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“Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo, y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro” Este párrafo, tomado de la entrada del 12 de octubre de 1492 del diario de Cristóbal Colón, es, casi con seguridad, la primera referencia literaria a las armas y la violencia en la literatura referente al Caribe o creada en él. Por supuesto que no sería la última.
Epístolas y documentos oficiales (el Padre Las Casas fue prolífico en eso) se comenzaron a escribir desde los inicios mismos de la conquista pero no es hasta fines del siglo XVI y principios del XVII que se comienza a escribir literatura de ficción en el Caribe, y la primera obra documentada es un poema del canario, radicado en la isla de Cuba, Silvestre de Balboa (1563-1647) titulado “Espejo de paciencia”, cuyo tema, hecho real mitificado, tiene que ver con el rescate armado de un obispo de manos del cruel corsario francés Gilberto Girón, que muere en combate singular, nada más y nada menos que a manos del negro esclavo Salvador Golomón. ¡Qué ejemplo de convivencia racial a través de la literatura!
Pero también aquí nos topamos con un hecho que persistirá hasta el siglo XX. El Caribe, por lo menos en la vertiente de la literatura de aventuras, será un escenario propicio para muchos autores que NO han nacido en nuestras islas, y que incluso, en ocasiones, las conocerán solo por referencias secundarias. Puede haber muchas explicaciones para este fenómeno pero se nos ocurren ahora mismo tres: 1- El analfabetismo es abrumador en la población caribeña hasta bien entrado el siglo veinte, lo que tiene mucho que ver con nuestra ausencia relativa de escritores, 2- muchos autores europeos y norteamericanos se sienten atraídos por la belleza y el “misterio” de estas tierras utópicas, frontera natural aún por conquistar literariamente, convirtiéndolas así en un escenario idóneo para las correrías de sus personajes, héroes esforzados o tenebrosos malandrines, y, 3- nuestros escritores, hijos naturales del colonialismo y el subdesarrollo, se sienten atraídos por la literatura “seria” del colonizador, la que desean emular y en la que quisieran ser aceptados.
Y como prueba al canto de la segunda observación tenemos a Robert Louis Stevenson con su insumergible “Isla del tesoro”. Fué la pequeña Norman Island, una de las actuales Islas Vírgenes Británicas, la representada, con mapa y todo, en su novela. Realmente no lo sabemos a ciencia cierta pues Stevenson nunca estuvo por estos lares y no se preocupó por definir geográficamente a su islote, salvo, que estaba en algún lugar incierto del Caribe.
Aclaremos que Stevenson no fué ni el único ni el primero. En 1678 Alex Oexmelin, un hugonote francés que había sido médico personal del sanguinario pirata Henry Morgan, publicó un libro que haría historia; digamos que un bestseller de aquellos tiempos. Se llamó “Bucaneros en América” y trataba de ser una obra estrictamente histórica, aunque contiene evidentes exageraciones y lagunas. Lo que Oexmelin no podía prever es que su obra sería plagiada y saqueada incontables veces por escritores de libros de aventuras de todos los pelajes. Daniel Defoe, el escritor inglés famoso por su “Robinson Crusoe” (que lamentablemente no encontró su isla en el Caribe), publicó en 1720 “El capitán Singleton”, una curiosa aventura caribeña de dos amigos que roban, asaltan y matan para poder irse a vivir juntos a Grecia: ¿una aventura homoerótica que ha pasado inadvertida para los académicos? Y Salgari, que hubiera ganado millones como guionista en Hollywood de haber vivido 70 u 80 años más tarde, publicó los cinco libros de la serie del “Corsario Negro” entre 1898 y 1908, incluyendo entre ellos la fabulosa aventura de su bella y valiente “Reina del Caribe”. Pero dejemos los piratas a un lado y acerquémonos más a la novela policiaca y todas sus variantes.
La denominada novela policiaca o detectivesca se inicia, como todos saben, con el escritor norteamericano Edgard Allan Poe (¿o fué Wilkie Collins?), aunque suele ser un lugar común señalar al “Edipo Rey”, de Sófocles, como la primera obra, en este caso teatral, en la que un “detéctive”, el propio asesino esta vez, investiga un doble caso (asesinato e incesto), encuentra al culpable, él mismo, y lo castiga castigándose.
