A ti herman@ confinad@ dirijo esta carta que nace de mi corazón. Sé que te dirás, éste que escribe es otro loco que no conoce ni sabe nada de las cárceles, de las drogas y del bajo mundo o tal vez es uno de esos sicólogos que buscan a sus ratoncitos de experimentos entre los humanos que habitan las instituciones penales. Pero te diré algo: muchas veces la mente se equivoca y nos muestra imágenes que no son verdaderas o nos pone a pensar en lo que queremos y no en la realidad, como lo está haciendo tu mente ahora, porque yo no soy el que tu mente te dice que soy. Quiero que sepas que si tú estás sufriendo, si tu dolor es grande y tu mente te traiciona, no estás sol@. Yo también he vivido lo que tú vives, he sufrido igual o hasta más que tú. No tenía control de mi vida y mi mente me traicionó muchas veces, tanto que me hizo caer en la depresión en innumerables ocasiones e incluso llegué a ser ingresado en un hospital para pacientes mentales. Mi sufrimiento me ha hecho tan fuerte como un roble. Así que tranquil@, porque siempre llega el que tiene que llegar, quien siempre está contigo y no te deja sol@, porque desde tu nacimiento te mantiene con vida y te nutre de amor. Ese alguien es tu corazón. Y ahora dirás, ¿Por qué este imbécil habla del corazón y del amor si ninguno guarda relación con el sufrimiento, las cárceles, las drogas y el bajo mundo? ¡Error! Tu mente volvió a fallar. Sé que dirás que mis palabras son fáciles porque salen de mi boca y tal vez creas que soy uno de estos sujetos intelectuales que escogieron el camino del bien, que tienen una buena profesión y que viven una vida llena de felicidad y plenitud. ¿Pero sabes qué? Otra vez tu mente se equivocó. Me quitaré las vestiduras de sanación y me presentaré ante a ti, basta ya de palabras bonitas. Mi nombre es Aníbal Santana Merced, mis amigos me conocen como: Paíto Guaynabo y soy un confinado al igual que tú. Los que me conocieron en la calle saben quién fui, lo que no saben es quien soy ahora y quien quiero ser. Llevo diez años cumpliendo una extensa condena y ni siquiera sé si lograré regresar a la libre comunidad. Ingresé a la prisión en el año 1999 y desde entonces no he vuelto a la libertad. Cuando me arrestaron apenas cumplía mis 18 años de edad, tenía una novia que amaba más que a mi propia vida y a quien dejé embarazada. Tenía una familia que quería con todo mi corazón y muchos amigos que con el paso del tiempo me dieron la espalda. Sufrí mucho al perder mi libertad pues junto con ella perdí todo lo que poseía o al menos lo que le daba sentido a mi vida en esos tiempos. Por mi mente pasaron todas las musarañas que se le ocurrirían a un preso pensar… Hoy tengo 28 años de edad y una hija a la cual sólo veo en ocasiones o simplemente en fotos, pero me basta eso para saber que la amo y que ella me ama a mí. Quizás nunca pueda estar cerca de mi hija, quizás nunca pueda llevarla a la escuela y eso me duele, no creo que haya un dolor más grande que éste. Aunque no pierdo las esperanzas, soy un hombre realista, como también deseo que ustedes sean realistas. A diferencia de la mayoría de l@s confinad@s, yo pienso con mi corazón, porque la mente es traicionera y el corazón nunca te falla, nunca te engaña. Hoy quiero que aprendas a pensar con tu corazón como lo hice yo. Me crié en las calles del bajo mundo, esas que llaman criminalidad y delincuencia. Conozco las armas, las drogas, los robos, los asaltos y hasta los asesinatos, los conozco todos de la A a la Z. Y de las cárceles, pues qué te puedo decir… sólo te diré que llevo diez años en la prisión y que cumplí nueve de éstos en diferentes cárceles de máxima seguridad en Puerto Rico. Apenas llevo un año y seis meses en una institución de custodia mediana. Así que te pregunto- ¿Crees aún que soy un loco que no sabe nada de las cárceles, de las drogas, del bajo mundo y del sufrimiento? Contesta con tu corazón y no con tu mente. Nosotros l@s confinad@s solemos pensar que una vez aquí en la cárcel ya todo acabó, que la vida no vale nada, que ya nada tiene sentido y muchos nos tiramos a morir destruyendo nuestras vidas lentamente, buscando escape en las píldoras y otros medicamentos que hacen volar el tiempo y llevan a la perdición a nuestro cuerpo. El cincuenta por ciento de mis amigos drogadictos me dicen que las drogas los controlan y el otro cincuenta por ciento de mis amigos también drogadictos me dicen que ellos controlan las drogas. Pero cómo puedo creerle a ninguno de ellos, si el resultado siempre es el mismo, todos terminan siendo