“Lista para partir. Lo último que recordaba era aquellas manos abrazando su cintura. Luego, el disparo. Todo se borró…El sonido del disparo hacía eco en su cabeza. La sensación de calor en su espalda. Recordaba su imagen ante un espejo. Una gran laguna se apoderaba de su mente y al verse casi bañada en sangre no atinaba a descifrar lo que pasaba alrededor….” Novela colectiva en Twitter En días recientes se publicó que un grupo de usuarios de la red social Twitter inició un experimento literario. Estos cibernautas se han propuesto crear una “breve” novela a miles de manos y con tinta de embuste. Ninguna participación podrá exceder las 140 caracteres que la red permite. Pero más allá de ser una burda ocurrencia para poner de manifiesto que “en el mundo hay muchos jóvenes talentosos”, como dijo Cohen, el precursor de la idea, esto viene a aportar una ficha más que estudiar en el aguerrido juego de las redes sociales y sus repercusiones en la conducta y el quehacer cotidiano y artístico de toda una comunidad que poco a poco renuncia a las llamadas, las cartas, las tertulias, los teatros y las librerías para irse en panties o calzoncillos a tener una vida “ficticia” llena de actividades mientras su cuerpo es un cadáver que se pudre frente a un monitor. La cibernovela es un género incipiente cuyo surgimiento estuvo marcado por una onda más retro que progre. De las primeras que supe eran realmente por encargo. Se hacían entregas con sus continuidades como pasó con aquellas del siglo 19. No se estaba inventando nada, sino mudando el género de casa, de ruta de circulación y de perfil de consumidores. El elemento de la brevedad tal vez era su único rasgo distintivo que lo convertía en un hijo nuevo del ingenio de un grupo de literatos que había abdicado a la tinta y la imprenta, fugándose clandestinamente mientras hacían una mueca macabra a las editoriales. En ese sentido, la literatura, después de haber emigrado al cine para hacer apariciones excepcionales, no tuvo miedo de lanzarse al ciberespacio, lugar en el que mil cosas naufragan pero en el que las aportaciones literarias han navegado gracilmente sin zozobrar. La literatura es el arte nómada por excelencia y esto lo ha entendido, aunque sea con pocas luces, el ideador de esta obra colectiva. Sin embargo, algunas cosas hacen de este invento un asunto novedoso, porque se trata de un nuevo Frankenstein, es una obra hecha de retazos, de microrelatos que apuntan no a una novela breve sino a la micronovela. Seguramente estamos ante el alumbramiento cibernético de un hijo único y legítimo de este medio en el que hacen crisis algunos de los elementos fundamentales y manoseados que ayudaban a constituir las ideas sobre las que se sustentaban los géneros. Ésta es una nueva crisis para los conceptos de autor, medio y forma. También lleva al límite el elitismo pseudoaristocrático que mantiene el perfumado señor libro. La literatura escrita no sucumbió como muchos vaticinaron con aires de Nostradamus, sino que se hizo más fuerte, mutante y escurridiza. Ahora se cuela por todas partes. Lejos de venir a menos ha terminado por conquistar como el más astuto Calibán aún las galaxias en las que se fraguaban las conspiraciones para su extinción.
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