Poe con su detéctive Auguste Dupin, Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes, Chesterton con su Padre Brown, Agatha Christie con Hércules Poirot (y con la señorita Marple también), Simenon con Maigret, Hammett con Sam Spade, Van Dine con Phillo Vance y muchos de los otros pioneros de la novela detectivesca pura, la que no necesita paisaje sinó solo un lugar cerrado, un cadáver, un asesino, un arma y una descomunal intuición y capacidad deductiva, no se fijaron en el Caribe, sencillamente porque no les servía para nada, puede incluso que algunos de ellos ni tan siquiera estuvieran muy al tanto de la existencia de estos idílicos parajes.
Pero con el tiempo la novela detectivesca se va transformando; concurren varios factores para que esto suceda: El cine necesita argumentos y sí requiere de locaciones y paisajes; se puede hacer una obra maestra de la cinematografía dentro de una habitación (Doce hombres en pugna, por ejemplo) pero ese milagro es casi irrepetible. Hacen falta muchos guiones y hace falta que estos guiones tengan espacio y vida. Por la parte del lector los crímenes de cuarto cerrado pueden llega a aburrir si no están narrados con mano maestra, y las manos maestras tampoco abundan.
Es así como la novela detectivesca va tomando elementos de otras fuentes literarias y de la vida misma; aparecen la novela negra (probablemente Hammett fué su creador), la narrativa de espionaje, la ficción política y militar, las noveletas de cowboys, la ciencia ficción detectivesca, la novela negroerótica, revive la antigua novela gótica, la novela enigma, el buen reportaje periodístico y además, la sencilla y siempre atrayente novela de aventuras que en realidad fue la primera en llegar al Caribe, tal y como vimos unos párrafos antes, se apropia de todos estos elementos y del romance, del melodrama, del costumbrismo, de la ciencia (la de ficción y la de verdad), de los problemas raciales, del sexo y de cuanto hay en la vida real y en la imaginación de los hombres, que se supone es inagotable.
Ahí es donde el Caribe, -las Antillas, como se le nombraba casi siempre-, vuelve a convertirse en espléndido paisaje para el futuro Premio Nobel Ernest Hemingway: léanse “To have and have not” (Tener y no tener), esa novela un poco arcaica en la que su protagonista siempre pierde: dinero, negocios, su bote, su brazo y su vida tratando tozudamente de ganar y en la que se imponen la violencia y las aguas cristalinas y azules del Caribe. O “Islas en la corriente”, donde Hemingway se representa a si mismo persiguiendo submarinos alemanes que navegaban sigilosa y letalmente por entre las cayerías y beriles caribeños, pero que él, por mala suerte (o buena) o exceso de whisky no logra encontrar.
Graham Greene, antiguo agente de los servicios de inteligencia de Inglaterra, se burló de sus viejos compañeros de armas con “Nuestro hombre en La Habana” y siete años después ambientó “Los comediantes” en Haití. Greene, como tantos ingleses y norteamericanos, estaba fascinado con el Caribe y sus políticos; su estrecha relación con Omar Torrijos y algo menos con Fidel Castro lo prueba, o… es que nunca dejó de ser un espía e informante del MI5.
“El sastre de Panamá” (The tailor of Panama) es una incursión de John le Carré, otro maestro, no precisamente por el Caribe, pero si muy cerca y con su ambientación. Recientemente hemos sabido, al desclasificarse documentos del gobierno británico, que a principios de los sesenta un ser tan etéreo como la prima ballerina Margot Fonteyne estuvo implicada en un intento de golpe de estado en Panamá, colaborando así con su esposo panameño y nada más y nada menos que con la DGI cubana; la conspiración fracasó, no podía ser de otra forma, por el “amateurismo” de la diva y por las razonables dudas de los operativos cubanos. ¿Quién puede dudar del amor de los europeos por las aventuras en las islas?
No te pierdas las próximas entregas de Las islas misteriosas.