La industria cinematográfica no ha tenido mucha suerte a la hora de llevar a la pantalla historias enmarcadas en situaciones de relevancia actual. Los realizadores se enfrentan a la difícil tarea de crear un producto mercadeable y que a su vez reflexione y comente sobre una realidad vigente, esto sin herir sensibilidades o resultar en un ejercicio fílmico hueco e inconsecuente. Si el evento en cuestión es lo suficientemente remoto como para aparecer en textos de historia, el público por lo general tiende a asimilar mejor el producto. Tomemos como ejemplo la gran cantidad de películas acerca del Holocausto que han aparecido en las últimas dos décadas. La respuesta emocional que incitan es fuerte, pero algo detraída, y es que aunque inevitablemente coloquemos nuestra condición humana bajo una identidad común, bien sabemos la importancia de la proximidad temporal y geográfica a la hora de “sentir”. De ahí que la mayoría de las cintas norteamericanas producidas hasta el momento sobre la actual guerra de Irak hayan sido ignoradas por la crítica y el público. Tal vez sea demasiado temprano para meter el dedo en la llaga, hurgar entre las recientes memorias para hallar una expresión que sea contundente, responsable y lo suficientemente retirada para no caer en el proselitismo. O tal vez sólo haya que hacerlo bien. The Hurt Locker, magistralmente dirigida por Kathryn Bigelow, es al día de hoy, la mejor película estadounidense sobre la guerra de Irak. Tenemos ante nosotros un filme visceral, que logra estimular el intelecto a través de los sentidos, sin grandes discursos humanistas ni alegorías visuales trilladas, pero con acción inteligente que coloca al espectador en el estado mental y físico de un soldado común. El sargento William James (Jeremy Renner), un impulsivo especialista en bombas, llega a dirigir la división especial Bravo, estacionada en Bagdad, cuando el anterior jefe muere en combate. A su cargo quedan el oficial de inteligencia JT Sanborn (Anthony Mackie), un soldado disciplinado que trabaja por el libro, y el especialista Owen Eldridge, un joven traumado por la muerte de su anterior director. Faltando 39 días para la próxima rotación obligatoria, estos dos soldados tendrán que adaptarse al estilo poco ortodoxo de su nuevo líder, si es que quieren llegar vivos a casa. La cinta comienza con la siguiente cita del reportero del New York Times, Christopher Hedges: “War is a drug”. Durante sus dos horas de duración presenciamos las misiones de la división Bravo: Eldridge cubre el perímetro con su rifle, Sanborn monitorea la situación por radio y James, en una especie de traje aeronáutico, intenta salvar el día al desactivar los explosivos. Una vez tras otra, James pone en peligro a su equipo de trabajo con decisiones arriesgadas motivadas por la adrenalina del momento. Una cinta menos perspicaz quizá convertiría a éste personaje en un soldado irresponsable con un deseo suicida que busca en cada misión acercarse a la muerte y salir del infierno que supone la guerra. Pero The Hurt Locker plantea algo más complejo: que existen hombres para los que la guerra es adictiva, y el empuje que los motiva a seguir no es una ideología, ni la añoranza del regreso, ni siquiera un falso sentido patrio. Es la simple realización de que disfrutan lo que hacen. Y entre cientos de soldados maltrechos y desilusionados, muchas veces son estos pocos los que determinan la victoria o la derrota. The Hurt Locker consigue ser una película emocionante, con geniales secuencias de acción y suspenso que, a su vez, se las ingenia para ser un documento substancial de sus tiempos. Probablemente el mayor elogio que se le puede ofrecer al filme es decir que es una experiencia puramente cinematográfica, incapaz de ser siquiera imaginada en otro medio que no sea el celuloide.
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