capaces de vender hasta a su propia madre con tal de conseguir la maldita droga que los destruye. Los adictos siempre dicen que hay que estar en sus zapatos para sentir lo que ellos sienten y sufrir lo que ellos sufren. Les diré que nací un 15 de abril de 1981 y con 28 años de edad y 17 años de experiencia en el bajo mundo, puedo afirmar que nunca jamás he sido usuario ni he probado ningún tipo de droga. Sí, era un delincuente pero no era un pendejo suicida, aunque conozco de cerca el dolor y el sufrimiento de quienes son usuarios y quiero darles mi mano. Herman@ confinad@, no importa al grupo o religión al que tú pertenezcas, no importa tu color, tu raza, de dónde vengas, lo que hiciste, a mí no me importa eso, yo no soy un juez, no soy un pastor y mucho menos soy un guardia que viene a darte una orden. No, yo soy tu hermano del dolor y vengo a decirte que la vida continúa, que la noche es joven y el reloj sigue su curso. Herman@, no te rindas, levanta tus ojos, pon tus pies en la tierra, alza tu cabeza bien en alto y luego camina guiado por la inteligencia de tu corazón. Recuerda que eres un guerrer@ y un guerrer@ nunca se rinde, lucha por lo que quieres y por un momento piensa en los seres que amas y en los que te aman a ti. Cuando lo hagas, entonces estarás pensando con inteligencia porque pensarás con tu corazón. Si las drogas destruyeron tu vida y el bajo mundo te quitó la libertad, entonces qué esperas para darle una buena patada a la porquería y luchar por lo que tú deseas. Yo voy a ti, sólo lucha que todo está en tu corazón y la receta para encontrarlo está dentro de tu alma, ¡búscala! 3 de diciembre Yo, un confinado rebelde recién sentenciado y sin fecha para volver a salir, desilusionado conmigo mismo, lleno de odio, de rencor, con mucha sed de venganza, estaba dispuesto a morir. La vida me apestaba y ya nada me consolaba. Vivía enamorado de una mujer, pero de qué valía mi gran amor, si ella en poco tiempo se olvidaría de mí y otro hombre ocuparía su corazón. Era una tarde calurosa mientras me paseaba de un lado a otro en la sección donde vivía, un teléfono que colgaba de la pared llamó mi atención, fui directo a él, llamé, quería saber de la única persona que le daba sentido a mis días. Tremenda sorpresa, la mujer que más yo amaba acababa de dar a luz, se cumplía el sueño que siempre anhelé. ¿Qué voy hacer? pensé, estaba en la cárcel y me convertía en papá. La vida me cambió de repente y el sentimiento de padre nació junto con mi hija. Una gran ilusión estalló en mi alma, ahora todo estaba claro, tal vez algún día la mujer que yo amaba terminaría amando a otro, pero y qué del amor de un padre por su hija y del amor de una hija por su padre, un amor puro y sin igual. Olvidé los problemas, la sed de venganza desapareció. Aunque estaría toda la vida tras las rejas, mi alma estaba tranquila, llena de paz y amor. Nadie, nunca, me arrancará el amor de mi hija. El bien y el mal Hace siete años me encontraba en el área de segregación de una de las cárceles de Ponce. En aquel momento estaba enojado conmigo mismo y con la sociedad. El odio y el rencor me tenían ciego y no veía nada más allá de aquellas cuatro paredes y un mundo de barrotes que me privaban de la libertad. Para mí la vida había sido un fracaso. Intentaba dar un paso y al segundo mi cuerpo tocaba fondo, estaba cansado, las ganas de luchar eran pocas y no encontraba solución. Buscaba una salida, pero en ninguna parte la hallaba. Una noche mientras la luna se vestía de gala y el reloj marcaba las doce, se me ocurrió hacer un extraño ritual e invocar las fuerzas del mal, estaba solo y nadie me podía escuchar. Terminado el ritual me senté en la cama algo desilusionado, porque nada sucedió, fue entonces cuando “pum”, ahí estaba una enorme serpiente negra de cabeza gigantesca y ojos rojos como fuego que se sentaba frente a mi cuerpo, lista para atacar. Mi corazón quería explotar, traté de gritar pero fueron palabras mudas, estaba asustado, tanto así que clamé: ¡Dios mío ayúdame! Grité con todas mis fuerzas. Dios aléjame de todo mal que este demonio desaparezca. Segundos más tarde la serpiente desapareció. Aquella noche puede comprobar que existen las dos fuerzas, las llamadas del Bien y del Mal. Hoy me inclino por la primera porque es la más poderosa y por experiencia propia conocí el poder de Dios. Seguiré sus pasos sin temor a morir. Suerte en tu caminar, se despide tu amigo de siempre, Aníbal Santana Merced, Un Nuevo Hombre.
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