Hay formas muy concretas de sostener un futuro en los brazos. Una madre cargando a su hija durante el paro estudiantil del recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico (UPR), que se convocó para protestar contra el recorte de $450 millones al primer centro docente del país, es una de esas.
En 15 años esta niña será una joven. Quizá mientras crezca sueñe con recorrer los caminos de la UPR hasta que una tarde se arme de valor y visite el campus de Río Piedras -por su cuenta y hecha un saco de nervios. Quizá cuando cruce el portón principal del recinto se detenga unos segundos y sienta eso que invade el cuerpo cuando se ha estado en un mismo espacio en otro tiempo, con un yo más chico, no menos valioso, pero distinto. Tal vez en ese instante la universitaria dirija su mirada hacia las rejas que protegen la universidad y las note desteñidas, y de ahí entienda que el primer centro docente del país ha sobrevivido luchas que también son del tiempo. Quizá esa tarde u otra se pierda en alguna biblioteca y luego encuentre entre glorietas, amistades que le acompañarán entre alegrías y tristezas durante toda una vida. Y así, hasta que una mañana el reloj marque las y cuarto y escuche un campaneo que le alimente el espíritu y sepa, sin más, que no solo estudia, sino que es, gracias a la Universidad de Puerto Rico. Esa misma noche, cuando regrese a casa, tal vez su madre le muestre una foto en la cual 15 años antes, vestía una camisa blanca que leía 801-32-XXXX.
Quizá, en efecto, nada de esto pase, pero por eso también luchan los estudiantes -y profesores y madres y padres – por un universo de posibilidades –que parecería suerte, pero es derecho.