Humberto Solás. Memorias y Lucía se consideran clásicos del cine internacional. El Grupo Cine Liberación fue un colectivo de cineastas argentinos vinculados al peronismo de izquierda. Su primer trabajo fílmico, La hora de los hornos, fue dirigido por Fernando Solanas y Octavio Getino, dos de los fundadores del colectivo. El documental se compone de tres partes unidas temáticamente por el mensaje político de liberación y resistencia. En la primera se presentan la opresión, el colonialismo y los modelos culturales foráneos como problemas históricos en Argentina y en el Tercer Mundo, planteándose la rebelión como medida necesaria. Esta parte concluía con un impactante plano fijo del Che Guevara muerto, símbolo de lucha liberadora. Las otras dos partes se concentran en el análisis del escenario político argentino, convocando a la retomada del proyecto peronista que se había interrumpido en 1955. Una de las modalidades expresivas de este cine político era implicar al espectador, forzándolo, incluso, a que entablara discusiones en medio de la misma proyección. A tal efecto, la segunda y tercera partes de la cinta contienen espacios vacíos e imágenes en negro con el propósito expreso de incitar al público a discutir lo que se muestra en la pantalla. La película se rodó en clandestinidad durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. Si bien causó furor y obtuvo varios reconocimientos internacionales, en Argentina el filme sólo pudo exhibirse secretamente en sindicatos, asociaciones estudiantiles y casas de familia. El estreno comercial en Argentina ocurrió tras el regreso al poder de Juan Domingo Perón en 1973. Otro ejemplo admirable del cine político del año‘68 es el documental Me gustan los estudiantes del cineasta uruguayo Mario Handler. La obra recoge las protestas estudiantiles en contra de la Reunión de Jefes de Estados Americanos que tuvo lugar en Punta del Este en 1967. A la referida cita acudieron los dictadores de Argentina, Brasil y Paraguay. Handler contrapone el lujo y ostentación del acto oficial frente a la militancia estudiantil y luego muestra la violenta represión sufrida por los manifestantes a manos de la policía. El estreno del documental en el festival de cine del semanario Marcha fue tumultuoso. El público se indignó tanto por las imágenes crasas de agresión policíaca que salió a las calles a protestar por los desmanes del gobierno. El título de la película proviene de la famosa canción homónima de la cantautora Violeta Parra, tema que sirve de banda sonora y que es interpretado por Daniel Viglietti, figura clave de la nueva canción latinoamericana. Por su parte, las producciones de Tomás Gutiérrez Alea y Humberto Solás ofrecen miradas incitadoras de una Cuba en transición, examinando cómo las grandes transformaciones por las que atraviesa la sociedad se viven en el plano de lo cotidiano y lo cultural. En Memorias del subdesarrollo, Gutiérrez Alea presenta la ambigüedad moral de Sergio, un aspirante a escritor de clase media, que rechaza el exilio, opta por quedarse en el país, pero a la vez se siente ajeno a su entorno. La trama se desarrolla en los inicios del período revolucionario, entre la invasión de Playa Girón en 1961 y la Crisis de los Misiles en 1962. El protagonista vive atrapado entre dos mundos, el antiguo capitalista y el nuevo revolucionario, sufriendo una indecisión paralizante mientras ve cómo su país se enreda en otro conflicto bélico. Absorto en su mundo, sin voluntad de contribuir a forjar una nueva sociedad, Sergio llega a ser un personaje despreciable. Dista mucho de ser el arquetípico “hombre nuevo” por quien abogaba el Che Guevara. Si bien se reprocha a Sergio y se apela al compromiso político, el filme sugiere que los que hacen la historia no son modelos perfectos sino gente real con sus atavismos y contradicciones que sueña, vive y construye. Del mismo modo, en el largometraje Lucía, dirigido por Humberto Solás, se abordan agudamente otros aspectos de la problemática cultural cubana en tiempos de cambio social, en particular el tema del patriarcado y del machismo. Solás narra las vicisitudes de tres mujeres con el mismo nombre (Lucía) en tres épocas distintas de la historia de Cuba -en 1895 durante la guerra de independencia; en 1932 durante la dictadura de Machado; y en los años sesenta, en pleno período revolucionario. Las vidas de Lucía, como la historia de su país, transitan por la violencia, conocen la traición y cuando finalmente parece que han alcanzado su liberación, se descubre que, no empece el cambio político, persisten ciertos resabios culturales e ideológicos, como el caso del machismo del esposo de Lucía, que podrían truncar la promesa de cambio.
