A medida que pasan los años, muchas veces tendemos a olvidar lo compleja que resulta ser la niñez. Si bien es cierto que existen menos responsabilidades, se trata de un asunto proporcional: a menor cantidad de preocupaciones, menor cantidad herramientas para lidiar con ellas y un menor entendimiento de cómo opera nuestro mundo. El cosmos que nos construimos en los años formativos está usualmente compuesto por la familia, los amigos, la escuela y los vecinos. Nos hacemos la idea de que somos, como el Sol, el centro del universo, y más allá del confort que nos brindan cuatro paredes y una sopa caliente, nada importa demasiado. Descubrir que, en efecto, esto no es así, supone un momento coyuntural en nuestra existencia. Claro, no podemos adjudicar a un evento específico tal revelación, sino que más bien se nos va develando de a poco, en pequeñas e íntimas instancias que devienen finalmente en el fin de la infancia. Where the Wild Things Are, del director estadounidense Spike Jonze, y basada en el libro infantil homónimo escrito e ilustrado por Maurice Sendak en 1963, entiende la sutileza del proceso, y la evoca magistralmente con una sensibilidad artística que rebasa el preciosismo estético. Max (Max Records) es un niño curioso y creativo de unos 9 años, que ha ido sintiendo recientemente que las cosas no son como antes. Su hermana Claire ya es una adolescente con nuevos intereses; su mamá, aunque cariñosa, se encuentra ocupada en asuntos de trabajo y tiene un nuevo novio, y su padre está ausente, no sabemos por qué. Ante esto, el niño trata, sin mucho éxito, de captar la atención de quienes lo rodean. Cuando construye un iglú y provoca una guerra de nieve con los amigos de su hermana, termina llorando cuando estos, inadvertidamente, destruyen su creación. De repente ya su llanto no surte el mismo efecto, de repente las herramientas que conoce para hacerse notar han perdido su efectividad. Es este el panorama en que venimos a conocer a nuestro protagonista. Una noche Max llama a su mamá para que juegue con el, pero cuando ella le dice que no puede, se suscita una discusión, éste la muerde y sale corriendo de su casa. Es a raíz de esto, y a través de su imaginación, que descubrimos dónde yacen las cosas salvajes.
En el mundo alterno al que Max se transporta están “the wild things”, seres que aunque viven en sociedad, no se rigen por los mismos códigos de conducta que conocemos. Allí, Max viene a ser rey y a ocupar el espacio que en su entorno cotidiano ha ido perdiendo. Carol, KW, Douglas y Judith son algunos de los nombres de las criaturas salvajes que asistirán en el proceso de maduración emocional de Max. Es evidente, a través de sutiles detalles, que la realidad de Max incide directamente en este mundo imaginado, y que en cada “wild thing” se reflejan las distintas conductas del niño y las demandas que desde su perspectiva los demás deben cumplirle. En un momento, Judith, la más malcriada de las criaturas, le dice: “If we get upset, it´s your job not to get upset”. Más tarde, Max se pregunta, “How do I make everything okay”? La respuesta, por supuesto, es que no hay forma. A través de su viaje, entonces, el niño logra vislumbrar la posibilidad del mal, de que no todo es como se quisiera, y que eso, en última instancia, es parte intrínseca de la vida. En cuestiones de forma, la película es impecable. La fotografía y la edición son de primera, y mención aparte merecen la dirección de arte y los efectos especiales. Combinando animación por computadora con “animatronics” y disfraces, las cosas salvajes, con un aspecto muy fiel a las ilustraciones de Sendak, son unas maravillas. Igualmente geniales están los actores que le dan voz. Particularmente James Gandolfini (The Sopranos) como Carol, y Catherine O’Hara como Judith, logran que los dilemas de sus personajes sean tan reales como Max los imagina. Si algún reparo tengo sobre la cinta, es que utiliza con demasiada frecuencia la música original(escrita por Karen O, vocalista de Yeah Yeah Yeahs) en las secuencias de acción, y se vuelve algo repetitivo.
El texto original de 1963 cuenta sólo con 9 líneas, así que adaptarlo a un largometraje supone una ampliación considerable del universo narrativo. Spike Jonze, también director de Being John Malkovich y Adaptation, logra esto sin rellenar con recursos triviales lo que esencialmente es una historia simple pero llena de significado. Aquellos acostumbrados a filmes en donde la acción determina el desarrollo de los personajes, y no viceversa, quizás califiquen de lentos o aburridos los pasajes centrales de la cinta. De igual forma, los niños acostumbrados a la más reciente cepa de cine infantil que parece tener déficit de atención, difícilmente encontrarán en Where the Wild Things Are una película acorde a sus expectativas. Por el contrario, todo aquel que disfrute de una historia bien contada, llena de alegría y asombro, pero también introspección y melancolía, encontrarán algo que admirar en esta hermosa cinta, una de las mejores que han llegado a nuestras salas de cine en lo que va de año.