A pesar de que la mayor parte de la gente reacciona ante la muerte como si se tratara de una cosa espuria, lo cierto es que ésta, tal vez más que la vida, está rodeada por el arte. De la muerte, lo que más suele relacionarse con lo grotesco es su aspecto físico, el horror de la carne amenazada por la putrefacción, asediada por la carroña y la sobras, al punto que, de forma general, al cadáver se le llama “restos”, como lo que realmente parece ser, un excedente de algo que fue. En algunas ocasiones sólo algunas personas logran percibir que, incluso, el acto mismo de morir puede ser un performance tanto de la belleza como del espanto. La antigua Grecia acuñó un hermoso concepto, sobre todo aplicable a los héroes: era la idea del “panta kala” o la muerte bella. Este elemento era tomado en cuenta incluso en la muerte provocada. Existía y existe una innegable estética del suicida, porque de una manera o de otra la gente termina tratando de que su muerte revele algo sobre su vida. En este sentido, el acto mismo de morir es el mejor epitafio. Las sociedades “sofisticadas” del pasado (egipcios, griegos, romanos), en su fascinante paganismo, lograron evadir la tentación de abominar el cuerpo, cosa ante la cual la era y sociedad cristina no pudo contenerse. Entonces la muerte se volvió objeto de discursos y prácticas de algún modo esquizofrénicas. Mientras el cristiano teme a la muerte y sus castigos, celebra infinidad de rituales que extienden el duelo, dando como resultado un regodeo morboso en la pérdida y en la exposición del cuerpo en las vísperas de éste corromperse. Sin embargo, entre otras cosas, rehúyen de vivir en las proximidades de los cementerios, que en otros tiempos llegaron a convertirse en verdaderos museos. Algunas de las grandes obras de la humanidad, como es el caso de las pirámides egipcias, han resultado ser nada más y nada menos que excelsas tumbas que terminaron por ser la radiografía tanto del poder y riqueza que ostentaron algunas culturas como su convencimiento de la muerte como obra de arte. Posteriormente, la cristiandad que renegaría del cuerpo, su exposición, sus secreciones y placeres agregaría en sus mitos que este cuerpo mortal y corrupto es la obra de arte de un dios alfarero que nos creó casi al torno y con un suspiro o un escupitajo nos dio alma. Desde antes y hasta ahora, cuando alguien se vuelve cadáver pasa de ser la obra de algún dios para caer en las manos de otro artista que por unos momentos limitados le devolverá la “dignidad” a la obra divina. Entonces más de un artista entra en el juego de embellecer la muerte cristianamente horripilante. El embalsamador pone al servicio de la muerte su arte de preservarle con el mayor parecido a la vida, un artista creará el ataúd como vestimenta final mientras otro artista creará un monumento mortuorio que, junto a las obras de otros artistas, hará de una colección de cadáveres un espectacular museo. El cementerio de La Recoleta en Buenos Aires es un excelente ejemplo de lo que es un paseo inolvidable y sublime por los pasillos de un museo mortuorio. En Europa, muchas de las piezas de arte más exquisitas resisten el olvido en medio de camposantos que son visitados a diario por turistas que recorren los angostos caminos tomándose fotos abrazando esculturas de mármol de todos los colores. Desde el Renacimiento, la cultura occidental ha capturado la belleza sublime de la muerte en obras como la Pietà o la descripción del cuerpo flotante de Ofelia (Hamlet). Asimismo, a pesar del desprestigio que la cultura cristiana le imprimió al cuerpo, los románticos lograron rescatarlo de las penumbras de lo grotesco e hicieron de ello una nueva estética. La literatura se llenó de muertes sobrecogedoras como la de Elizabeth (Frankenstein), más tarde la de Madame Bovary (Flaubert) y posteriormente la de Nana (Zola). Hace pocos años, la cadena televisiva HBO produjo toda una serie de cinco temporadas cuyo eje principal era la muerte. Six Feet Under fue un éxito mediático pero aún más lo fue entre aquellos que encontramos en ella toda la belleza que la buena literatura puede sacar de la muerte. La serie presentaba a una familia cuya residencia a su vez cobijaba su negocio de funeraria. El sótano era una especie de laboratorio anatómico en el que se llevaba a cabo todo el proceso de embalsamamiento en manos de Fico, un sujeto híbrido entre lo médico-forense y el escultor que se encargaba de pegar cuerpos que habían sido desmembrados, hacer cirugías estéticas postmortem y devolver cadáveres que parecieran más vivos tras su muerte que cuando gozaban de la vida. Cada capítulo comenzaba con una muerte ejemplar que iba desde accidentes aparatosos hasta la hermosamente relajada muerte de un individuo que condujo hasta la casa funeraria para morir pocos minutos después dentro de su auto estacionado como si él mismo hubiese sido su muerto, cortejo y coche fúnebre simultáneamente. Lo cierto es que las verdaderas protagonistas de la serie eran la muerte y la casa que la albergaba y que funcionaban como monumentos estéticos de uno de los misterios que más ha desvelado artistas de todo género. Aquella serie puso de manifiesto que la gente, a pesar de su horror por el cuerpo en su ruta a la desintegración, podía fascinarse con las ideas del “panta kala” posmoderno. Asimismo, un episodio revestido de todo el folklor del que somos capaces en este país revolucionó la forma en que se miraba a los muertos. La historia del llamado “muerto parao”, que era la representación del concepto “morir de pie” en contraste con la amenaza típica del bajo mundo de “te vamos a tumbar”, llevó a muchos a reflexionar que ya no era importante solamente cómo se muere sino cómo el cuerpo mismo se convertía en la última representación artística de cada quien. Apareció gente que dijo dejaría instrucciones claras para ser velado en su sillón favorito, en su motora y hasta en el inodoro. Más allá de la crisis sanitaria de lo que está o no permitido hacer con los cuerpos, éstas y otras ideas subrayan nuevas y viejas incertidumbres sobre la estética de la muerte y la feliz o tormentosa relación del individuo con su ineludible destino.
La autora es experta en literatura comparada.
[iframe title=”YouTube video player” width=”480″ height=”390″ src=”http://www.youtube.com/embed/rNOVDgokn3s” frameborder=”0″ allowfullscreen]