“OBREROS Y ESTUDIANTES, UNIDOS Y ADELANTE” era la consigna que circulaba por las calles de Montevideo durante el invierno austral del ’68. La ciudad se había convertido en un foco de disturbios laborales y estudiantiles desde la imposición de las medidas de austeridad por parte de gobierno de Jorge Pacheco Areco. La escasez de alimentos, la devaluación de la moneda y el aumento desmesurado en el costo de vida hicieron que trabajadores y servidores públicos decretaran paros y huelgas para exigir aumento salarial. Estudiantes universitarios y de secundaria se unieron a la protesta, reclamando más fondos para la educación y reducción en el costo del transporte al tiempo que despotricaban contra el notorio Fondo Monetario Internacional. Varias manifestaciones resultaron en choques violentos entre los estudiantes y la policía. Ante la presión, el gobierno respondió de manera autoritaria decretando el estado de sitio, pero las medidas no lograron aplacar la protesta generalizada de la ciudadanía, sobre todo de los estudiantes, quienes desde las calles y centros de estudio registraron su protesta contra el gobierno. En Uruguay, la policía invadió los centros docentes, violando el principio de la autonomía universitaria. Esto mismo sería uno de los detonadores de la movilización estudiantil en varios países del hemisferio en 1968. En Argentina, por ejemplo, el modelo de autonomía universitaria se implantó en 1918 en la Universidad de Córdoba a raíz de la presión de sectores medios que exigían acceso a una educación post-secundaria. Tener autonomía significaba que un centro docente no podía ser ocupado por la policía ni intervenido por el gobierno. Además, el estudiantado obtuvo el derecho de participar en los procesos decisorios de la entidad. Una de las primeras medidas que impuso el régimen militar argentino al tomar el poder en 1966 fue abolir la autonomía universitaria y prohibir todo tipo de actividad política en los centros de enseñanza. En 1968, como respuesta a esta medida, las organizaciones estudiantiles tomaron la conmemoración del cincuentenario de la histórica reforma educativa para decretar paros y manifestaciones de repudio a la dictadura. En septiembre de 1968 miles de universitarios y obreros cordobeses realizaron una manifestación para recordar a un estudiante caído en 1966. El acto, reprimido por la policía, dejó un saldo de centenas de lesionados y detenidos. Los actos de protesta en otros puntos del país también desembocaron en enfrentamientos violentos con las fuerzas de seguridad. De igual forma, el movimiento estudiantil presentó serios desafíos a la dictadura militar de Artur Costa e Silva en Brasil en 1968. Desde el golpe de 1964, el liderato político y sindical se encontraba neutralizado y las manifestaciones públicas prohibidas. En un inicio, las reivindicaciones estudiantiles se limitaron a exigir reformas educativas, particularmente un aumento en el presupuesto destinado a la educación, el que había sufrido grandes recortes en los últimos años. Pero la muerte de un estudiante a manos de la policía durante una manifestación en una cafetería universitaria en Río de Janiero cambió el rumbo de la protesta. El trágico incidente indignó a la sociedad brasileña, provocando más huelgas y manifestaciones estudiantiles en todo el país, las que fueron respondidas con más agresión por parte de las autoridades. Por otro lado, la imposición del cobro de matrícula en las universidades públicas del sistema federal hizo más volátil la situación, suscitando más enfrentamientos entre los estudiantes y la fuerza pública. Esta fue la antesala del acto multitudinario conocido como la “Marcha de los cien mil”, celebrado en Río el día 26 de junio de 1968 en repudio a la dictadura. Al acto acudieron amplios sectores de la sociedad, incluyendo trabajadores, intelectuales, artistas, padres de estudiantes y miles de jóvenes. A pesar de que en días previos hubo choques entre la policía y los estudiantes, el gobierno se abstuvo de intervenir en la manifestación por temor de incitar una resistencia aún mayor. Los incidentes continuaron y en octubre se registró la muerte de otro estudiante joven durante una manifestación. Ante la dificultad de contener el desafío estudiantil, Costa e Silva expandió sus poderes dictatoriales en diciembre del mismo año. De otro lado, las Olimpiadas del ’68 fueron el telón de fondo de la movilización estudiantil en México. De manera similar a lo ocurrido en otros países los reclamos de los estudiantes se transformaron durante el proceso de lucha, proyectándose como un desafío a la autoridad. México se presentaba al mundo como un país moderno, políticamente estable y con una economía pujante. La realidad interna era otra como lo probaron los acontecimientos que desembocaron en la Masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968. Esa tarde las fuerzas de seguridad atacaron indiscriminadamente una manifestación pacífica congregada en la Plaza de las Tres Culturas en la ciudad capital. Se estima que más de 200 personas perdieron la vida ese día. La masacre ocurrió tras varias semanas de disturbios y enfrentamientos violentos entre estudiantes y la fuerza pública, en los que esta última llegó a ocupar varios centros docentes, incluyendo el recinto de la Universidad Nacional Autónoma de México, aparte de detener y agredir a cientos de manifestantes. Durante ese período, se reportaron decenas de muertes y hasta casos de manifestantes desaparecidos. La represión, sin embargo, no amedrentó al movimiento estudiantil. El mitin del 2 de octubre había sido convocado por el Consejo Nacional de Huelga con el propósito de protestar contra la ocupación militar de la ciudad universitaria, acción que había violado la autonomía de la institución educativa y que, como sabemos, era un principio importante para los universitarios. Puerto Rico tampoco estuvo ajeno a todos estos acontecimientos. Los sesenta fueron años de gran conflictividad en el ámbito universitario puertorriqueño, principalmente en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Ampliar el espacio de participación del estudiantado en la vida administrativa fue, sin duda, uno de los reclamos más importantes del sector. Sin embargo, hacia mediados de la década, la intensificación de la guerra de Vietnam y la imposición del servicio militar obligatorio ocuparon la atención del movimiento estudiantil. Organizaciones estudiantiles de izquierda, particularmente la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI), llevaron a cabo actos de protesta en contra del militarismo, coordinando piquetes, sit-ins y marchas. La policía reprimió muchas de estas manifestaciones. En 1968 no se suscitaron enfrentamientos violentos entre los universitarios y las autoridades universitarias como ocurrió el año anterior y en los tres que le siguieron. Se efectuaron actos de protesta sin incidentes en contra del servicio militar obligatorio, como el celebrado el 27 de abril de 1968 en el recinto principal. Ese mismo año, la FUPI se ocupó también de llamar la atención a otros reclamos estudiantiles, como el del costo de vida, organizando el ingenioso acto de protesta conocido como Operación Bandeja. Para protestar por el aumento de precios en la cafetería universitaria, los estudiantes ordenaban la comida y al momento de pagar la cuenta rehusaban hacerlo, dejando la bandeja servida en la caja. Pasados cuarenta años, la histórica jornada del ’68 no deja de deslumbrarnos por su noble afán utópico, motivándonos a proseguir unas luchas aún pendientes y a emprender nuevos desafíos a fin de rescatar la promesa de lo posible. _____
Comentarios: luisgonz@indiana.edu Para más información, visite: www.indiana.edu/~libsalc/1968/.